
Hay días en los que padezco la sensación de que estamos asistiendo, desde un trono privilegiado, a la agonía de los últimos días de la literatura. Los medios de comunicación consiguen, cada vez con mayor profesionalidad, desinformar de las obras de mayor valor, por no hablar de unos procesos de mercantilización cada vez más espantosos y chapuceros. Ya nos advirtió a Pier Paolo Pasolini, hace más de cincuenta años, de la abominable homogeneización de todo ello, de una mediocridad intelectual progresivamente decadente. Y estallan instantes de escueto desespero cuando eres consciente de que lo único que acaba llamando la atención es esta serie de obras impúdicas que muestran orgullosamente las vergüenzas privadas, y es su esquifito gesto de escándalo el que capta un foco que ni siquiera dura los quince minutos de fama pronosticados por And. Sin embargo, de repente te llegan libros que te ayudan a recuperar la fe en esta diabólica pasión por las letras. El volumen póstumo Curso de prosa, de Vicenç Pagès Jordà, con edición y epílogo de Enric Sullà y presentación de Camila Massot Kleiner para la colección Josep Pla de la Diputación de Girona, es uno de esos monumentos de palabras que invitan a mantener el entusiasmo letraherido.
Como escritor, Vicenç Pagès Jordà fue un auténtico maestro a la hora de crear obras que se abrevaban de las mejores tradiciones narratológicas y, al mismo tiempo, las desafiaban y las hacían avanzar hacia nuevos territorios. Es normal, pues, que el creador deEl mundo de Horacio defendiera plumas afiladas como las de Gabriel Galmés o Biel Mesquida, pioneros verbales. Como lector y como crítico literario, Pagès Jordà presenta una mirada incisiva, original, desafiante y alimentadora, ya que nos obliga a leer ya releer obras de todo tipo desde otras ópticas, a menudo innovadoras y provocadoras. El resultado de sus investigaciones (las prosas áticas de Maria Àngels Anglada, las alegorías de Mar Bosch, las piruetas adjetivadoras de Josep Pla, el arte del dietario en manos de Miquel Pairolí o JN Santaeulàlia, las intensidades de Toni Sala…) es un banquete iluminador.
El brillante ensayismo de Vicenç Pagès Jordà se despliega con una lucidez que, sin embargo, no renuncia en ningún caso a la ternura. Su prosa, quirúrgica e íntima, transforma el método analítico en una aventura textual, en una emoción compartida. Da la impresión de que cada interpretación suya late con una inteligencia que nos acerca a la esencia de los textos que lee sin perder nunca la mirada clínica y crítica. Y Pagès Jordà escribe, en todo momento, con una ironía sutil, pero nunca amarga, capaz de hacer reverberar los engranajes del pensamiento. Su fascinante Curso de prosa es la culminación de una sabia y añorada experiencia humana que se convierte en una indudable escuela de esperanza.