Alcanzar las expectativas, o no
El Teatro Real inician la temporada con 'Otello', de Shakespeare, y también de Giuseppe Verdi


MadridEn 2016 el Teatro Real inauguró la temporada con deOtello, y el mismo montaje que firmaba, y firma, David Adlen, con Gregory Kunde y Ermonela Jaho como Otello y Desdémona y George Petean como Iago, el tercero en discordia y personaje primordial de la pieza. Para la ocasión y como apertura de la temporada que nos ocupa, vuelve David Adlen junto a la más emergente estrella femenina del mundo de la ópera, Asmik Grigorian, en el papel de la víctima de la violencia machista por antonomasia. Una historia que doscientos años después desde que la inmortalizó William Shakespeare y ciento cuarenta que la rubricano musicalmente Giuseppe Verdi está más vigente que nunca, o quizás igual igual siempre. Por tanto, como declaración de principios, si es así, no está mal, sobre todo si el reparto tiene suficientes quilates, aunque a veces una obra inmensa e indiscutible, como es ésta, con una nómina de primerísimo nivel no es suficiente para alcanzar las expectativas, ni hace ni nueve años.
Resulta muy probable que el problema de esta traslación radique en la resolución dramática, porque si se repite con otro trío protagonista queda claro que la falta de química, que no sé exactamente qué quiere decir, debe descartarse. Por otro lado, Grigorian está sublime, impecable, diría, en todas y cada una de sus intervenciones, logrando en todo momento transmitir el estado de ánimo del personaje. Brian Jagde tiene muchas de las características necesarias para dar vida al moro de Venecia, sobre todo por su portentosa voz, básicamente voluminosa. Pero la tercera pierna no llega a todo lo que implica a un Iago. Un rol relleno de matices y con tantas referencias de una calidad soberbia que siempre es un hándicap, que hace que la historia quede algo desequilibrada. Para empezar, con un Creo en un dio cruel plan, que no logra transmitir la sobredosis de perfidia y villanía del malvado por excelencia. Tampoco lo hicieron en la cabaletta compartida en el segundo acto con el protagonista que da título a la obra, con Ora para siempre. Cabe decir que en este primer y segundo acto no ayudan demasiado, nada, unas coreografías de una falta de calidad que no resulta ni discutible por ridículas, como ridícula es la "zarzuela" vestimenta de un personaje tan innecesario como el de Roderigo. El corazón, poderoso en su primera intervención, ¡Una vela! ¡Un vela!, o exquisito con Fuocco di gioiai, mantuvo el nivel toda la representación, mientras que Nicola Luisotti fue el maestro que aportó la dosis de intensidad y color de una partitura tan rica, compleja y memorable. Sin embargo, cabe decir que la sola presencia y prestaciones de la diva hace que la función se lo pague con creces.