23/11/2025
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Ahora que se han cumplido cincuenta años de la muerte de Franco, ha apetecido, tanto a la prensa progresista como a la conservadora, hacer un balance no tanto de la figura como de lo que significó la dictadura fascista que vertebró políticamente el país durante treinta y seis años. Sólo Portugal ha tenido una dictadura de derechas más larga; ningún otro país del mundo (y el salazarismo no fue tan mortífero) tuvo una férula equiparable, ni siquiera las dictaduras militares de Venezuela o Paraguay. Esto, evidentemente, debe tener consecuencias en la vida civil y política, como la tiene si la dictadura es de izquierdas y muy larga, como en la URSS, China, Cuba y Rumanía, entre otros.

Las dictaduras pudren la mentalidad de los países; no basta con implantar una democracia formal para que de repente la gente y la clase política empiece a actuar con normalidad y justicia, con pluralismo y libertad. En España ha habido terrorismo hasta hace poco; y la violencia policial no ha terminado de erradicarse, y la polarización no ha desaparecido, sino que no ha hecho más que incrementarse. Tampoco la libertad de expresión es indiscutible, con cantantes en prisión. Ni que decir tiene que una sociedad gobernada por el fascismo es una sociedad groseramente patriarcal, y que tampoco el patriarcado ha hecho por aquí muchas reflexiones críticas. También una dictadura congria mucha desconfianza en las instituciones, así la Policía, los juzgados o incluso Hacienda.

Pese al estado de las autonomías, la partitocracia hace que todo funcione, en la práctica, como un estado centralizado; desde Madrid se deciden incluso las consejerías más irrelevantes de un sistema institucional que fue muy bien para colocar a franquistas desde el día siguiente de la muerte del dictador. Y aunque los franquistas de aquella hornada ya estén muertos, se ha perpetuado una clase social –familias, linajes, verdaderas sagas– que creció y prosperó a la sombra de la dictadura, de sus negocietes o negociados, y que sigue ahí, también en las cátedras. Si en muchos sitios la derecha se ha hecho populista y agresiva, aquí sólo ha tenido que volver a la nostalgia franquista para hacer el mismo discurso. Pero si existe una dimensión franquista en la España de ahora está en la relación con las lenguas que no son el castellano. El derecho a ser monolingüe en castellano en toda España es un derecho que sólo puede sostenerse desde una mentalidad de dictadura.

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