Tribuna abierta

Celebrar lo que nos une

Jordi Xavier Guardiola
11/07/2025
2 min

El mes de junio es tiempo de graduaciones en los centros educativos. A mí me toca asistir a dos cada año, ya que doy clases de Geografía e Historia en 4º de ESO y de Historia de España en 2º de Bachillerato en el IES Alcúdia. En Alcúdia tenemos la suerte de poder disponer del auditorio municipal, que el Ayuntamiento nos cede para realizar la fiesta de graduación. El espacio es muy atractivo y, evidentemente, cuando das a elegir a los alumnos si prefieren más hacer la fiesta en el instituto o en el auditorio, siempre eligen al auditorio.

Debo decir que no se trata de un tipo de evento que me llame especialmente la atención, porque muchas veces se acaba convirtiendo en una especie de pasarela de moda. Es verdad que los discursos de delegados y delegadas les obliga a hablar en público ante una audiencia de más de 400 personas, que me parece una muy buena habilidad a desarrollar. Sin embargo, en algunos momentos no puedo evitar tener una cierta sensación de superficialidad al respecto.

Sin embargo, este año, mientras asistía a la graduación de 4º de ESO tomé conciencia, por primera vez, de dos aspectos que hasta ahora me habían pasado desapercibidos y que me emocionaron. El primero de ellos fueron los aplausos. Todos y cada uno de los alumnos recibieron un aplauso largo y oído cuando subieron al escenario a recoger las orlas de manos de sus tutores y tutoras. Recibir el aplauso los hizo a todos iguales, si bien obviamente no lo son. Cada uno tiene su propia forma de hablar, pensar, actuar y oír. Pero, además, no lo son porque muchos de ellos proceden de otros países, con tradiciones y culturas muy diversas. En la graduación subieron al escenario alumnos de Mallorca y de la Península, pero también de Argentina, Alemania, Rumanía, Bulgaria, Pakistán, Colombia, Reino Unido, Senegal, Polonia, Malí, Chile, Guinea, Marruecos o Ucrania (sí, Ucrania), entre otras nacionalidades. Pero su procedencia era igual, todos eran alumnos del instituto que terminaban la Educación Secundaria Obligatoria y aquél era su momento, y todos pudieron saborearlo con gusto, sin excepción ni distinción.

El momento más emotivo fue cuando se subieron al escenario dos alumnos menores no acompañados. Ellos también tuvieron su aplauso. Por desgracia, no pudieron recibirlo de parte de sus familias, por razones obvias, pero lo tuvieron y disfrutaron como el resto.

El segundo aspecto que me generó una profunda emoción fue escuchar a los maestros de ceremonia, delegados y delegadas, hablar en catalán ante el auditorio pleno. De un total de ocho alumnos tan sólo dos tenían el catalán como lengua materna, pero os puedo asegurar que todos sobresalieron en sus discursos.

. Una sociedad en la que un evento que puede parecer superficial a ojos de algunos (como de mí mismo), haciendo el esfuerzo de dejar atrás los propios prejuicios y visto desde otra perspectiva, pueda despertar conciencias y emociones. Una sociedad en la que, más allá de lo que nos diferencia, se generen espacios para celebrar lo que nos une.

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