
Mucho se ha hablado, en las últimas semanas, del asunto de la Flotilla. Vivimos tiempos demencialmente complicados, donde hace daño pararse a distinguir, ponderar y matizar qué hacer ante cada caso, o de qué manera conviene o no posicionarse ante los innumerables desastres que nos rodean. La guerra de Gaza, o todo lo que hace referencia a Palestina, nos tiene adelerados y divididos desde hace muchas décadas, y ahora ha tomado dimensiones trágicas, cuando se ha visto cómo Israel es capaz de montar una respuesta a los ataques que sufrieron sus ciudadanos hace dos años. Muy probablemente hay aquí mucho exceso de celo, o una respuesta armada, militar o bélica, desproporcionada, por mucho que usar la palabra 'genocidio' sea el último recurso, o una forma de llamar la atención sobre una serie de matanzas que deberían ser investigadas por la justicia internacional.
Los activistas de izquierdas nostrats, sin embargo, también se exceden, aunque sus excesos son de teatralidad y buena fe, por mucho que les pueda mover cierta ceguera ideológica claramente antisemita. Una cosa es criticar la respuesta israelí y la otra es cuestionar que deba existir Israel como estado, o celebrar las muertes de israelíes, o incluso de judíos en EE.UU. Para cierta izquierda, lo que ocurre en Palestina es idéntico a lo que ocurre en el planeta Arrakis, de las películas –y la novela– de Dune: una invasión colonial asesina, perpetrada por 'malos' más o menos nazis contra un pueblo puro, auténtico, salvajemente libre y místico, dueños del desierto y del polvo mágico que sólo quiere conservar su tierra y sus tradiciones ancestrales. Esta mentalidad de cuento de hadas está animada no sólo por el imaginario de Hollywood sino también por sus actores en la vida real, con Javier Bardem haciendo el mismo papel en ambos lados del escenario. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas, y caer en ciertas simplificaciones ideológicas o de los hechos, sólo permite hacer propaganda, elevar consignas fáciles y dar cuerda a una estúpida superioridad moral que tiene por objetivo elevar el narcisismo y hacer sentir bien las buenas conciencias atribuladas. La guerra es deplorable y trágica, pero parece que hay gente celosa de la atención que merece, y que quieren ponerse delante para hacerse la foto. Como si no fuera lo suficientemente terrible.
Hay que criticar a Netanyahu, pero ponerse al lado de ciertos activistas de pan con fonteta, de una estrechez de miras que hace llorar a los ángeles, idiotas útiles a la causa islamista más terrorista, tampoco deja de ser contraproducente. Un genocidio es algo muy bestia, la más bestia, y no necesita vedetes ni abogados progresistas con peluquín que nos recuerden que todo esto es un desastre, porque eso ya nos lo dicen los informativos. No sé si la Palestina libre sería un estado islamista, de los que apedrean a las adúlteras y cuelgan de las grúas a los homosexuales (parece que sí), pero quizás mejor tener otro estado islamista totalitario que varios millones de muertes más entre los escombros. Las guerras deben detenerse, lo que pide inteligencia política y humanismo, no payazadas deinfluencer ni ridiculesas de falsa víctima.