Schiff, sencillamente imposible
Sir András Schiff, un lujo de muchos quilates, el protagonista del segundo concierto del Festival de Pollença empezó su intervención diciendo que Bach era el mayor compositor de todos los tiempos y su favorito


Palma"Bach nunca envejecerá. La construcción de sus obras es aquellas figuras geométricas ideales donde todo está en su sitio y nunca hay una línea superflua", decía Fryderyk Chopin. Sir András Schiff, un lujo de muchos quilates, el protagonista del segundo concierto del Festival de Pollença empezó su intervención diciendo que Bach era el mayor compositor de todos los tiempos y su preferido. No es muy original, pero nadie tiene otra opción. Por tanto, una buena razón para iniciar su actuación con la'Aria de las Variaciones Goldberg. Una lectura medida, delicada, como ingrávida, con la que dejaba claro que, de nuevo, éramos los afortunados espectadores de una velada memorable, y que además, no teníamos ni la más remota idea de lo que vendría después. A Sir András no le gusta que los demás le escriban los programas de mano, que él lo explica mucho mejor con el añadido del componente enigmático. Lo cierto es que dos días antes había dado un concierto en Torroella de Montgrí y más o menos repitió los compositores, pero creo que tan sólo repitió una de las piezas de nuestra hornada, Intermezzo de Brahms y el bis de Bach. Quede claro, por tanto, que no es difícil prever lo que sentiremos, es sencillamente imposible.
Como también es imposible no disfrutar sin tregua ni descanso en cada una de sus elecciones. La segunda, un Bach de juventud, a diez años, el Capriccio sopra la lontananza del sudo fratello dilettissimo, y de nuevo esta pulsación tan precisa y con tantos colores nos hacía olvidar la anterior interpretación. Continuó con Josef Haydn, la Sonata en do menor, una pieza del estilo sturm und drank ('tormento y estrés') que el gran protagonista de la noche convirtió en un lamento que de algún modo ligaba con el tono del Bach anterior. En un momento de la función, micrófono en mano, Sir András Schiff se disculpó por la tristeza del repertorio que nos estaba ofreciendo, pero el rumbo no cambió en absoluto, por lo que con el Mozart, lógico después de Haydn, siguió navegando entre la melancolía y la aflicción. Del genio de Salzburgo nos ofreció el Rondó núm. 3 en la menor K 511, uno Andante pasado por la exquisita criba de Schiff.
Sin cortar el hilo conductor de este amplio y tan bien escogido recorrido musical, cambió un poco la gradación del concierto ofreciendo los Tres intermezzi, de Johannes Brahms, unas miniaturas que exigen lo que, por otra parte, es una de las muchas grandes virtudes de Schiff, que es cómo dar vida y color a cada detalle. Tampoco podía faltar un Beethoven y oímos la Sonata nº. 9 en mí mayor, su predilecta, la que según el intérprete nada tiene que ver con ninguna de las demás, incluso se aleja un poco de la siempre poderosa estética del compositor, aunque mantiene su sello de origen.
Llegó el momento de la despedida, que en estos casos siempre es demasiado pronto, y Schiff ofreció una Masurka, de Chopin. Ni que decir tiene que no le dejamos partir y ofreció otra. Y una siguiente, con la que regresó al principio, a Bach, con el primer movimiento del Concierto italiano. No bajaba la intensidad de los aplausos y dijo: "La última". Y fue la última, que tampoco estuvo mal. Formidable elImprumpto de Franz Schubert, una explosión de colores, tonos y pasiones. Todo ello una auténtica maravilla.