La hija única

Estamos cansadas: queremos ser 'tradwives' un rato

Con las amigas bromeamos, pero con ese tono de broma cómplice, mirándonos de cola de ojo, jugando con el sarcasmo justo para adivinar si lo que estamos diciendo realmente sería una locura sin la pátina de humor

Betty Draper, de Mad Men, una de las tradwivas más icónicas de la televisión.
23/11/2025
3 min

PalmaAhora resulta que me gusta hacer batch cooking. Somos la persona que habría intentado evitar ser si, hace cinco o diez años, me hubieran dicho que acabaría haciendo esto un domingo: preparar una olla de dos litros de crema de verduras para meterla en tuppers para toda la semana. Lo peor –y lo que me hace aún más a esa persona que habría odiado ser– es que me resulta terapéutico. Durante las dos horas que dura mi ritual, sólo estoy concentrada en esto. Tampoco es ningún mérito, aunque haya descubierto una nueva manera de meditar. Es que tener en marcha tres preparaciones distintas de comida te obliga a estar bastante concentrada. Me asusta sobremanera pensar que he encontrado satisfacción en esta hiperproductividad: tener la mitad de las comidas de la semana resueltas en media tarde. Qué lástima.

El preámbulo de todo esto fue aprender a hacer granola. Dedicar un rato –20 minutos, a lo sumo– a preparar, mezclar y hornear la avena, los frutos secos y las semillas con la miel me dio una cata de esa sensación que, ahora, he conseguido elevar. No sé qué es, pero encuentro un efecto placentero en todo el proceso de preparación, en sentir que, durante el tiempo que tarda en hacerse la comida, sólo me dedicaré a hacer esto. Es entonces cuando deje salir a la pequeña tradwife que vive en mi interior para encontrarle un uso en todos los utensilios de la cocina que, en realidad, son totalmente prescindibles: hervidor de agua, mandolina, vaporadora… A momentos, la experiencia es casi catártica, porque consigo olvidar todas las demás cosas que debería estar haciendo. Procrastinar cocinando me hace sentir menos culpable. No es que olvide todo lo que tengo pendiente, es que al menos lo estoy dejando de lado por algo de lo que no me arrepentiré. Y esto amansa un poco mis pensamientos intrusivos.

Con las amigas bromeamos, pero con ese tono de broma cómplice, mirándonos de cola de ojo, jugando con el sarcasmo justo para adivinar si lo que estamos diciendo realmente sería una locura sin la pátina de humor: "Ojalá ser tradwife una temporada. nos queda por estar en casa que, en un momento de delirio, la única manera que hemos encontrado es convirtiéndonos en ama de casa. Como si no hubiera un término medio. tradwives. A veces, incluso, fantasie con el hecho de maternar. No con tener hijos, sino con la acción de maternar. En momentos de debilidad, lejos de verla como un trabajo mastodóntico, se me presenta como un descanso. Un descanso de la productividad económica, de la presión de progresar, de los nuevos retos. Y se convierte en la única excusa justificada para detenerlo todo y replegarme, crear un ecosistema compatible con la vida, volver a las necesidades básicas: comer, dormir, salir adelante y poco más.

Mientras hago y deshago este texto, entr en Substack para orearme, e instintivamente busco mi píldora de Trankimazin en internet que es el blog Eso que haces, de Noe Olbés, donde charla con creadoras –escritoras, fotógrafas, periodistas, diseñadoras– sobre sus rutinas. La última entrada, 'Fotografiar la intimidad', comienza citando una escena del libro La Fiesta (Ediciones de 1984), de Tessa Hadley, que me lleva exactamente a esa sensación que intento describir, y que me tiene confundida: "En casa, el vapor de los aguiados de Rose se condensaba en las ventanas. (...) Todo aquel caos de la vida doméstica a veces le resultaba asfixiante e intolerable las y las intolerable las, vidas. Aquella tarde, sin embargo, no pararon de reír y de mostrar una energía exuberante, a pesar de que la cena les pesara como un plomo en la barriga.

Pienso en estas mujeres que describe Hadley y, de repente, llega a la conclusión de que deberíamos convertirnos en nuestras propias tradwives, que deberíamos garantizar a nosotros mismos el nivel de cuidado que sólo se nos presume de cara a los demás. Y, por primera vez, me parece una buena idea que, aparte de tener una habitación propia –una casa propia, en el mejor de los casos–, estaría bien también tener un tiempo propio para refugiarnos, para hacer caer, para no tener que sacrificar ninguna otra parcela de la vida en favor de nuestro caos doméstico.

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