17/11/2025
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Me deleía por el libreto sobre las Místicas mallorquinas (Leonard Muntaner, Ed.), desde que la escritora e investigadora Rosa Planas me había explicado que trabajaba allí. No esperaba encontrar las ídolas de una nueva fe: más bien quería confirmar la presunción de que la vida conventual había sido, durante muchos años, no sólo un cruel castigo de parte de progenitores, maridos, et al. dual y más universal, menos antropocentrado y más mágico; a una alternativa –la vida para el Arte.

La búsqueda de Planas es exhaustiva e iluminadora: la mayoría de las grandes mujeres 'religiosas' de Mallorca se dedicaron a la música, a la poesía y al pensamiento. Gracias a su libro, añado unas predecesoras ocultadas en mi lista de referentes mallorquinas vivientes, donde ya está la poeta y narradora Antònia Vicens –que acaba de publicar Coge tu cruz (Labreu Edicions). De jovencita, Vicens se admiraba de las proezas de las místicas famosas y de sus textos. Ella que escribe de cabeza, cultiva la tierra de su corral y convive de lado con los animales no humanos, ha logrado (con devoción y esfuerzo) la capacidad de interconexión, de unidad con toda criatura viva. Y es que, si la mística es la experiencia (verdadera o imaginada) de unión directa con la divinidad, lo absoluto o la existencia, tiene sentido que los creadores la cultivamos. El de artista es un oficio sagrado, por la total implicación que supone: la creencia absoluta en el valor de una idea, a pesar del misterio –en el caso de Vicens, el poder de las palabras. Aunque sea un trabajo solitario y personal (incluso cuando se trata de arte colectivo), sólo prevalece si consigue invocar (o evocar) algo que convoque (y conmueva) a otro. Sobre todo, implica reconocer una intuición que a menudo nos conduce a estados alterados de la conciencia, iluminaciones, y tal vez visionarismo –implica escuchar, mirar, sentir y 'decir' atentamente.

Margarita Amengual Campaner, nacida cerca de 1888, fue conocida como 'la vidente de Costitx'. Los testigos comentan que, cuando profetizaba a la gente desorientada o desesperada que la visitaba, "no coordinaba el lenguaje sintácticamente"; que utilizaba expresiones inventadas; y que rezaba en verso. De igual modo, Vicens ha ido destilando la lengua hasta tal extremo que no parece ningún disparate de comparar su ejercicio artístico con el 'proceso de angelización' que se atribuyó a la mística (y poeta) costechera. Más que experiencias visionarias, sin embargo, Vicens nos revela ahora sus 'oiciones': siendo el propio nombre "como la reverberación / de la luz / del fuego / sobre una multitud de niños / que vagan / locos / por la ciudad / deshecha"; conversa con los ancestros "en medio del murmullo de los árboles"; echa la oreja al buen ambiente, y descifra el rumor "de alguien que reza. Y no el viento deshojando rosas"; percibe los "ecos/de una batalla cruenta". Mientras la poeta nos pide que no escuchemos "los chillidos de quienes derraman su sangre por amor", la voz poética exige en la mano intérprete, sibila, que asuma su destino.

Hija de una familia trabajadora que no pudo aportar dote al convento donde le ingresaron, Caterina Maura Pou (1664-1735) estaba fatídicamente condenada al analfabetismo. Pero, aferrándose a una energía misteriosa, aprendió a leer, y enseguida compuso coplas y escribió estrofas con las almas del purgatorio. Los palmesanos le amaron, admiraron y veneraron. Su ventura remite a 'La librería' de Vicens: el santuario privado, íntimamente deseado y conseguido con sacrificios, se convertiría en la capillita familiar ante la que también sus padres mostraban respeto (y nosotros nos extasiamos). La clarividencia en relación al propio futuro y la contribución de cada uno a la realidad colectiva; la determinación a responder a las preguntas de Patti Smith: "¿Cómo me modelaré el alma?", "¿qué escribir ya qué me comprometeré?"; ligan lo místico con lo artístico, a través de la búsqueda del conocimiento sin utilitarismos ni fines ocultos.

"Sólo era una casa pequeña e insignificante con un jardín desgarbado, pero para mí era un lugar místico, plateado, sagrado", dice Patti; "Mi habitación eran cuatro paredes oscuras y yo podía dibujar un jardín con las palabras", Antonia responde. Por las corrientes invisibles del Arte, habiendo roto "a merced de los Eclipsis", la escritora santañera y el artista de Chicago Patti Smith se encuentran con los respectivos últimos libros en una plaza telepática; y una fascinante capacidad de autoconclusión las propulsa hacia un nuevo viaje, otro lenguaje, una etapa desconocida. (Continuará...)

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