
Con todo lo que ocurre en el mundo –conflictos que no se detienen, discursos que crispan, ecosistemas que colapsan– a veces uno se pregunta si mirar las noticias sirve de algo más que para añadir angustia al día. Y quizá por eso, cada vez más, el refugio de un libro, el cielo estrellado o el interior de una célula no parecen mal sitios donde perderse un rato. No por huir de la realidad, sino por recordarse que todavía hay espacios que nos pueden maravillar. Que la ciencia, sin embargo, sigue descubriendo y abriendo ventanas.
Este agosto, el telescopio James Webb ha identificado una nueva luna orbitante Urano: S/2025 U 1, un pequeño cuerpo de sólo ocho kilómetros que ha estado escondido en nuestros ojos durante milenios. No cambiará el mundo, pero nos recuerda que todavía somos capaces de mirar hacia fuera y encontrar lo que no sabíamos que buscábamos.
A su vez, en el otro extremo de la escalera, un equipo de físicos en Delft ha logrado capturar el momento preciso en el que un núcleo atómico cambia de estado magnético. Una proeza de microscopía e ingeniería que, más allá de su complejidad, demuestra que también podemos mirar hacia adentro, hasta el límite de la materia.
También hay avances que nos afectan mucho más directamente. Científicos han desarrollado nanovesículas capaces de llevar quimioterapia de forma mucho más precisa, que mejoran la efectividad contra cánceres difíciles de tratar. Y las famosas 'tijeras moleculares' CRISPR-Cas9 han demostrado, una vez más, que podemos editar el genoma para atacar tumores de raíz, cuya precisión hace sólo diez años parecía ciencia ficción.
Incluso la detección precoz de enfermedades neurodegenerativas da un paso de gigante con el Fastball EEG, un test cerebral de sólo tres minutos que puede identificar riesgo de Alzheimer mucho antes de que aparezcan sus síntomas. El mecanismo es sorprendentemente sencillo: mientras la persona observa una serie rápida de imágenes en la pantalla, un gorro de electrodos registra las ondas cerebrales. Cuando aparecen imágenes repetidas, el cerebro genera una respuesta eléctrica inmediata y detectable; si la respuesta falla o es muy débil, puede indicar alteraciones de memoria.
Y así, entre moléculas y lunas, la ciencia sigue avanzando. No como solución mágica a nuestros males, sino como espacio de pausa y sentido. En un mundo saturado de ruido, fake news e inmediatez, quizá mirar hacia el infinito o hacia el microscópico es, paradójicamente, una forma de arraigarse al presente. A veces, el mejor antídoto contra el caos es observar sus partes que lo componen.