Las colonias agrícolas de acera de mar

Portocristo, Portocolom, Colonia de Sant Jordi y Colonia de Sant Pere son vestigios de los centros de explotación agraria que se fundaron a mediados del siglo XIX para aprovechar unas tierras del litoral consideradas hasta entonces improductivas. A principios del siglo XX acogieron los primeros núcleos de veraneo de Mallorca

La Colonia de Sant Jordi a principios del siglo XX.
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PalmaA mediados del siglo XIX los mallorquines dejaron de atrincherarse en el interior de la isla y pasaron a habitar también la costa. Era un lugar ancestralmente temido por ser la puerta de acceso de epidemias y ataques piratas. Aquella nueva relación vino marcada por una serie de leyes estatales encaminadas a promover colonias agrícolas. Lo explica el investigador de María de la Salud Bartomeu Pastor Sureda: “Era un proyecto que se emprendió en todo el Estado. En Baleares sólo se crearon en Mallorca. Las más importantes fueron las del litoral (cuatro), que son las que todavía perviven, aunque con un uso residencial. entonces improductivas porque eran demasiado delgadas. Fueron utilizadas para el cultivo sobre todo de viñedos y almendros, pero también de higueras, algarrobos y cereales para hacer pan”.

Los terratenientes explotaron aquellas tierras mediante el arrendamiento o la venta de parcelas. Como una gran mayoría de la gente de la época no tenía suficiente dinero para realizar una inversión tan importante, la legislación ofrecía una serie de incentivos. Existía la exención del pago de cualquier tipo de impuesto y el de las contribuciones vinculadas a la vivienda. Igualmente, los que estaban en edad de realizar el servicio militar quedaban exentos del sorteo. "Fue –asegura Pastor– una oportunidad para detener la sangría de la emigración que sufría Mallorca desde principios del siglo XIX. Ante la ingente mano de obra que necesitaban las colonias agrícolas, muchas familias decidieron no partir a 'hacer las Américas'. El mismo aliciente tuvieron a los jóvenes que temían ser llamados para". En 1874 se constituyó la primera colonia agrícola, en Campos, con el nombre de Ses Comunes Velles. Era muy pequeña, de tan sólo once hectáreas y ocho habitantes.

A partir de 1876 la desecación de la Albufera de Alcudia en manos de unos ingenieros ingleses permitió la creación de otras dos colonias de interior, que llegarían a acuñar moneda propia. Una fue Gatamoix, cerca de la actual gruta de Sant Martí. Conocida posteriormente como Sant Lluís, fue una de las mayores, con 200 trabajadores, procedentes sobre todo de Pollença. La otra, la Vileta, de lo contrario llamada Cas Fusteret, se levantó a unos dos kilómetros de sa Pobla, en la carretera de Muro. Sus cerca de 40 plazas fueron ocupadas por gente de Alaró y Consell. En 1876, en Llucmajor, un centenar de personas se encargaron del cultivo de 287 hectáreas de la posesión de Son Mendivil y Cases Noves de s'Aljub. Fue la colonia que desarrolló un núcleo urbano más importante.

Colonias marineras

La primera colonia agrícola en acera de mar es de 1870 y se fundó dentro del término municipal que hoy pertenece a ses Salines. Tenía más de 200 hectáreas, que serían gestionadas por unas 150 personas. Se dijo Colonia de Sant Jordi en honor del hijo de su impulsor, Guillem Abrí Dezcallar, marqués del Palmer, propietario de la finca del Valle, que después compraría el banquero y contrabandista de Santa Margalida, Joan March. En 1877, en Felanitx, se formó la colonia de Ca n'Alou y Pla de la Sínia. Del litoral, fue la mayor, con 560 hectáreas para 270 jornaleros. Con el tiempo daría lugar al actual topónimo de Portocolom, que proviene de una alquería cercana de la Edad Media de raíces latinas.

Pescadores en la Colonia de Sant Jordi a principios del siglo XX.
Pescadores en la Colonia de Sant Jordi a principios del siglo XX.

