A propósito del santoral

No es que no nos gusten las fiestas. Al contrario. Empezamos a hacer un poco a Pep con tanta celebración. Si antes la gente se regía por el calendario de 'trabajo' –la siembra, la siega, el tondre, la vendimia, las matanzas...– ahora obedecemos al calendario de 'fiesta' –foguerons i demoniades, carnaval, Pascua, fiestas populares, Navidad...– que es igualmente extenuante.
O incluso un punto más, porque no hay tregua. Ahora que justo hemos acabado de repasar todo el patronímico de verano –desde San Pedro hasta San Mateo– que guía la corona de fiestas patronales –con pregones, pasacalles, corridas, bailes, verbenas, gigantes, turroneras...; ya llega la temporada de ferias a cada pueblo y aldea, por pequeño que sea. Algunas son novelas y especializadas –Dulce, la de Oliva, la de las Hierbas, la del Melón...–; y otras, genéricas y tradicionales, como las de Llucmajor –cuatro vueltas centenarias–, que responden fielmente al protocolo original ligado, lógicamente, al santoral: desde Sant Miquel hasta la Última Fira, el domingo antes de Sant Lluc.
Pero no debe haber descanso, porque pronto llegarán las Almas, los panellets y los jalouins, y en una nada nos abandonaremos a una irrealidad más o menos concupiscente, que despega hacia el puente de la Inmaculada y que no acaba hasta una vez superadas las fiestas de San Antonio y San Sebastián. También cosas del santoral.
Poca broma: un mes y medio de puentes, fiestas y segundas fiestas, de interrupción de toda actividad productiva y de la práctica imposibilidad de planificar o ejecutar ninguna obra humana. El agitado periplo acaba, además, con una semana vibrante llena de momentos estelares, como la nube aromática –de morcilla y chuba– que enturbia Palma –tan urbana, ella, el resto del año...– y le confiere de repente un aura campesina y cierta. Eres de la tierra y en la tierra tienes que volver...
Le debemos tanto al santoral... Como la entrañable ruleta rusa de felicitar a los amigos por San Antonio y al encontrar un Toni o Tona, o Antonina o Tonyi... arriesgarse a darles los muchos años y, ¡ay las! La más excelsa y prístina prueba de identidad mallorquina... Un auténtico cum laudo, lo de distinguir los santantonis de Viana de los de Padua –los de los asnos y los de los albaricoques. Un bello código secreto con una secuela aún más peligrosa, la del 4 de octubre, cuando el santoral se despliega en todo su esplendor entre santfrancescos de Asís, de Borja, de Sales, de Xavier... Y todavía el reto de encontrar alguna Francesca felicitable sólo el 9 de marzo, porque hace el nombre por alguna madrina devota de santa Francesca Romana...
Pronto, sin embargo, ya no será un problema porque la hermosa y nuestra costumbre de felicitar al patronímico ha entrado en franca recesión en favor de la celebración del aniversario, un nuevo sometimiento al universo cultural anglosajón. La desafección llega al punto de criticar explícitamente la referencia al santoral –para situar las fechas o, simplemente, para felicitar a alguien– por ser considerado patriarcal y de clara inspiración católica –vaya descubrimiento, Sherlock. Por no hablar de quienes incluso sugieren que los calendarios progresistas –como el de la Obra Cultural, por poner un ejemplo– ya no deberían recogerlo... En definitiva, que sí nos gustan las fiestas, pero el santoral ya no es cool, ni sexy, ni está in.
Tanto es así, que los jóvenes paresimaras mallorquines, al infantar/adoptar/subrogar a hijos e hijas llenos de esperanza, rechazan radicalmente los antropónimos tradicionales y dejan de lado a los clásicos Antònia, Magdalena, Margalida, Jaume, Joan, Miquel... en favor de vocativos más exóticos y estimulantes. Los listados de alumnos son bien ilustrativos, y no sólo en el sector 'Yéssica/Kevin', porque también han llegado a la isla Mars, Ones y Arenes, y otras especies alóctonas formuladas en bello catalanesco. No son buenos tiempos para los endemismos, ya se sabe... Y menos para criar a hijos que hagan el nombre de los padrinos.
El arco onomástico que ha ido atando a las generaciones durante siglos era un valioso patrimonio inmaterial que había dibujado un bello paisaje intangible. Seguramente le admiraríamos devotamente si le hubieran conocido en las cordilleras del Tíbet o en un manglar de la Amazonia. Pero, justamente, ocurre demasiado cerca de casa.
Es curioso eso. Y que coincida con una exquisita sensibilidad por otras joyas endémicas como los longuetes, las mismas y las variedades de semillas locales. Ahora que bailamos con los cossiers de cada pueblo. Ahora que distinguimos el demonio de Manacor del de Felanitx y la tonada de Artà de la de sa Pobla. Ahora que todo el mundo hace matanzas, cosecha oliva y hace vino en casa. Ahora que los jóvenes cantan glosas y se organizan en cofradías. Ahora, justo ahora, nos parece insoportable que un niño o niña de que haya por nombre Catalina.