El monstruo
Cada herida es honda y singular, por eso ante el dolor no podemos dejar de hablar del monstruo ni de los protocolos monstruosos
PalmaÉste es el último artículo que escribiré este año. En diciembre pone un punto final a la ficción de los calendarios. Acaso por eso tenía la intención de escribir sobre el paso del tiempo. Es un problema inmenso conjugar el ser y el tiempo, lo sabían los filósofos griegos, lo piensan los contemporáneos. Juan Carlos Mélich en las páginas de La fragilidad del mundo nos regala reflexiones preciosas sobre el paso del tiempo, sobre la prisa, sobre la duración. No hay nada en el mundo que no sea capturado por el paso del tiempo, pero este pasado no comulga con los calendarios, estamos casi indefensos ante la duración, es irreversible.
Siguiendo este hilo, Mèlich nos invita a pensar la ética desde el tiempo. De hecho, lo formula con mucha belleza: la ética es el tiempo, porque no es posible "alcanzar un final de trayecto", que sería cosa de la moral, estamos siempre en juego. Debemos dejar de imaginar la ética en términos fijos y debemos intentar imaginarla desde la pluralidad y la contingencia. La ética pensada desde el tiempo gira en torno a los conceptos de compasión y vergüenza, sin absolutos ni paraísos posibles. Estamos ante una ética exigente, porque no existe la tregua del "deber cumplido" o de la "conciencia tranquila".
Es a partir de esta exigencia, conjugada con la certeza de que las heridas de la duración no comulgan con los calendarios, que me ha sido imposible escribir de otra cuestión que no fuera la denuncia de la barbarie. El pasado sábado de noviembre tuvo lugar un acto monstruoso en Costitx.
La violencia machista se alimenta de la herencia hegemónica y de los gestos sutiles. Cada silencio, cada justificación, cada medida insuficiente, cada vez que alguien juzga al feminismo en vez de condenar sin reservas al terrorismo machista, el monstruo se hace mayor. Hace tiempo, Arendt nos avisó de que los monstruos tienen la apariencia de alguien "normal", un vecino, un amigo, un hermano, un hijo que se convierte en capaz de barbarie. Las instituciones, los protocolos se nos vuelven también monstruosos si en vez de quitarnos los miedos nos transforman en víctimas. Normalizan la violencia, la dejan existir.
Desde las escuelas, las calles, los hospitales, los bares; desde todos los rincones cotidianos, debemos militar en contra del monstruo, debemos exigir responsabilidades a quienes en vez de cuidarnos nos desampara. Debemos convocar la complicidad que señale cada negligencia, cada hipocresía. Cualquier migaja de machismo debe ser un motivo de vergüenza, nuestra indignación no puede dar tregua.
Sentir vergüenza
Ante el "deber cumplido" del listado de teléfonos donde pedir ayuda, ante la "conciencia tranquila" de una pedagogía feminista que anima a la denuncia y nos dice que las mujeres no estamos solas, tenemos el deber ético de sentir vergüenza por cada silencio, por las órdenes de alejamiento que son papel bañado, por la oscuridad institucional que en la oscuridad institucional burocracia que llenan de noche y de sombras la vida de tantas mujeres. Necesitamos que todos los agentes sociales e institucionales realicen su trabajo con firmeza. Deseo que sientan una vergüenza parecida a la mía, al ver que el deber está siempre lejos de cumplirse.
Pasan los días y comenzamos a hablar de otros incendios que también se apagarán en breve con el agua del tiempo. Recibimos estadísticas de violencia machista que caen como una lluvia leve sobre nuestros hombros; frente al sufrimiento infinito hemos aprendido el arte envenenado de la indiferencia. Ahora bien, cada herida es honda y singular, por eso, ante el dolor, no podemos dejar de hablar del monstruo ni de los protocolos monstruosos.
La ética de la vergüenza, que propone Mélich, es de manera inevitable una ética de la compasión. Lejos de la connotación paternalista, si caminamos hacia la raíz de la palabra cum patior, encontraremos la capacidad de sufrir con el dolor de las demás, de unirnos a él en el dolor. A la madre, la hermana, las amigas del alma, a toda la gente que la quiere y sufre con ese dolor inmenso, debemos abrazarles los miedos, tiernamente, debemos hacerles saber que la impotencia que sienten es compartida por nosotros. Nos tienen, de forma incondicional, de su parte.
A ti, que el monstruo te hirió de noche, te queremos hacer llegar nuestra compañía, nuestras manos abiertas para que pongas todo el dolor y toda la rabia. Eres la herida que nos desangra a todas.