De la genuflexión al turismo a cuestionar su exceso en un cuarto de siglo
Las Islas duplican la oferta de alojamiento y el número de visitantes mientras debaten sobre un modelo económico que de momento no encuentra alternativa
Palma14 de marzo de 2001. Faltan pocos días para la ITB, la feria turística de Berlín, donde existe gran expectación porque el sector vive intensamente el debate sobre la implantación de una tasa para pernoctaciones de los visitantes. Era una de las grandes promesas electorales del presidente socialista Francesc Antich, quien había roto la hegemonía de la derecha en 1999.
Los hoteleros llevaban meses criticando la iniciativa y llegando a afirmar que su implantación tendría efectos terroríficos sobre la demanda. El entonces presidente de los empresarios, Pere Cañellas, dijo que: "Si el simple anuncio del proyecto ya provoca alarma, con su aplicación las consecuencias pueden ser nefastas". Esta oposición generó un clima de tensión política y social, puesto que mientras muchos veían que la ecotasa podía ser una herramienta para transformar el turismo en las Islas hacia un modelo más sostenible, los hoteleros la sentían como una amenaza a su rentabilidad.
Había una tensión extrema. No sólo porque, según el sector, iba contra el negocio, sino porque "lo consideraban una injerencia. No les gustaba que un gobierno, y menos de izquierdas, tomara decisiones que afectaran al sector", recordó años después Celestí Alomar, entonces consejero de Turismo y en ese momento enemigo público del sector. Pero volvamos a Berlín. En medio de un fuego cruzado entre el Gobierno y los hoteleros, el portavoz del GOB, Miquel Àngel March, sorprendió a todos los bandos convocando una rueda de prensa nada menos que en la sede del gobierno federal alemán.
Medios alemanes y extranjeros escucharon las explicaciones del líder ecologista, basadas en un informe muy completo: "Hemos pasado de 5,9 millones de turistas en 1991 cerca del doble, 11 millones, en 2001. El consumo de recursos que provoca este crecimiento desbocado es insostenible y tendrá conocimiento". Por eso, March reclamaba ante la prensa internacional "un impuesto para mitigar los impactos de esta actividad, que no es un ataque, sino una herramienta para garantizar la conservación del medio ambiente y la calidad del turismo".
Aquella visita a Alemania aún reservaba una sorpresa más: una reunión con miembros del Ministerio de Finanzas alemán, donde los ecologistas entregaron el proyecto de ley de ecotasa traducido al alemán. Uno de los cerebros de aquella salida, Gerald R. Hau, geógrafo y miembro de Euronatur, recuerda que "fue una jugada importante. El Gobierno Antich tenía coraje, pero una gran inexperiencia. Nuestra acción logró que toda la prensa alemana viera el rigor del análisis del GOB y que la medida no era un capricho. en el medio ambiente, los alemanes estarán encantados de pagar". "Cuando volvimos a Mallorca nos reunimos con el Gobierno de Antich y comprobamos que la decisión de implantarla ya era irreversible. Modestamente, contribuimos a su aprobación porque demostramos que el tremendismo hotelero no era cierto. Ya ve lo que ha acabado pasando. Visto en perspectiva, da risa".
Ni con la ecotasa hay consenso
Por último, la Ley 7/2001, de 23 de abril, que establecía el impuesto sobre estancias en establecimientos turísticos (la ecotasa) se aprobó y entró en vigor. Aunque en ningún caso afectó a la demanda –los turistas llegaron como nada–, en octubre del 2003 sería derogada. Jaume Matas, quien acabaría condenado por varios casos de corrupción, llegó al Govern y, como había prometido en campaña, quitó el impuesto.
La controversia sobre la ecotasa, que Francina Armengol recuperaría en el 2016 como parte de los pactos de legislatura (PSIB-PSOE, MÁS y Podemos), es un ejemplo de las dificultades que han tenido las Islas para definir un modelo. "En Baleares se ha creado la idea de que sin turismo la gente morirá de hambre, y no sólo es una exageración, es que ha provocado una desmesura y una genuflexión enorme", afirma Hau.
"Este primer cuarto de siglo ha marcado un cambio importante: de un cuestionamiento muy minoritario de la actividad turística, hemos pasado a una mayoría que reclama gestionar las cosas de otra manera", explica Tolo Deyà, decano de la Facultad de Turismo de la UIB. Según él, un elemento clave ha sido la falta de vivienda: "El crecimiento del alquiler turístico y la entrada de inversores han sacado a los isleños del mercado inmobiliario, lo que ha marcado un antes y un después respecto a cómo se percibe el turismo".
Un crecimiento insostenible
La sensación de saturación que sufren los isleños no sale de la nada. Entre 2000 y 2025, las plazas legales han pasado de 350.000 a 607.522 (en 2023). Las críticas a un modelo basado en el creciente consumo de recursos han venido incluso del sector hotelero. Carme Riu, entonces consejera delegada de una de las grandes multinacionales hoteleras nacida en Baleares, decía hace ya casi una década: "No podemos crecer más" y reclamaba políticas de apuesta por la calidad.