De 1880, en Artà, es la Colonia de Sant Pere, llamada así seguramente en homenaje del patrón de los pescadores. Ocupó 400 hectáreas de un conjunto de fincas. Y en 1888, en la costa de Manacor, en la posesión de la Marineta, de 14 hectáreas, un centenar de temporeros empezaron a explotar la colonia Agrícola del Carmen, embrión del actual Portocristo –el topónimo recordaba una leyenda del siglo XIII sobre la llegada a la llegada después de un temporal de un barco exvoto. De 1891 data la última colonia agrícola en Mallorca. Fue en el archipiélago de Cabrera, con el nombre de Villa Cristina en honor de la reina María Cristina. Estaba centrada en el cultivo de la viña y dio trabajo a más de 100 personas, principalmente de Muro.

Cambio de fisonomía

En 1889 el campo mallorquín sufrió una terrible crisis, que se agravó ante el incremento demográfico –entre 1860 y 1887, la isla había pasado de 209.064 habitantes a 249.008. En 1889, según las crónicas de la época, 10.000 isleños, el 4% de la población, emigraron. La situación empeoró en 1891 con la invasión de la filoxera, que estropeó los viñedos. "No todo, pero –apunta Pastor–, fue culpa de esta pandemia. El vino de Mallorca era muy chirria. Tenía muy poca graduación. Cuando llegaba a Francia, acababan echándolo".

Aquella crisis agraria afectó de lleno al rendimiento de las colonias. Además, en 1898, con la pérdida de Cuba y Filipinas, muchos jóvenes ya no pasaron pena de ser llamados a filas, dejando de trabajar en ella. Así, de las nueve que hubo, sólo sobrevivieron cuatro, las marineras: la Colonia de San Jorge, la de San Pedro, Portocolom y Portocristo. "Sus antiguos jornaleros se acabaron reconvirtiendo en pescadores y se pusieron a acondicionar sus chabolas como casas". El cambio de fisonomía se produjo a principios del siglo XX. Los 'baños de mar y de sol' que recomendaban las teorías higienistas llegadas de Europa animaron a las clases acomodadas a tener su propia residencia en acera de mar.

En los años 30 esa moda terapéutica coincidió con la eclosión del turismo. En 1932, en la Colonia de Sant Jordi, el marqués del Palmer construyó el primer establecimiento turístico, el Hotel Playa. Su historia puede seguirse en el libro Colonia de Sant Jordi. Hijos de su tiempo (2021). "En un primer momento –dice el autor, el investigador campanero Cosme Rigo–, más que extranjeros, se alojaron palmesanos de un determinado nivel económico. Eran sobre todo amigos o conocidos del marqués. Uno de sus ilustres huéspedes fue el general Francisco Franco, que entonces estaba destinado en la isla como comandante militar de Baleares".

Aquellos primeros turistas eran la nota de color de un núcleo que a principios de los años 30 tenía más de 200 habitantes y que oficialmente se llamaba 'Colonia de Campos' o 'Puerto de Campos' –luego la gente se referiría a él como 'Campos del puerto'. Algunos trabajaban en la extracción de sal en los estanques de ses Salines y otros en la fábrica de magnesio que se construyó en la década de los 20. Para sus hijos también se habilitaron escuelas.

Guerra Civil

Al producirse el levantamiento militar en julio de 1936, la Colonia de Sant Jordi tuvo una importancia estratégica primordial. "Según fuentes recogidas por el padre Massot y Muntaner –indica Rigo–, el ejército republicano estudió la posibilidad de que la playa del Trenc y del Carbó fueran el escenario del desembarco de las tropas del capitán Bayo. Al otro lado ya habían ocupado Cabrera, que les debía servir de portaaviones y de campo base. estuvieron alertados y enviaron a la Colonia de San Jorge columnas móviles y ametralladoras para detener la invasión, que finalmente se trasladó a Portocristo el 16 de agosto".

Durante la Guerra Civil, el Hotel Playa acogió a escuadristas de la aviación italiana que Benito Mussolini envió en apoyo a Franco para bombardear el Levante español. En ses Salines tenían una pista de aterrizaje, que se habilitó sobre un campo de higueras para descongestionar el aeródromo de Son Bonet de Palma. "En otra casa de la zona –apunta Rigo– se alojó Bruno Mussolini, uno de los hijos de Il Duce". Otro huésped ilustre fue la glamurosa artista de Hollywood Natacha Rambova. Al estallar el conflicto, acompañó a su marido, Álvaro de Urzaiz, oficial de la Marina Española, a vigilar la playa de las Covetes (Campos). "Fue de las pocas mujeres que conducía a la isla de aquellos tiempos. Estuvo a punto de ser víctima de los primeros bombardeos de los aviones republicanos".

