Hipocresía y derechos humanos

Escribo cuando todavía tengo las mejillas rojas y calientes de la vergüenza ajena que los ciudadanos hemos tenido que pasar en las últimas semanas, mientras que los partidos políticos han jugado al tenis con los menores migrantes. Las grandes proclamas por los derechos humanos y la dignidad han quedado algo más vacías de contenidos después de que las hayan utilizado unos representantes institucionales que no pueden disimular que lo último que les interesa es el bienestar de estas personas, que necesitan acogida, solidaridad y ayuda. Es duro oír hablar de derechos humanos a los que no comprende sus profundas implicaciones, que van mucho más allá de excusas que ofenden la inteligencia, por exigua que sea la que nos queda como sociedad.
El argumento de que Baleares no tiene capacidad para acoger a una cincuentena de menores es cierto, pero se omite la segunda parte: las Islas no tienen esa capacidad porque sus gobernantes no la quieren tener. Es lícito. Pero estaría bien que todas las cartas estuvieran sobre la mesa.
La idea de que no sabemos si los migrantes que llegan en patera vienen a delinquir también es cierta, sólo faltaría. Tampoco sabemos si vienen a construir una vida, formar una familia y salir adelante. No sabemos si son buenos o malos, cortos o genios, fuertes o débiles. Esto no lo sabemos de nadie, ni de los que nacen de nosotros mismos. Lo que sí deberíamos saber es qué estamos dispuestos a hacer nosotros por unas ciudades y pueblos mejores, si queremos ofrecer las mismas oportunidades que reclamamos para nosotros mismos, o si se trata de una prerrogativa de la que podemos disfrutar sólo por derecho de nacimiento.
Las fronteras son unas rayas, unos dibujos que se pueden girar en nuestra contra en cualquier momento. Pero de momento ya nos viene bien ser nosotros quienes decimos que no se puede pasar.
La sobreactuación de nuestros representantes está desbocada desde hace tiempo, sea el partido que sea, gobiernen o estén en la oposición. Pero cuando se utiliza el dramatismo para justificar lo injustificable, es inevitable caer en una triste parodia.
No debemos compararnos con nadie. No debemos calcular tasas para hacer ver que no hay sitio para 50 menores. Es del todo ridículo, que es lo que ocurre cuando las excusas no se argumentan bien.
Además, cuando las instituciones que nos representan apuestan por ignorar los derechos humanos con excusas, no debemos olvidar que lo hacen en nombre de todos nosotros. Nos deshumanizan a todos. Son Baleares las que no quieren a estos menores, y nadie se tomará el trabajo de averiguar quién es solidario o no. Somos un blog.
Tampoco me sirve demasiado el argumento de las esencias culturales. Somos mestizos, nuestras esencias se han formado a lo largo de siglos de mezclas y no creo que podamos detenerlas en el futuro. ¿Queremos aceptar que la globalización económica nos siga explotando sin que el sur global diga la suya? ¿Tan deshonestos e hipócritas estamos dispuestos a ser?