Manifestación del 1 de mayo de 2022 en Palma.
14/10/2025
4 min

El sindicalismo necesita una revisión profunda. Y el sindicalismo de país –el soberanista; el catalanista; 'el de aquí', ya me entiende– aún más. No he dicho nada que no sepan. ¿Quién se afilia hoy a un sindicato? No hace falta ser una acha para darse cuenta de que el asociacionismo laboral está atrapado en dinámicas que no siempre responden a las problemáticas de los trabajadores. Tenemos muchos síntomas de esta situación. El hecho de que el pasado Primero de Mayo no hubiera ninguna manifestación ni acto significativo de los sindicatos soberanistas es un claro ejemplo de ello. El día en que el mundo del trabajo celebra su liturgia anual, 'nuestros' no estaban allí. Y lo más grave es que nadie lo notó, nadie se sorprendió, nadie se escandalizó. La indiferencia se ha instalado en la izquierda soberanista, y esto es muy peligroso.

Ahora bien, como sociedad, nos sobran los argumentos para movilizarnos. Las Islas Baleares sufren una precariedad laboral crónica que cada temporada turística vuelve como una bofetada. Los sueldos son bajos, los alquileres, inasumibles, y la temporalidad es la norma. Mientras, la clase media se enmarece por la inflación.

Ahora bien, creo que la situación se puede enderezar. Me explico. El espacio sindical 'de país' representa hoy a un 6% o 7% de los trabajadores. Un número nada despreciable. Tiene más afiliados que muchas entidades ecologistas y culturales, un arraigo en las cuatro islas y cuenta con decenas de liberados. Si ese potencial se pusiera al servicio de la transformación social y la construcción nacional, sería una fuerza imparable. Pero la realidad, por ahora, es otra. Los sindicatos que representan este espacio son, a menudo, monotemáticos y se concentran en sectores muy concretos, como la educación o la función pública. Hablan mucha lengua, pero demasiado poca economía productiva, vivienda o turismo. Si el sindicalismo mallorquinista quiere tener futuro, debe salir de su zona de confort.

Necesitamos, pues, un sindicalismo que entienda que el conflicto laboral no es sólo salarial sino estructural: debemos hablar de qué modelo económico y social queremos para nuestro territorio. Entendamos que la lucha es el motor del cambio social. No se trata de competir con CCOO o UGT en afiliación y delegados sindicales, sino de influir en ellos. Y esto es posible. No es nada descabellado pensar que se puede obligar a los grandes sindicatos estatales a tener una mirada de país, si conseguimos tener una agenda sindical propia. Es necesario, pues, un proyecto que una justicia social y arraigo cultural. Que entienda que defender un salario digno para una camarera de hotel o una enfermera es también defender la continuidad de una comunidad que habla una lengua y comparte tradiciones. Porque cuando el trabajo se degrada, las herramientas de cohesión social se rompen y el futuro común se hace imposible. Un sindicalismo mallorquinista debe defender al país como patrimonio colectivo, sabiendo que cada convenio y cada derecho laboral son piezas del futuro que queremos. El sindicato debe ser una puerta de entrada a la nación, el espacio donde los trabajadores recién llegados entiendan que defender sus derechos es también defender al país.

No se equivoque. No hay ninguna ingenuidad en esta mirada. Conozco bien el camino recorrido. Sé perfectamente los pasos que llevan décadas intentándose dar, los aciertos y las bofetadas que nos hemos llevado. Lo difícil que es todo. Pero para avanzar, es necesario persistir: ir, ir e ir. No hay otro camino.

Pero esto es imposible mientras continúe el ridículo espectáculo de los minisindicatos peleándose por migajas. En sectores como la educación, cuatro sindicatos compiten por el mismo espacio, debilitándose mutuamente. Mientras, los salarios de los docentes siguen congelados y los problemas estructurales no se resuelven. Esta fragmentación es un lastre, no una riqueza. Si no sabemos unirnos entre nosotros, ¿cómo pretendemos influir a los grandes sindicatos o el debate social? En consecuencia, el sindicalismo de país debe realizar una reflexión profunda y explorar coaliciones y nuevas formas de organización, adaptadas a un mercado laboral globalizado que cambia a gran velocidad.

Hay que decir que algunos pasos se han dado en este sentido. Por ejemplo, en su último Congreso, el STEI creó una secretaría del sector privado. Buena iniciativa. También es buena idea haber decidido convocar el próximo día 15 una huelga de 24 horas en solidaridad con Palestina. Pero hace falta mucho, mucho más. Y eso es cosa de todos, no lo olvidemos. Como dice su secretario general, Miquel Gelabert: "Acaso los sindicatos debemos reinventarnos, pero la sociedad también debe reinventarse". Es necesaria, pues, autocrítica, pero también audacia.

En definitiva, lo que nos jugamos es demasiado importante para seguir simulando que no pasa nada. Las Islas Baleares no pueden ser sólo un decorado para turistas en manos de especuladores y fondo buitre, mientras quienes viven y trabajan en él se dejan la piel por sueldos de miseria. Necesitamos un sindicalismo mallorquinista que recupere la dignidad de la clase trabajadora, que una locales y recién llegados, que influya en los grandes sindicatos y que, sobre todo, deje de dar pena. Porque sin eso, el futuro de Mallorca lo decidirán los de siempre.

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