En todas las pateras


El naufragio de una patera en Portopetro dejó hace pocos días el balance trágico de veinte personas heridas y una muerta. Quiero subrayar en la frase anterior la palabra 'persona'. No inmigrantes, ni sin papeles, ni víctimas de las mafias: personas, seres humanos. Ninguna vida de ellos, o ellas, vale menos que la de cualquiera de nosotros.
Tampoco es mejor, contestarán (al parecer) muchos. Solemos insistir en que es un error querer tomar el pulso de la sociedad a través de las redes sociales, porque dan una imagen distorsionada de la realidad: sobredimensionan unas ideas u opiniones mientras minimizan, u ocultan, otras. Ciertamente las redes no son, como quieren suponer algunos, el paraíso del libre discurso: más bien, ofrecen una barra libre preferentemente utilizada por cuñados, provocadores y pirómanos sociales que se esconden en el anonimato. Sus dueños –se llamen Elon Musk, Mark Zuckerberg o Zhang Yiming– lo han decidido así. Pero, sin embargo, por poco representativas que estas redes sean de nuestra realidad, a poco que reflejen un pedazo de verdad de lo que somos actualmente los mallorquines, los menorquines, los ibicencos y los formenterenses, hay motivos de sobra para preocuparse. Basta leer los comentarios que generan las noticias como la de la tragedia de la patera de Portopetro, o cualquier otra relacionada con la llegada de inmigrantes por vías ilegales, para darse cuenta de que tenemos un problema. Un problema de racismo.
El racismo es fruto básicamente del miedo, que es lo que mejor saben manejar a los políticos que asocian inmigración, legal o ilegal, con delincuencia. Nuestra presidenta, Marga Prohens, sale cada vez a hacer el discurso contra las mafias de la inmigración, que son como los ocupas: existen, pero son la parte más pequeña, casi anecdótica, de un problema mucho más amplio y complejo. Intentar reducir la cuestión de la inmigración a una película barata de mafiosos supermalos que se envalentonan por culpa del 'bonismo' de la izquierda woke (dos palabras que ya sólo sirven para expresar la nula credibilidad y la indignidad intelectual de quien las utilizan) es, además de una falacia, un error. Un error que nos puede salir caro a todos.
Lo peor que puede hacerse con un problema es negarlo, y también pensar que se puede solucionar simplemente aplicando la mano dura contra los más débiles y desvalidos. Tampoco sirve para nada quedarse lamentando cómo eran las cosas "antes" (con el agravante de que nunca se acuerda de verdad como era ese antes: sólo se evoca el espejismo de un pasado idealizado). Los nuevos ciudadanos de Baleares llegados como inmigrantes están aquí y quedarán aquí. Sus hijos y nietos, también. Cómo se gestiona y articula la llegada y la integración entre nosotros es, junto con el del cambio climático, el debate más importante que tiene Europa (Baleares están en Europa) en los próximos años. De ella depende absolutamente todo, desde el futuro de la economía hasta el de la lengua catalana.
Por eso la reacción no puede ser la de la presidenta Prohens: abrazarse a la extrema derecha de Vox ya su discurso y medidas xenófobas. Inmigración debe ser una política de país (escribo 'país' en referencia a Baleares), debatida y consensuada con todos excepto, justamente, la extrema derecha, por motivos obvios de dignidad y salud democráticas. Mientras, no olvidemos que el perjuicio que pueden causar 4.323 inmigrantes llegados en pateras es ínfimo –aunque fuera el doble–, comparado con los estragos que pueden causar unos gobernantes que legislan en favor de las constructoras, las inmobiliarias y los fondos especuladores.