La Fajina
17/11/2025
4 min

PalmaEl franquismo no desapareció con la muerte del dictador. Que pervivan alrededor de medio centenar de nombres de franquistas en las calles de las Islas no es un legado preocupante. Ni tampoco –aunque resulta suficientemente llamativo– que todavía se pueda ver algún yugo con las flechas.

Diferente es el caso del monumento –no 'monolito' como se le suele llamar incorrectamente, porque no se trata de una sola piedra sino de una construcción a base de ladrillos– que sigue erecto en la plaza de la Feixina de Palma, insultando con orgullo a las víctimas de la dictadura y enalteciendo el recuerdo del recuerdo 1947, aquél que se hacía llamar a las monedas con lo tan ampliamente repetido y que tan bien retrata la esencia de su régimen: Caudillo de España por la Gracia de Dios. Su dios, el verdadero, el que legitimó la violencia ilegal por el bien de la España eterna contra sus enemigos demoníacos: demócratas y comunistas. Esto es el monumento. No otra cosa. Cuya esencia es indeleble. No mutó porque un puñado de concejales palmesanos dijeran en el 2010 que dejaba de ser lo que era. No. Era y es el orgullo de los victoriosos de 1939, los del brazo en el aire a la romana. Como si en el 2025 siguieran desfilando a su alrededor.

De paso, la Feixina es asimismo un buen símbolo de cómo no conviene hacer ciertas cosas. Como suele decir Maria Antònia Oliver, presidenta de Memoria de Mallorca, la izquierda debería haber derrumbado el monumento sin reparos. Y si después alguien hubiera reclamado a la justicia... el trabajo ya habría sido realizado. Sin embargo no lo hicieron y –como opina Oliver y el caso parece demostrar– cuando los temas de memoria democrática pasan a los juzgados suelen terminar como la procesión de la gata.

Lo de la Feixina, en fin, es llamativo, importante, irritante y vergonzoso. No es tampoco el más trascendente del legado franquista.

Crecimiento de la ultraderecha

Lo es el resurgimiento a la española del fenómeno general en Occidente del crecimiento de la ultraderecha bajo nuevos aspectos. Porque tiene trascendencia peligrosa y quizá letal para la libertad.

En nuestro país, Vox representa este fenómeno político. Vox no es sólo franquismo porque su aumento se inscribe en el general de todos los populismos de extrema derecha, pero Vox es también franquismo porque, en parte, se alimenta de un factor sólo español: la pervivencia de un –a menudo falso– recuerdo de la dictadura en clave positiva. Es lo que el ahora tan criticado sociólogo José Félix Tezanos acuñó como "el franquismo sociológico", tal y como suele recordar el politólogo mallorquín Eli Gallardo.

Este franquismo sociológico puede arraigar mucho más fácilmente en las sociedades que se debilitan por la fuerza centrífuga de la desestructuración que en las que la centrípeta de la unión las fortalece. Dicho de otro modo: Baleares es un terreno abonado para el crecimiento del neofranquismo en su versión moderna del populismo ultraderechista que representa a Vox.

El cuerpo social único balear es inexistente, lo que de siempre nos ha debilitado. Además, el insularismo ha matado a cualquier opción de fortaleza común. Ya ocurría justo después de la muerte del dictador, cuando en 1976 las plataformas de la disidencia democrática se reunían en Barcelona, ​​Madrid... y las de las Islas nunca pintaron nada sobre todo debido a su esencial desunión que, por eso, eran incapaces de presentar una voz común. Desde entonces no hemos mejorado mucho.

Un solo cuerpo baleárico

A esta debilidad intrínseca, de no querer un solo cuerpo baleárico unido, ahora hay que añadirle la masiva inmigración recibida en los últimos 50 años, que ha creado en cada isla múltiples sociedades. La desestructuración es la norma y hace imposible una sola unidad. Algo que se traduce en la fragilidad conjunta, lo que tiene consecuencias de todo tipo. Por ejemplo, en las urnas: pulverizamos uno tras otro los récords de abstención, en especial en Ibiza y Palma.

La biología enseña que los cuerpos débiles son propensos a la enfermedad con potencialidad letal. En política ocurre lo mismo. Las múltiples sociedades e identidades que coexisten en cada isla debilitan al conjunto haciéndolo muy poroso en la penetración de la extrema derecha.

No puede extrañar que el diferencial positivo balear del voto a Vox sea del orden de tres puntos porcentuales por encima de la media estatal. La débil identidad isleña le favorece y, al mismo tiempo, ayuda a generar el falso recuerdo positivo que suficiente gente tiene del franquismo. Hoy, en las Islas –datos del demógrafo Pere Salvà–, pervive el 25% –incluido el crecimiento vegetativo– de los que vivían en 1975, año de la muerte del dictador; con tan grueso demográfico que no puede tener ningún recuerdo de la dictadura, ésta debería ser un mal sueño lejano. Pero no. Si en todo el país quienes manifiestan tener comprensión y simpatía hacia el franquismo son ya un 20%, según el CIS, sobre todo los jóvenes, no es difícil imaginar que aquí –aunque no tenemos datos específicos– el porcentaje sea suficientemente superior.

Éste es, con mucho, el más relevante, penoso, peligroso y trascendental legado de Franco: que 50 años después de su muerte todavía está vivo, sobre todo en Baleares.

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