Las vacunas no son ideología

Pocas estrategias de salud pública tienen un impacto tan claro como las vacunas. Han sido clave para reducir drásticamente enfermedades como el sarampión, la poliomielitis y la viruela, y hoy siguen siendo esenciales contra infecciones como la cóvid-19 y el virus del papiloma humano. Sin embargo, su potencial se extiende más allá de la prevención de infecciones.
Un ejemplo de este potencial se encuentra en un estudio publicado recientemente en The Lancet, que concluye que tres de cada cinco casos de cáncer de hígado podrían prevenirse si se abordaran de forma más efectiva factores como la hepatitis B, el consumo de alcohol y las enfermedades metabólicas. La vacunación contra la hepatitis B, junto a mejoras en el diagnóstico precoz e intervenciones sobre hábitos de vida, son acciones claras para reducir esta carga.
En paralelo, la investigación en vacunas mRNA, que se aceleró durante la pandemia, ha abierto nuevas vías. Además de explorar vacunas contra virus complejos como el VIH, algunos equipos trabajan en vacunas terapéuticas dirigidas a tumores. Aunque todavía son fases iniciales, estas líneas apuntan hacia una nueva forma de inmunoterapia en la que la vacuna deja de ser sólo preventiva para convertirse en parte activa de la intervención clínica.
Estas perspectivas contrastan con una realidad política que no siempre actúa en consonancia con la evidencia científica. En Estados Unidos, el secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr. ha cancelado recientemente cerca de 500 millones de dólares destinados a investigación en vacunas mRNA. El argumento: las vacunas mRNA son "ineficientes" y "peligrosas". RFK Jr. ya anunció cambios significativos en comités científicos clave como el de servicios preventivos y el de vacunas. ElAsociación Médica Americana ha criticado duramente estas acciones que implican la pérdida de rigor e independencia en las políticas de salud pública.
Las vacunas, como otros servicios preventivos, dependen no sólo de su eficacia biológica, sino también de la confianza social y del acceso garantizado a través del sistema público o privado de seguros. Cuando esto se ve amenazado, aumenta el riesgo de repuntes de enfermedades y de inequidad en salud. ¿Ya no recordamos la pandemia de la cóvid-19?
El dilema aquí es: ¿cómo se pueden convencer a todas estas facciones negacionistas y antivacuna? Un reportaje reciente en Nature revisa las estrategias más efectivas para hablar con personas escépticas o indecisas, desde el diálogo empático y las técnicas de entrevista motivacional. Se ha visto, por ejemplo, que compartir experiencias personales, escuchar sin juzgar y adaptar la información a las inquietudes concretas puede aumentar la confianza en las vacunas. Además, iniciativas como el 'prebunking' –anticipar y desmontar técnicas de desinformación antes de que circulen– también han mostrado resultados prometedores.
La ciencia no sólo ofrece soluciones biomédicas, sino que también trabaja para entender mejor los mecanismos sociales que determinan si estas soluciones llegan a donde deben llegar. El debate sobre las vacunas no sólo es médico, es también cultural, político y comunicativo. Y cuanto más lo entendamos, mayor capacidad tendremos para proteger la salud colectiva desde el rigor y el diálogo. La ciencia es el camino.