¿Por qué el café nos gusta… y lo odiamos (gramaticalmente hablando)?
Detrás de verbos tan comunes como agradar u odiar hay unas estructuras compartidas por muchas lenguas, que muestran cómo la gramática organiza las emociones
PalmaPuede que haya dicho más de una vez "me gusta el café pero odie el té". Son dos frases sencillas, casi simétricas, que sirven para hablar de sus gustos. Si le prestamos atención, veremos que no funcionan igual.
En 'me gusta el café', el sujeto es el café, no 'yo'. El hablante aparece como complemento indirecto: '(el café) gusta a mí'. En cambio, 'odio el té', es 'yo' quien ocupa el puesto de sujeto, mientras que 'el té' es el objeto directo. Expresan experiencias similares, pero con arquitecturas gramaticales distintas.
Verbos como 'agradar' y 'odiar', además de 'preocupar', 'asustar', 'interesar' y 'molestar' son ejemplos de lo que los lingüistas llaman verbos psicológicos, es decir, verbos que expresan estados mentales o emocionales. Todos comparten una misma situación: hay alguien que siente una emoción (el experimentador) y algo que la provoca (el estímulo o tema). Lo que cambia entre lenguas –e incluso dentro de una misma lengua– es cómo se organizan estos dos papeles en la frase.
Verbos psicológicos
A finales de los años ochenta, los lingüistas italianos Luigi Rizzi y Adriana Belletti propusieron una clasificación que se ha convertido en un referente. Según su estudio (titulado 'Psych Verbs and Theta-Theory' y publicado en 1988 en la revista Natural Language & Linguistic Theory), en los verbos psicológicos los papeles de "quien siente" y "qué provoca el sentimiento" se pueden distribuir de acuerdo con tres patrones básicos: en el primero, el experimentador es el sujeto ('yo teme la oscuridad'); en el segundo, el experimentador es el objeto directo ('me asustan los sitios oscuros'), y en el tercero, el experimentador es un complemento indirecto ('me gusta el café').
Estos tres esquemas reflejan estructuras gramaticales que comparten todas las lenguas, aunque las utilicen con frecuencias diferentes. Por ejemplo, en catalán, al igual que en castellano o italiano, es frecuente recurrir a verbos del tercer tipo, con el experimentador en forma de complemento indirecto (con pronombres en dativo). De ahí venden estructuras como 'me gusta el café', 'le preocupa el examen' y 'le molesta el ruido', entre otros. En todas ellas, el sujeto es la causa del estado psicológico y el complemento indirecto indica quien lo siente. El inglés, en cambio, tiende a utilizar el primer patrón, con el experimentador como sujeto: es lo que vemos en las frases 'I like coffee' (literalmente, 'yo gusto el café', aunque en realidad quiera decir 'me gusta el café') o 'Y fear darkness' ('temo la oscuridad'). Esto no significa que el inglés no conozca los otros tipos de verbos: 'bother' ('molestar') y 'interesto' ('interesar'), entre otros, siguen el segundo patrón. Por tanto, en la frase 'Noise bothers me' ('me molesta el ruido'), el sujeto es el estímulo y el experimentador, el objeto.
Si ampliamos la mirada hacia otras lenguas, veremos que los patrones se repiten. El checo, por ejemplo, dice 'Líbi se mi káva' ('agrada a mí el café'), al igual que el catalán: el sujeto ('káva', 'café') es el estímulo, y el pronombre 'mi' ('a mí') es un dativo experimentador. El alemán combina patrones: 'Ich mago Kaffee' corresponde al primer tipo, con un sujeto experimentador ('ich') y un estímulo que es el objeto directo ('Kaffee'); en cambio, 'Der Kaffee gefällt mir' (que también significa 'me gusta el café') correspondería al tercer tipo. El noruego, como el inglés, apuesta por el primer tipo: 'Jeg liker kaffe'.
Esta variedad muestra cómo la mayoría de lenguas comparten los mismos tres caminos para expresar la experiencia emocional. Lo que varía es a cuál recurren con mayor frecuencia y qué verbos siguen cada patrón. De hecho, en catalán incluso hay casos en los que un mismo verbo puede seguir el segundo patrón (con un experimentador que hace de complemento directo) o el tercero (con un experimentador que hace de complemento indirecto). Por ejemplo, tanto podemos decir que a un estudiante 'le preocupa' el examen como que 'le preocupa'. Con 'interesar' ocurre algo similar: es posible afirmar que a alguien 'le interesa la música', pero también que 'le interesa'.
También encontramos matices estructurales entre 'preocupar' y 'preocuparse', y 'preocuparse' y 'preocuparse', entre otros. En este sentido, 'me preocupa el examen' y 'me preocupa el examen' no son equivalentes: en la primera, el estímulo ('el examen') es externo; en la segunda, el hablante es quien inicia el proceso. El cambio de pronombre no es anecdótico, sino que corresponde a un cambio de patrón sintáctico.
Todo ello tiene efectos prácticos. Así, si bien los hablantes nativos aprenden y utilizan los patrones de cada verbo de forma intuitiva, para los aprendices de lenguas la distinción no siempre es fácil. Por ejemplo, los hablantes de inglés que aprenden catalán suelen encontrar difícil una estructura como 'me gusta el café', porque invierte los papeles respecto aY like coffee'. Ahora bien, sabiendo que ambas frases siguen uno de los tres patrones posibles, la diferencia deja de ser arbitraria: es sólo otra forma de aplicar el mismo principio general.
Relación entre elementos
Es necesario entender, pues, que la gramática, más que un conjunto de reglas aisladas, es un sistema coherente de relaciones entre los elementos de la frase. Cuando comparamos 'me gusta el café','Y like coffee', 'der Kaffee gefällt mir', 'líbí se mi káva' o 'jeg liker kaffe', observamos variaciones de un mismo esquema universal.
En este marco, los verbos psicológicos muestran cómo una misma experiencia (tener miedo, gustar, molestar) puede ordenarse gramaticalmente de formas diversas, pero dentro de un mismo sistema. En definitiva, tras frases cotidianas como un simple 'me gusta el café', existe una estructura compartida que nos recuerda que todas las lenguas nos permiten decir lo mismo, aunque cada una lo haga a su manera.