07/10/2025
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Estos días, en los que la realidad de la época de la humanidad que nos ha tocado vivir supera, por mucho y por mal, a los peores escenarios que pensábamos posibles de la impunidad genocida del estado de Israel contra Palestina, son precisamente cuando los (im)posibles están en disputa. Y así nos lo muestran el propio pueblo de Palestina y la determinación de la Global Sumud Flotilla que, mientras escribo el artículo, y pese a la detención ilegal de parte de esa flotilla, sigue rumbo a Gaza para romper el asedio asesino de Israel. Los imposibles necesitamos, ahora más que nunca.

La realidad compleja y llena de falsedades, relatos cínicos, hipócritas y falsos hasta la obscenidad, que justifican y legitiman niveles de violencia inhumanos en todo el mundo, nos aboca a la necesidad, no de escapar, sino de enfrentar, entender, desenmascarar. Porque es desde estos presentes que se siembran las semillas de los futuros posibles que nos roban a manos llenas por todos lados, pero que, sin embargo, queremos nuestros, posibles y deseables, social y ecológicamente justos. Por eso es tan importante la disputa por los imaginarios que sostienen el mundo en el que vivimos y el mundo que queremos construir. Las ideas con las que pensamos condicionan las posibilidades que somos capaces de imaginar, por lo que resulta tan urgente abrir la mirada y subvertir los relatos dominantes del presente.

Los días 2 y 3 de octubre la Oficina de Cooperación al Desarrollo y Solidaridad (OCDS) de la UIB ha realizado las jornadas 'Actuem ara! Emergencia climática en la era de la desinformación'. Durante dos días, el campus universitario y el Teatre del Mar se han convertido en espacios para el análisis, la reflexión y la acción frente a la emergencia climática. Una de estas iniciativas tan valiosas que pretenden conectar conocimiento académico, activismo ecosocial y creatividad, y así tejer alianzas e imaginar alternativas colectivas frente a los retos globales.

La modernidad capitalista nos ha ofrecido un paquete de ideas aparentemente indiscutibles: el crecimiento económico como motor del bienestar, el progreso lineal e ilimitado, la individualidad como máxima expresión de libertad, la confianza ciega en la tecnología y la promesa que podremos desacoplar desarrollo y destrucción ecológica. Estos mitos han vertebrado, y lo hacen todavía, instituciones, políticas públicas y expectativas sociales. Pero hoy se revelan como trampas que nos abocan al colapso ya la barbarie.

El ecofeminismo crítico nos enseña que estas ideas no son neutrales, sino que responden a una lógica de dominio, de la construcción del poder y de las lógicas del privilegio, legitimando el ejercicio de las múltiples opresiones, explotaciones, violencias, injusticias y desequilibrios ecológicos que nos han abocado al precedente y ecológico. Algunos hablan de crisis de la civilización. La razón moderna, tal y como la describió Val Plumwood, ha sido construida sobre dualismos jerarquizados: cultura/naturaleza, hombre/mujer, producción/reproducción, civilización/salvagia. Esta forma de pensar legitima la explotación del medio natural y de las personas consideradas inferiores o invisibles. Reproducimos y legitimamos así una forma de violencia estructural que penetra en todos los ámbitos de la vida, como se nos hace cada día más palpable y evidente.

La disputa del pensamiento es, a la vez, una disputa del relato. ¿Qué realidad vivimos y qué realidad quieren hacernos creer que vivimos? Si nos centramos, por ejemplo, en la crisis ecológica que amenaza la supervivencia, las grandes corporaciones, las instituciones e incluso muchos organismos internacionales despliegan estrategias de greenwashing y socialwashing que maquillan de verde el mismo modelo depredador. Se nos venden falsas soluciones: coches eléctricos para mantener la movilidad masiva, mercados de carbono para perpetuar los privilegios de los más contaminantes, megaproyectos renovables que repiten la lógica extractivista. Se habla de transición energética, pero a menudo se deja intacto el núcleo del problema: un sistema basado en la acumulación y explotación.

El resultado es una narrativa hegemónica que oscila entre la negación del problema y el fatalismo paralizante. O bien se nos dice que todo está bajo control gracias a la tecnología, o que no hay nada que hacer ante la magnitud de la crisis. En ambos casos, el mensaje es el mismo: no cuestionar el orden establecido mientras nos precipitamos hacia el colapso.

Pero aquí es donde necesitamos dar la vuelta y disputar los posibles. El colapso no es una apocalipsis repentina, sino un proceso de pérdida de complejidad, un punto de no retorno, esto es cierto. Pero cuando todo cae, todo lo que debe nacer está por hacer. Por tanto, la pregunta no es si el colapso llegará, porque ya está ahí, la construcción del mundo tal y como lo hemos entendido en las últimas décadas está colapsando. Por tanto, la cuestión es, cómo lo transitam y con qué imaginarios planteamos durante y el después. Ante las distopías inevitables que se nos presentan, debemos reivindicar las ecotopías deseables y las utopías emancipadoras. Imaginar futuros diferentes no es una fuga de la realidad sino una herramienta política fundamental. Los imaginarios ecosociales nos permiten proyectar formas de vida que pongan en el centro el cuidado, la interdependencia, la soberanía de los pueblos y la relación respetuosa con la naturaleza. No hablamos de volver atrás ni de caer en nostalgias idealizadas, sino de construir nuevos horizontes a partir de otros valores: la comunidad, la cooperación, la simplicidad voluntaria, la diversidad y la justicia social.

Hoy, frente a la realidad esperpéntica y de horror que se nos pretende imponer, nos encontramos ante un cruce histórico: o renunciamos a disputar los imaginarios y aceptamos un futuro distópico dictado por los psicópatas que lideran el mundo, o nos atrevemos a imaginar y construir otros horizontes. Resistir –y construir una alianza global de los pueblos (me permite añadirlo)– es existir. Es el lema de la próxima convocatoria del 5 de Octubre por Palestina. Ahora más que nunca, las utopías no son un lujo, sino una necesidad vital. Porque sólo si podemos imaginar mejores mundos, tendremos la fuerza colectiva para hacerlos posibles. Palestina nos muestra el camino.

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