Todas las agresiones lingüísticas que se producen en cualquier parte de los países catalanes nos vuelven a demostrar la poca fuerza que pretenden que tengamos en nuestro país. El aprieto siempre funciona de la misma manera; hay un castellanohablante que, ante la normalidad de que un catalanohablante se quiera dirigir en catalán –y todo en territorios de lengua catalana– se niega a entender nada, se cierra en banda, dice que no tiene ninguna obligación de aprender catalán, aunque quiera regentar un negocio o llevar una consulta médica.
Por esta casta de gente, los territorios donde viven los catalanohablantes son España, y por tanto hay que hablar en castellano: su derecho a ser monolingües en castellano debería imponerse a nuestro derecho a hablar en catalán en nuestro país. Siempre la excusa pasa por afirmar que estamos 'en España', cuando aún es más cierto que estamos en Mallorca, Cataluña, Valencia, etc. La arrogancia lingüística, por cierto, siempre se les desactiva en la frontera de Francia o Portugal, haciendo evidente que allí sí entienden que debe hablarse la lengua propia del país. Con ello dan a entender que la solución son las fronteras, aunque también muestran poca comprensión, después, ante los independentistas y sus reivindicaciones. El sistema educativo, además, fuerza a la obligatoriedad del castellano, de tal modo que todos los catalanohablantes debemos saberlo, al menos si queremos obtener los títulos básicos. Pero este conocimiento es usado en nuestra contra: se nos dice que, como sabemos el castellano, ellos no hace falta que aprendan el catalán –aunque lleven aquí décadas–, porque lo que importa es entenderse (entenderse en castellano, esto siempre).
Y así se acaban dando situaciones muy extravagantes: gente monolingüe en castellano que desprecia a quien defiende su lengua, la catalana, y que le dice que es un provinciano y un cerrado de turbera, por mucho que quien defiende el catalán hable cuatro lenguas más, tenga seis títulos universitarios y da clases en dos universidades extranjeras. ¡Un plegado de ignorantes dan lecciones de convivencia y de cultura y –cosmopolitismo! – a gente que no tiene ningún problema de lenguas ni cultura, pero quiere mantener la lengua propia en su casa. Porque –hay que decir claro– ese es el problema de fondo: que no conciben que nosotros estemos en nuestra casa sino que ellos ven y sienten que estamos en España –su casa–, y que en España todo el mundo debe dirigirse a ellos en castellano, aunque sea un cliente que, en catalán, le ofrece trabajo y negocio.
El castellano pasa no sólo por encima del catalán sino del ánimo de lucro: se aferran a su lengua por encima del hambre que les ha hecho irse de esas bandas del mundo donde sí, podían hablar castellano, pero no vivir dignamente. Debemos pagar con nuestra lengua su fracaso como países dignos. Y todo desde una concepción colonial de los países catalanes: son España, y ahí ellos tienen todo el derecho a dirigirse a cualquiera en castellano, y tus derechos no importan o son secundarios. Algo que también afirman, ya, es que son 'mayoría', criterio que nunca esgrimieron cuando éramos nosotros los que sí éramos mayoría, y no como ahora, que somos una minoría nacional, sí, pero en nuestro país. ¿No?