El reto cultural de Palma 2031
En pocos días el Ayuntamiento de Palma presentará oficialmente la candidatura para convertirse en Capital Europea de la Cultura 2031. Es un momento decisivo: o bien se aprovecha la oportunidad para repensar la ciudad desde la cultura, o bien será sólo un relato de marketing, un llamamiento más de una ciudad que quizás no necesita llamar más la atención exterior.
Del proyecto que sostendrá la candidatura se conocen pocas cosas, más allá de algunas cifras. Si Palma es la escogida, se movilizarán 48,5 millones entre 2026 y 2031 y las inversiones vinculadas a la capitalidad podrían alcanzar los 275 millones de euros. Buena parte de este dinero, sin embargo, es para proyectos anunciados por el PP incluso en campaña, como la reconversión del edificio de Gesa y la reforma de la plaza Mayor con el centro de interpretación de la ciudad.
El equipo capitaneado por el alcalde, Jaime Martínez, afirma que quiere "transformar Palma a través de la cultura". Incluso verbalizó que muchas ciudades aprovechan la candidatura a capital cultural para curar su herida más profunda, que en el caso de Palma es la masificación. La intención sería así transformar el modelo turístico de Ciudad a través de la cultura. Pero ésta es una promesa enorme que sólo puede ser creíble si el proyecto se arraiga realmente en la sociedad y en la cultura propia. Ciertamente, la cultura puede ser un motor de transformación, lo hemos visto en otras ciudades europeas. Pero para que esto ocurra, es necesario tener una base ciudadana sólida, trabajar con el tejido creativo local y tener una mirada global que no se limite a las artes visuales. Y aquí Palma hace corto. El gobierno municipal ha desplegado una política de grandes exposiciones a un ritmo más que notable, colocando las artes visuales en el centro de su relato cultural. Sin embargo, el esfuerzo con la cantera creativa es insuficiente y la cultura en su conjunto –música, artes escénicas, literatura, lengua– sigue siendo secundaria.
La primera presentación pública de la candidatura reveló un sesgo claramente turístico, pese a la afirmación reiterada de que no se quiere incrementar el turismo con la capitalidad. Ahora bien, el Ayuntamiento también la ha promocionado en las principales ferias del sector. Y la proliferación de centros de interpretación en proyecto hace pensar más en un producto cultural para visitantes que en un proceso transformador para los residentes. El modelo evocado parece el de Málaga, que el propio Martínez puso como ejemplo en un principio, pero que después descartó cuando escuchó sus críticas: grandes exposiciones, turistas fascinados, pero poca capacidad para generar arraigo y enriquecimiento cultural real.
Más que un título, Palma necesita un legado. El proceso hacia 2031 debería fijar objetivos concretos: mejorar el acceso social a la cultura, dotar a los equipamientos, profesionalizar el sector y estimular la creación. De hecho, el reto del proyecto debería ser definir su legado: qué queremos todos que quede después del 2031.