Pero si hay un protagonista de este primer cuarto de siglo en cuanto al crecimiento de plazas ha sido el alquiler turístico. "Un invento que todos consideramos interesante, porque parecía que podía socializar las ganancias de la actividad turística. Era repartir lo que aparentemente estaba en manos de unas pocas familias. Evidentemente, era una visión muy incompleta", recuerda Deyà. Según datos de 2024, las viviendas turísticas ya suman 152.881 plazas en las Islas, sin contar la oferta ilegal, que creció exponencialmente. "Hacer alquiler turístico en los pisos dentro de zonas residenciales ha tenido efectos negativos, por lo que se ha ido prohibiendo. Como sociedad, hemos aprendido que la actividad turística debe gestionarse con cuidado, y que la convivencia es esencial", afirma.
El mismo sector reglado, por boca del vicepresidente de Habtur, Joan Serra, ha pedido a la Administración "mucha más contundencia" contra los ilegales. La gerente de la Federación Hotelera de Mallorca, María José Aguiló, recuerda que "en diez años el alquiler turístico ha crecido 29 veces más que el hotelero. Se ha dado un uso turístico en casi todo, perjudicando la experiencia y provocando una mayor sensación de saturación".
Los pisos turísticos que crecieron como setas hace más de una década ahora o están prohibidos o mucho más controlados que los que tienen licencia. Eivissa, recuerda Tolo Deyà, "llegó primero al problema y desarrolló las primeras medidas contundentes contra la oferta ilegal". Vicent Marí, presidente del Consell Insular de Eivissa, afirmó en 2019 que la isla sería "pionera en la lucha contra actividades turísticas no regladas", y destacó la importancia del registro obligatorio y la protección de residentes y visitantes.
Según el catedrático de Economía y director de la Fundación Impulsa, Antoni Riera, "dos de las grandes respuestas políticas de las últimas décadas –el Impuesto de Turismo Sostenible (ITS) y la 'democratización' del alquiler turístico– se han presentado como mecanismo de mayor patrón, como a la práctica, a la práctica, como a la práctica, a la práctica, a la práctica, a la práctica, a la práctica, como a patrón a palanca de cambio".
La reconversión parcial
El Pacto de Progreso, que ha gestionado el turismo casi tantos años como el PP, dio un paso más en el 2017: Biel Barceló logró fijar por ley un techo de 623.624 plazas para contener la presión sobre el territorio y frenar el crecimiento descontrolado.
Sin embargo, la izquierda recibió críticas ecologistas: "Legalizaron miles de plazas turísticas irregulares y permitieron miles de casas en suelo rústico destinadas al turismo. Tengan licencia o no, en las Islas todo es turismo", lamenta la portavoz del GEN-GOB, Neus Prats.
Durante este cuarto de siglo, otro elemento clave ha sido la gran inversión en reformas hoteleras. "Había un 60% o 70% de los hoteles que eran de tres estrellas. En Ibiza prácticamente no había ninguna, cinco estrellas, y ahora hay muchos", explica Deyà. "Los hoteleros han subido muchísimo la calidad y los precios, pero la presión humana sigue. Las Islas están de moda y hay demanda igualmente".
Riera añade: "Las reformas han sido una recalificación dentro del mismo motor, no una sustitución. Mejorar la calidad interna del turismo no garantiza un incremento proporcional de la prosperidad per cápita".
¿Dónde está la prosperidad?
Pese al aumento de cantidad y calidad de los turistas, el retorno económico per cápita ha sido limitado. Las Islas pierden más PIB per cápita que comunidades menos turísticas. Riera lo afirma: "Entre 2000 y 2025, el PIB per cápita real cae un 2%, mientras España crece un 21,3% y la UE, un 31,2%. Esto evidencia una divergencia estructural".
Según él, el problema es estructural: "Si el valor añadido nuevo no desborda hacia sectores como el conocimiento, la industria de servicios avanzados o la tecnología, el efecto macro es limitado. Sin cambios en calificación, carrera profesional y capacidad de innovación, el mejor hotel no implica automáticamente mejor economía".
Así, el aumento de categoría hotelera y el control de la oferta irregular no han mermado la tensión sobre vivienda, suelo, infraestructuras y costes, que erosiona la renta disponible y alimenta la frustración de los ciudadanos.
La diversificación como salida
La economía balear sigue siendo un monocultivo turístico, con dependencia estructural que limita la convergencia económica. Toni Garí, empresario industrial e impulsor del colectivo 'Construïm', insiste: "Hemos menospreciado a la industria" y aboga por recuperar sectores productivos con valor añadido, innovación y capacidad de exportación. A su juicio, la diversificación permitiría "crear un tejido económico más equilibrado, resiliente y capaz de traducir la actividad en prosperidad real, no sólo en volumen de turistas".
Sin embargo, de momento, todo ello son más deseos que realidad, así como intentar aumentar el consumo de productos locales sin tener que importar, además de los millones de turistas, el 90% de lo que se consume. La población residente solicita medidas efectivas para acceder a la vivienda y no perder poder adquisitivo. El reto está servido.