10/11/2025
Dirección del semanario
2 min

Que la cultura genere el 3,2% de los puestos de trabajo y represente un 2,1% del peso de la economía en Baleares puede sorprender a unos y otros. Para algunos, es mucho más de lo que imaginaban en un territorio que se sabe de monocultivo turístico. Para otros, el tanto por ciento es decepcionante si se compara con la vitalidad de la oferta cultural que existe en todas las Islas. Para los primeros, estas cifras son una puerta que se abre a la esperanza. Para los segundos, sólo confirman la gran precariedad de un sector que más sobrevive por pasión que por cuestiones que se parezcan a la sostenibilidad.

Cualquiera que siga mínimamente la vida cultural de Baleares sabe que hay actividad diaria ya todas horas. Presentaciones de libros, conferencias, cine, teatro, danza, conciertos, festivales, librerías activas, clubes de lectura, exposiciones, galerías, museos, editoriales pequeñas pero constantes, instituciones culturales que no detienen de programar, monumentos abiertos y un largo etcétera. La oferta podría ser mejor, está claro que sí, pero proporcionalmente al tamaño del territorio, no es poca. Y, sin embargo, este incesante movimiento no se refleja en el peso económico que debería tener.

La razón es más que conocida: falta de profesionalización y mucha precariedad, mucha. Poquísimas presentaciones de libros pagan quien presenta el libro, por poner un ejemplo bien claro. Mucha gente trabaja en distintos ámbitos de la cultura, pone su tiempo y aporta conocimiento, pero todo esto no consta en ninguna parte. No suma en las cuentas del empleo ni tampoco en el PIB, en ninguna parte. Es trabajo invisible que a menudo cuesta dinero a quien lo hace, aunque sostiene buena parte de lo que llamamos 'industria cultural'.

Esto nos lleva a otro problema: la falta de datos completos y fiables es clamorosa. Las estadísticas actuales no recogen toda la dimensión del sector ni están bien recogidas. El empleo real es mucho más alto de lo que indican los informes. Y mientras no haya una radiografía fidedigna, es imposible hacer un diagnóstico riguroso y, menos aún, un plan para remediarlo, aunque sea empezar a ponerlo.

Todavía queda mucho camino por recorrer. Pero si a alguien de esta tierra le parece que la industria cultural está cogiendo un peso considerable, habría que decirle que podría pesar mucho más si se la tuviera en consideración como es debido, propiciándole condiciones laborales dignas y recursos económicos y técnicos adecuados, al menos suficientes. También se haría lo posible para aumentar su peso si se valorara realmente todo lo que genera –no sólo en términos de PIB, sino sobre todo como motor social, educativo e identitario.

Sólo aumentando su consideración y los recursos podríamos hablar, con propiedad, de lo que pesa la cultura. Porque no es lo mismo la industria cultural que la cultura: aquella que nos explica, que nos conecta y que, incluso en medio de la precariedad, sigue sosteniendo nuestra forma de mirar el mundo.

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