17/11/2025
4 min

"Yo tenía una casita junto al mar, yo tenía un jardín florido y un cielo de paz, yo tenía una barca y unas redes en la playa y una dulce madrugada al despertar...", así comienza la Balada de Lucas, la habanera que en Menorca popularizó Joana Pons hasta el punto de que la canción hoy forma parte del imaginario colectivo menorquín, y también de los mallorquines que somos afectados, de vez en cuando, de dar un salto a la isla vecina.

De estampas bucólicas, de paisajes idílicos y de nostalgia mal entendida hace muchos años que vivimos. Tener una casita en la Mallorca campesina de hace cien años no era algo tan generalizado. Los campesinos de un tiempo estaban de amigos a las posesiones y si podían avanzar una peseta, llegaban a tener una puesta en el pueblo. Casita mía, decían, por pobre que sea. Con el tiempo, cuando el dinero empezó a manar de las ufanas fuentes hoteleras y las tiendas de souvenirs y los bares y restaurantes se añadieron a la fiesta, quien más quien menos avanzó un duro. Y quien más quien menos supo hacer rendir el dinero dentro de lo que se entendía como una clase media más o menos empoderada.

Mallorca, sin embargo, focalizaba sus esfuerzos productivos en la orilla del mar. Se construían nuevas urbanizaciones que concentraban todo el turismo en las peñas, a ras del agua. El resto de isla, 'los pueblos' sobre todo, vivían de espaldas a todo aquello. Eran dos estilos de vida impermeables. Cómo decir: "Sabemos dónde debemos hacer el dinero, pero que no nos toque el guijarro". Todo se rendía en dos meses fuertes de temporada, de cien por cien de empleo. Tres, a lo sumo. Se hablaba de "desestacionalizar" y de "turismo cultural", como se habla de unas quimeras lejanas, con la idea de aligerar los veranos de carga humana.

Pero el dinero gotea. Engatan. Y hoy muchos de los nietos del hambre, muchos de los hijos de la prosperidad, han avanzado fácilmente una casa, o dos, o tres. Ya no son casitas. Muchos se aflojan, de unas vacaciones a orillas del mar, si pueden utilizar la casita para alquiler turístico. Y los que la tienen en el pueblo, consienten bien, en tenerla vacía un par de meses, si seguido seguido pueden alquilarla a 500 euros el fin de semana. Ya tenemos la mama turística democratizada, turistas de fin de año, coches y bicicletas en todas las carreteras, y todavía hay quienes encuentran que no basta.

Y si, en lugar de una casa, han heredado un piso, o lo han podido adelantar, lo alquilan sin miramientos a 1.000 euros, a 1.500, a 2.000... "que no debemos hacer de tontos", y buscan una enfermera valenciana, o una maestra de Tarragona. Hoy, aquí, en el jardín de las delicias dinerarias, hay demasiada gente que no se conforma, que nunca la tiene suficiente y que, por paga, todavía se presenta como víctima de tantas cosas que le pasan, "por culpa de los moros, que vienen a tomarnos el trabajo".

Y cuando se trata de vender, por supuesto, en el libre mercado donde tanto gusto pasamos de vivir, lo hacemos al mejor postor. Según el Portal de la Vivienda del Consejo del Notariado español, el precio de las casas y pisos en las Islas Baleares ha subido un 15 por ciento en el último año. La media de edad de los compradores es de 49 años (ni te lo pienses, jovencito, que puedas comprar nada). Un 15 por ciento de las compras se ha realizado en nombre de personas jurídicas. ¿Tiene alguien que viva a vecindario de tu casa, de persona jurídica? Cuatro de cada seis casas se han vendido a extranjeros. Una tercera parte de esos compradores son alemanes no residentes.

Hemos convertido Mallorca en el paraíso del absurdo, un edén para ricos externos donde los aborígenes deyectan y rechazan la mano de obra barata gracias a la que han podido construir la fábrica de dinero que les ha permitido salir de la miseria en la que vivieron sus ancestros. Hemos convertido la vivienda en un negocio dentro de una manzana tapada de palacetes low-cost con piscina y barbacoa. Pero resulta que la gente que trabaja (con nómina, de forma reglada, sin trampas), si no tiene un padrino, si no tiene a alguien que le guarde la espalda, si no tiene una herencia salvadora, no llega a fin de mes, porque más de la mitad de su sueldo se va detrás del alquiler que debe pagar.

Es una obviedad, pero hay que decirla: el problema de la vivienda es transversal: jóvenes que quieren emanciparse, funcionarios y profesionales que no quieren venir a trabajar aquí para no dejar medio sueldo en el alquiler; familias trabajadoras que no llegan a fin de mes; familias recién llegadas que no encuentran sitio donde vivir... todo el mundo está tocado del mismo mal.

Y es por eso que la cosa, amable lector, ya no va de derechas ni de izquierdas. Cuando hace falta vivienda, es el estado quien debe proveerla. No podemos dejar la gestión del precio de la vivienda y la posibilidad de acceder al mercado libre, cuánto más si hemos convertido las casas en un negocio. Hacen falta actuaciones contundentes: viviendas de protección oficial, viviendas de precio limitado, todo en cantidades industriales y construidas en suelo urbano, que no nos harán creer que no haya disponible (¿para cuándo un censo de solares no construidos y de casas vacías?); limitación de la venta a ciudadanos extranjeros según tiempo de residencia; prohibición del alquiler turístico en toda la isla, pisando todos los ojos de piojo de clase media que sea necesario; regulación del precio del alquiler; sanciones a los propietarios de casas vacías. Y todo lo necesario para que la gente que trabaja no se sienta tonta.

stats