Contra la desaparición del comercio local: todos tenemos un papel

En los últimos quince años han bajado la persiana 5.000 comercios en Baleares. Es una cifra que da vértigo y que evidencia que nos encontramos ante un cambio de modelo profundo que va más allá de la economía. El cierre del comercio tradicional es también un proceso de pérdida colectiva: de la singularidad de nuestras calles, de la identidad de los barrios y pueblos, de la red de confianza y apoyo mutuo que se genera entre clientes y comerciantes.
El comercio de siempre no es sólo un espacio para comprar. Es memoria, relación social, economía de base y patrimonio cultural. De hecho, la Unesco valora a los tejidos comerciales como elementos a conservar, consciente de que tienen implicaciones sociales y culturales tan importantes como las económicas. Por eso, cuando una ciudad sustituye a las tiendas familiares por franquicias y cadenas globales, pierde mucho más que establecimientos: pierde autenticidad.
La gentrificación comercial es un hecho. Al igual que la vivienda expulsa a los vecinos, las dinámicas de mercado expulsan al pequeño comercio. Los locales se disparan de precio, las normativas urbanísticas a menudo no los tienen en cuenta, y la presión del turismo y de la especulación acaba haciéndolos inviables. El resultado es una calle uniforme, donde la que encontramos en nuestras ciudades es la misma que en la mayoría de ciudades del mundo. Pero también existe una dimensión económica que no podemos obviar. El comercio tradicional era a menudo el medio de vida de una familia. Los negocios recién llegados suelen contratar a personal eventual, con salarios ajustados y alta rotación. Los que vienen llega de fuera, y los beneficios también se van fuera. Perdemos arraigo, trabajo estable y circulación de riqueza en las Islas.
Se necesitan más medidas públicas. El Govern, los consejos y los ayuntamientos deben hacer mucho más que otorgar placas a establecimientos emblemáticos. Necesitamos más políticas de apoyo al comercio local: fiscalidad diferenciada, ayudas a la modernización y regulaciones que limiten su sustitución sistemática. También es imprescindible un urbanismo que ponga la vida cotidiana en el centro, y no sólo el consumo masivo y el ocio turístico.
Pero no basta con la acción institucional. También como sociedad tenemos un papel que jugar. Cada uno de nosotros decide todos los días con sus hábitos de consumo. Si compramos en el pequeño comercio, no sólo hacemos una transacción económica: contribuimos a mantener vivo el entorno, a sostener familias ya proteger la identidad de los barrios. Si, en cambio, elegimos Amazon o la franquicia de turno, reforzamos un modelo que nos hace más dependientes.
El debate es mucho más profundo de lo que parece. Hablamos de quiénes somos y de qué ciudad queremos habitar. Sin comercio de proximidad no existe vida de proximidad. Y lo que hoy es una persiana bajada, mañana puede ser una calle que no reconoceremos como propia.