Observatorio

En busca de Ravel

Si el programa es tan suculento como sustancioso, mucho mejor aún, dado que aumenta las posibilidades de los hallazgos, como es el caso

Bernat Quetglas dirigiendo la OCM en Pollença.
09/09/2025
2 min

PalmaDe nuevo, justo después del Festival de Pollensa, Bernat Quetglas y la Orquesta de Cámara de Mallorca, reconvertida en sinfónica para la ocasión, con más de cincuenta músicos encima del escenario del Claustro de Sant Domingo, toma el testimonio musical para adentrarse en la personalidad de más músicos que con los músicos originalidad. Maurice Ravel no necesita presentación, pero revisitarlo siempre es un gozo y de alguna manera un redescubrimiento donde podemos vislumbrar nuevos detalles y matices que no hacen más que encaramar, aún más, su indiscutible talento. Si el programa es tan suculento como sustancioso, mucho mejor aún, dado que aumenta las posibilidades de los hallazgos, como es el caso.

La primera de las tres jornadas dedicadas al francés se inició con el Ravel Sinfónico, y qué mejor manera de hacerlo que con la delicada y descriptiva Apertura-Fantasía, de Sherezade, que sin pausa abrió la puerta de peine en ancha al mítico Bolero, que por su compleja sencillez y las incontables versiones que quien más quien menos ha escuchado a lo largo de su vida requiere la más precisa de las interpretaciones. De alguna manera, éste Bolero fue el que marcó el nivel de la velada, lo que situó al listón muy arriba. Una obra maestra articulada sobre la estructura de un único tema del que van brotando toda una serie de variaciones cromáticas en perfecto equilibrio. Este equilibrio es el que Quetglas y la OCM, corregida y aumentada consiguieron en el mítico recinto lleno a rebosar.

La segunda parte se inició con el Concierto para piano y orquesta en sol mayor M. 83, a cargo de Llorenç Prats como solista. Un reto para virtuosos, con el que, el principal protagonista, ya que son muchos los que en un momento u otro se convierten en personajes primordiales de esta historia, alcanzó una ejecución muy cuidadosa, pulcra y luminosa, con todos los ingredientes de una pieza mayúscula, con una cadencia en el primer movimiento rellena de contrastes, que deja clara. Bis con sorpresa. Prats invitó al director para interpretar un fragmento de Ma mére el Oye, tal y como fue escrita originalmente, a cuatro manos. Faltaba el fin de fiesta, la Suite nº. 2, de Daphnis et Chloé, un ballet que Ígor Stravinski consideraba no sólo la mejor obra de Ravel, sino uno de los más bellos productos de toda la música francesa. Con la Suite, parecía que el recorrido era bastante abundante y considerable, pero todavía faltaba otro bis, que fue la Pavane pour une infante défunte, de una delicadeza extrema para redondear un concierto de éstos para tomar nota.

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