
¿Todo vale en una guerra? Desgraciadamente, si algo ha llevado la contemporaneidad –sobre todo a partir del siglo XX– ha sido la guerra sin límites, con la población civil como objetivo: bombardeos en ciudades, asedios, hambre, violaciones... La Segunda Guerra Mundial marcó un cambio de época hacia nuevas formas de barbarie, con los destructivos ataques aéreos en núcleos urbanos, bombas de Hiroshima y Nagasaki, los campos de exterminio y los gulags. Los ejércitos ya no sólo luchaban y luchan entre ellos, también castigan a la población indefensa, a veces de manera obsesiva y fanática, a veces con frialdad calculada. La tecnología –ahora con los drones– ha atrevido y deshumanizado la ejecución del terror.
Lo que está ocurriendo ahora en Gaza forma parte de esta espiral de violencia sobre víctimas civiles. El gobierno de Israel, contra todos los clamores mundiales de compasión y respeto al derecho internacional, sigue con su plan de exterminio. No respeta hospitales, escuelas, ni campos de refugiados. Enfrente no ve a niños muriendo bajo las bombas o muriendo de hambre, sino potenciales terroristas de Hamás; no pretende una victoria militar, sino el aniquilamiento de todo un pueblo; no quiere el control de la Franja, quiere dejar una tierra quemada, inhabitable, invivible. A fe que lo está consiguiendo. Las imágenes de la destrucción, que las autoridades de Tel-Aviv intentan censurar en su país y frenar su difusión asesinando a periodistas, son estremecedoras. Y la pregunta se hace inevitable: ¿cómo puede que Israel, un estado creado como compensación al pueblo judío por el Holocausto perpetrado por el nazismo, esté hoy cometiendo un crimen de guerra tan atroz?
La ONU acaba de oficializar lo que ya era un clamor global: el sistema de Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC, en sus siglas en inglés), reconocido globalmente por 21 entidades humanitarias, ha confirmado que las condiciones extremas en las que viven un millón de personas en Gaza cumplen los criterios. Desde su creación, en 2004, el IPC sólo había reconocido cuatro episodios de hambruna, todos en el África subsahariana, el último de ellos, en 2024 en Sudán. Eran desastres humanitarios. El hambre de Gaza tiene otra dimensión porque ha sido provocada a propósito por Israel. El responsable de la agencia de la ONU para los Derechos Humanos, Jeremy Laurence, ha responsabilizado directamente al gobierno Netanyahu, y cree que podría ser constitutivo de un "crimen de guerra". Y el secretario general de la misma ONU, António Guterres, lo calificó de "desastre provocado por el ser humano" y "un fracaso de la misma humanidad".
Y, sin embargo, el ejército israelí ha decidido sacar adelante la invasión de la ciudad de Gaza. O sea, que en los próximos días, sin alimentos regulares, con hospitales colapsados e infraestructuras devastadas, el nuevo éxodo de población civil no hará sino agudizar el hambre y la crisis humanitaria palestina. Sólo Estados Unidos podría frenar la locura de Netanyahu, pero no hay absolutamente ningún indicio de que esto tenga que pasar por la cabeza de Donald Trump.