¿Quién pone el morral en el lobo de la especulación?

El verano del año 1890, Miquel dels Sants Oliver, en una serie de artículos titulada 'Desde la terraza', que formaban parte de sus 'Páginas Veraniegas' en el diario La Almudaina, escribía que: "Tal vez tenemos bajo nuestra planta un filón que no procuramos iluminar y descubrir completamente", refiriéndose a la belleza de Mallorca y las posibilidades de convertir la isla en un destino de turismo. La idea resultaba absolutamente rompedora, pues desafiaba directamente el proteccionismo económico de la época, que intentaba, en vano, salvar los restos de un imperio que se desmenuzaba y que se hundiría definitivamente, apenas ocho años después.
A pesar de la idea romántica que se tiene de los pioneros del turismo y el reconocimiento al amor hacia el país que éste expresaron, la propuesta no dejaba de contener un componente economicista, que resultaba ética y moralmente peligroso. Eran conscientes de los riesgos latentes que comportaba la aventura: el poeta y político Joan Alcover, en el prólogo de La Industria de los Forasteros (1903), de Bartomeu Amengual, reconocía lo absurdo que sería "el afán de modernización llevado al extremo de renegar de nuestros usos y elementos naturales"; al igual que lo sería caer en "el pseudotradicionalismo empeñado en conservarlo todo". Amengual, por su parte, planteaba un dilema existencial y ontológico en torno a una industria de los forasteros por tener como objeto comerciar con personas.
Era evidente que, desde el principio, quedaban planteados cuáles eran los retos y valores éticos y morales que debían regir la actividad turística, en relación con las personas y con la sustancia de la materia prima. Términos fundacionales que, más tarde, los actores más prominentes del turismo de masas, autoproclamados únicos 'profesionales' y 'maestros del saber' en la materia, han querido aludir siempre. Pero, por mucha oscuridad y relatos fantasiosos que se hayan querido interponer, la realidad era que no se podía argumentar ignorancia o carencia de experiencia cuando, a mediados de los años cincuenta, la liberación de la aviación no regular (vuelos chárter) en el espacio aéreo europeo permitió el abaratamiento de los forfaits y el surgimiento, el surgimiento intermediarios.
Repentinamente, se pasaba de "explotar estas bellezas ingenuas y naturales, añadiendo los atractivos del arte y de la moda", que propugnaba Miquel dels Sants Oliver, y "no pretendemos entrar de encima ya costa de mil dificultades y violencias", ni "modificar radicalmente nuestros hábitos", que exigía a Joan Alcover, a una prosaica dictadura extractivista del libre mercado ya comerciar con los bienes comunes, con una afectación directa al entorno y al paisaje, materias primas del turismo. Para desmitificar el papel 'salvador' de los nuevos operadores, basta recordar que la industria pionera del turismo había demostrado que su modelo era tan exitoso que la propia Cámara de Comercio de Palma, en 1929, decía que entonces era "la industria más cercana y de mayor rendimiento". Intencionadamente, no quisieron construir sobre la experiencia pasada sino sobre las cenizas del pasado. Nueva aventura, nuevos protagonistas y nuevos responsables.
Después de casi cincuenta años de existencia del modelo implantado por los operadores internacionales, en 2002, una fuente de conocimiento experto reconocida, como es el Colegio Oficial de Arquitectos de las Islas Baleares, conjuntamente con otros colegios del Estado, publicaba un compendio de hechos e imágenes titulado La Arquitectura del Sol, donde se llegaba a la conclusión de que: "La arquitectura turística hace visible una ética que asume sin remordimientos de conciencia el trato abusivo del medio, el beneficio económico como valor absoluto y la compra de voluntades y prebendas para sostener un modelo productivo insostenible. Se legitima así un triunfo basado en la especulación y la explotación, subyacentes a la industria turística masiva".
El "trato abusivo del medio" y su remake, bajo el título 'los ojos avariciosos del capital-riesgo global', ahora se está materializando a través de un aquelarre inmobiliario, consentido y auspiciado por el gobierno conservador. La literatura comercial al respecto es clara: Don't wait to buy Real Estate, buy Real Estate and wait (No esperes para comprar inmuebles, compra inmuebles y espera), se lee en un cartel publicitario de la inmobiliaria Kensington. Compra y espera, que otro vendrá después y te hará rico: especulación. Pretenden captar los ahorros de las clases medias europeas: Baleares, paraíso de rentistas... y especuladores. Ésta es la mirada perturbadora que el depredador inmobiliario ha puesto sobre nuestra casa. Si el gobierno no lo hace, la pregunta es: ¿quién debe ponerle el morral al lobo de la especulación?
El comportamiento del poder económico, en relación con el medio y el paisaje, ha sido, y sigue siendo, de una profunda desconsideración. Han sustituido su valor estructural, por la avaricia comercial. Esto tiene consecuencias sociales y económicas que colocan actualmente al país en situaciones límites, ante importantes retos como el cambio climático, la saturación del modelo, la falta de diversificación y la brecha social y la crisis de vivienda. Aun podría hablarse de fracaso de una época, a pesar de la inmensa riqueza monetaria acumulada por algunos sectores de la sociedad. Sin embargo, los palcos en la eternidad no se pagan con dinero.
Al parecer, todos tenemos un problema, pero la culpa no es la misma para todos. Hay una clase dirigente que ha llevado al país donde está ahora, con la complacencia, a menudo, de una clase política dócil y condescendiente. Sin embargo, las responsabilidades no prescriben, es necesario que todos lo tengamos en cuenta.