

En estos días de saturación turística y mental, con huelgas y vuelos cancelados que ralentizan la maquinaria infernal de aeropuertos como el de Palma, una noticia toma la categoría de metáfora explicativa de lo que somos y de lo que nos pasa: el aeropuerto de Palma cuenta ya con el McDonald's más grande de Europa.
No es sólo otro récord de aquellos estúpidos y cargados de masculinidad tradicional (¡a ver quién la tiene más grande!) cómo superar este año los 19 o 20 millones de turistas, sino el reflejo de las mil contradicciones que tiene "nuestro" modelo económico y turístico, que de paso atraviesa toda nuestra sociedad.
Para empezar, ¿qué tiene que ver un McDonald's con la imagen de destino "sostenible" y particular que, por ejemplo, promociona el Consell de Mallorca con ese logo que presentó hace unos meses de la tela de lenguas? Y esto eso mismo: nada. Hablamos de uno de los símbolos más indiscutibles de la globalización neoliberal frente a otro símbolo nostrat que en realidad se utiliza para llevar a más gente atrayéndola con marketing de "esencias". Pero, al fin y al cabo, ambos nutren las mismas butacas de las que cada vez se hace más rico con un modelo de "desarrollo" que cada vez deja más pobres por el camino.
George Ritzer, un sociólogo estadounidense, ya nos explicó en los años 90 que el McDonald's representaba mucho más que una simple cadena de establecimientos de comida rápida. Que en realidad –ampliando las teorías de Max Weber sobre la racionalización– lo que debería preocuparnos es la macdonaldización de la sociedad. Ritzer nos explica que este fenómeno opera en base a cuatro variables: eficiencia, previsibilidad, calculabilidad y control tecnológico.
La eficiencia de los McDonald's en relación con otras modalidades de establecimientos de restauración se define a partir de conseguir el objetivo de "alimentarnos" con la mínima inversión posible: ¿por qué sentarnos y que nos atienda a alguien, si podemos recoger la comida con el coche, por ejemplo? Esto, aplicado a la lógica del turismo de masas, contradice de nuevo los discursos empresariales sobre el turismo de los últimos tiempos, que hablan de la importancia de las "experiencias" de los visitantes.
En realidad, cada vez es más fácil de prever qué te encontrarás si vienes un mes de julio o agosto a Mallorca, y eso nos conecta con la segunda variable: la previsibilidad. Ésta también afecta a la configuración de nuestras calles y pueblos: vayas a un McDonald's de Brasil oa uno de Mallorca, encontrarás el mismo menú. Y así se va reconfigurando nuestro paisaje urbano: alquiler turístico ilegal, heladerías "italianas", souvenirs y franquicias diversas donde antes había vida y vecinos, además de comercio local.
La calculabilidad es la prueba del algodón de quienes sólo utilizan el término "sostenibilidad" o "contención" por conveniencia: al igual que el "Big Mac" es la estrella de la carta del McDonald's, en el turismo turbocapitalista cuanto más, mejor. De hecho, fíjense que hace ya rato que la nueva moda circular no parece entrar en contradicción con la acumulación de turismos de todo tipo: de masas, de lujo, de ciclistas… Porque turistas pueden caber aún más, todo es una cuestión de cálculo y de "regular sus flujos". Fíjate que ya hace unos años que el aeropuerto de Palma no se amplía, pero cada vez incrementa su capacidad de llevar a más gente.
Finalmente, existe la cuestión del control a través de la tecnología. Y eso que los algoritmos, cuando Ritzer escribió al respecto, no controlaban nuestras vidas, ni las de los repartidores de Amazon o de Glovo. Pronto los algoritmos evaluarán el rendimiento de cualquier trabajador o trabajadora según criterios tan subjetivos como el comodín del absentismo que tanto utiliza la patronal. Fíjese lo fácil que sería valorar la carga de trabajo de las camareras de pisos –por cierto, un incumplimiento flagrante del anterior convenio de hostelería–, si las herramientas para ello no fueran de los dueños.
La conclusión de Ritzer es que a pesar de todo lo anterior, tanta "racionalidad" nos lleva a la irracionalidad ya la deshumanización de la sociedad, que en buena parte explicaría esa mezcla de cansancio, indignación y frustración que sentimos los isleños, pero también muchas otras sociedades.
¿Dónde se ha decidido que mientras McDonald's pierde millones a raíz del castigo de los consumidores por su colaboracionismo con el genocidio del pueblo palestino, en Mallorca le arreglaríamos las cuentas autorizando el establecimiento de comida rápida más grande de todo el continente? ¿Dónde se ha decidido que esto no afecta a nuestra imagen turística o que es sencillamente decente? ¿Dónde se ha decidido que toda la isla nos convirtamos en una suerte de área metropolitana del aeropuerto?
Acaso la clave está en otro elemento característico de los establecimientos tipo McDonald's: lo de premiar "el empleado del mes". El premio aquí lo tenemos bien repartido, entre nuestros gobernantes de turno y el director de un aeropuerto en obras en plena temporada que es capaz de responsabilizar de un accidente al último trabajador de la cadena. Y también entre algunos empresarios que van de salvadores de la patria y que en realidad, no hacen nada demasiado distinto a los McDonald's.