01/09/2025
Professora
3 min

Busco a puesta de sol el teatro romano de Pol·lèntia. Anoche representan Los carniceros, de Guillem Frontera, en la singular y vigorosa dramaturgia de Miquel Mas Fiol. No quiero perderme. Me desoriento un poco y, caminando desde el descampado donde he dejado el coche, acabó en una camada que se aprieta. Unos niños magrebíes hacen bailar la peonza por delante de unas casas apartadas. Los acomete por si pueden ayudarme.

Encantados, me dan todo tipo de entreseñas. Cuentan, describen, señalan... incluso me aconsejan puntualidad y me acompañan un buen tirón. Toda la escena transcurre en un mallorquín fluidísimo y de fonética francamente aceptable. Mientras nos despedimos pienso que a veces olvidamos el gran éxito colectivo que ha significado la enseñanza en catalán. Rectific, ha sido más que un éxito: es un verdadero milagro.

Buen momento para recordarlo, a punto de empezar un curso escolar, que llega nuevamente cargado de amenazas e incertidumbres: el Pacto de la vergüenza PP-Vox, la segregación lingüística, la modificación de la ley educativa, la obsesión de arrinconar la lengua propia, la devaluación de la titulación de catalán, el ensanchamiento de la exempla de la lengua país –penalización, imposición, impedimento, dificultad, dictadura...–, el absurdo objetivo de garantizar al menos un centro segregador por comarca, la no exigencia del conocimiento de catalán en determinadas oposiciones, el reparto de 21 millones de euros entre los centros que segreguen a los alumnos y contravengan la legalidad...

A pesar de que el PP de Prohens se avenga a firmar irresponsablemente toda casta de despropósitos por, textualmente, "garantizar el conocimiento del español en el sistema educativo", basta con tener ojos en la cara y pasearse por cualquier centro escolar, para ver que la lengua que no tienen garantizada todos los alumnos al final de la etapa obligatoria es el catalán. Las cifras certifican una tendencia negativa: la caída de 10 puntos en la competencia en catalán desde el 2013.

En paralelo al debilitamiento del uso social del catalán, su uso escolar también se debilita. Las causas, por supuesto, son diversas. El reto demográfico, por ejemplo, toma en Baleares la mayor aceleración del Estado: un aumento de población del 52% en 25 años. Unas cifras superiores a las de la Comunidad Valenciana (31,9%) y Cataluña (29,2%), y que condicionan la sostenibilidad lingüística y cultural del país.

Otras causas, en cambio, son claramente intrínsecas y responden a las propias dinámicas escolares. El hecho educativo, como en otros ámbitos, vive una intensa aceleración y una complejidad creciente. La dispersión de los objetivos y la diversificación de las expectativas han tensado la escuela y la han convertido en un territorio con demasiadas urgencias y demasiadas ocurrencias, y donde no siempre es fácil ordenar las prioridades. Son ahora tantas las multitareas a emprender y tantos los microprocesos a cumplimentar, que acabamos olvidando lo más relevante de nuestra labor y el verdadero sentido de la educación: garantizar la igualdad de oportunidades entre todos los alumnos independientemente de la diversidad de orígenes y contextos familiares. En definitiva, que la escuela siga siendo un ascensor social ágil y fiable.

Es evidente que la adquisición de la competencia en la lengua del país es un pilar fundamental de esa igualdad de oportunidades y, por eso mismo, la auténtica columna vertebral del sistema educativo. Aquí y en cualquier rincón del mundo. Por eso urge devolver al correcto cumplimiento de los proyectos lingüísticos, últimamente tan diluidos entre toda casta de estímulos educativos.

Enseñar eficientemente en catalán, sin embargo, no es sólo cuestión de intuición o de voluntad. Enseñar lengua –especialmente en los primeros niveles y recién llegados– requiere aplicar una metodología esmerada y dominar una estrategia pedagógica solvente. Desgraciadamente, muchos maestros jóvenes se enfrentan a la tarea sin las herramientas adecuadas porque, desde que en 2013 el Govern Bauzá lo eliminó, no se ha recuperado el Servicio de Enseñanza en Catalán ni los equipos de apoyo a la inmersión, que durante tantos años acompañaron exitosamente la labor de los docentes.

No podemos esperar más. Es el momento de recuperar estas herramientas, activarlas y compartirlas. Y esto es lo que se ha propuesto la Asamblea de Docentes a través de la red 'Feim Pinya' de escuelas en catalán, una propuesta formativa y de acompañamiento mutuo, que quiere poner en contacto a docentes y educadores comprometidos con la enseñanza en catalán, y con ganas de profundizar en la eficacia de una eficacia de una.

Una iniciativa, de base y popular, que generará espacios y oportunidades en los que los docentes puedan compartir metodologías y materiales. Y, sobre todo, apoyarse. Está bien pensado.

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