La Colonia de Sant Jordi sería el núcleo no urbano en la orilla de mar donde se registraron más bombardeos. "No hubo ninguna muerte. Aunque tenía poca población, con los ataques los republicanos buscaban sobre todo la respuesta de los insurrectos. Querían localizar los cañones que tenían en la zona para preparar el desembarco de Bayo, que se acabó desviando. El último bombardeo fue día 20 de agosto". Terminada la guerra, se habilitaron dos campos de concentración en los alrededores de la Colonia de Sant Jordi. Uno fue los Baños de San Juan de la Fontsanta, cerca de un balneario de la antigua aristocracia palmesana, y el otro, el de Can Farineta. "Sus reclusos se dedicaron a construir tramos de las carreteras del municipio".

A partir de los años 60, la Colonia de Sant Jordi se fue transformando en la zona preferida de veraneo de palmesanos, porrerencs, salineros y montuireros. La Colonia de Sant Pere atraería un perfil de veraneantes más bohemios, sobre todo de Palma. Las otras dos que mudaron de topónimo, Portocolom y Portocristo, acogerían vecinos de los alrededores. Hoy nada hace pensar que estas colonias de verano nacieran con una finalidad agrícola.

Nido de espías nazis

Durante la Guerra Civil, la Colonia de Sant Jordi se convirtió en un nido de espías nazis. Fue el gran descubrimiento que en 2021 hizo el investigador campanero Cosme Rigo mientras entrevistaba a gente para la redacción del libro Colònia de Sant Jordi. Hijos de su tiempo . "En Guerra Civil y represión en Mallorca (1997) –asegura Rigo–, el padre Massot y Muntaner ya daba pistas al respecto. Explica que en 1935, Gil Robles, entonces ministro de guerra, decidió llevar a cabo una serie de obras de fortificación en la isla. Las encargó a ingenieros alemanes, que fueron en realidad espías. En la Colonia de Sant Jordi hubo una docena".

Aquellos espías intentaban pasar desapercibidos en un núcleo que entonces tenía cerca de 200 habitantes. "Todo apunta a que se dedicaban a vigilar el canal de Cabrera, que era por donde pasaban los barcos franceses e ingleses. La información que recopilaron les fue muy valiosa cuando estalló la Segunda Guerra Mundial". El archipiélago de Cabrera, a 13 kilómetros y medio de distancia de la Colonia de Sant Jordi, ya había sido protagonista durante la Primera Guerra Mundial. En 1915 el Estado le expropió a la familia Feliu, que inició un litigio para recuperar unas posesiones que tenían desde finales del siglo XIX. El responsable de esa operación fue el financiero y contrabandista de Santa Margalida, Joan March. Sir Winston Churchill, entonces primer lord del Almirantazgo británico, estaba cansado de que en Verga utilizara ese rinconcito de Baleares para suministrar combustible a los submarinos austrohúngaros. Era una actividad que violaba la neutralidad española en el conflicto. Para cortarla de raíz, exigió al gobierno de Romanones que se quedara Cabrera. En 1920, a petición de las autoridades de Palma, el Ministerio de Guerra arrendó el archipiélago para su explotación agrícola y pecuaria.

"Los espías alemanes de la Colonia de Sant Jordi –apunta Rigo– utilizaban una máquina de escribir llamada Enigma. Permitía encriptar mensajes que eran enviados a través de una radio. Dentro de la ayuda proporcionada por Hitler a Franco había un cierto número de estas máquinas destinadas a proteger la información que más se envían, pero los envían. sofisticada". Una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial, los espías nazis también tuvieron otras ocupaciones. "Desde Mallorca conseguían morfina de contrabando que había sido comprada a los aliados. La enviaban al frente para mitigar el mal de los heridos". Parte de este mundo de espías se puede seguir en el libro que en 1992 publicó el historiador Miquel Duran con el título Sicut ocule. Un tiempo pasado que no fue mejor. Vigilantes y vigilados en la Mallorca de la posguerra 1941-1945 (Miquel Font Editor).

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