Historia

En Figuera, la máquina del tiempo

El reloj que da las campanadas cada Año Nuevo en la plaza de Cort de Palma tiene una trayectoria de más de seis siglos

La campana de En Figuera
27/12/2025
6 min

PalmaCada año por estas fechas, una multitud se congrega en la plaza de Cort de Palma para celebrar Fin de Año. Y lo hace al son de las campanadas de Figuera, el reloj que está en la fachada del Ayuntamiento. Su historia se remonta a más de seis siglos, cuando arranca la trayectoria de esta máquina del tiempo.

Según la leyenda, el primer 'en Figuera' –ha habido sucesivas maquinarias– sería aún mucho más antiguo: lo habrían llevado con ellos los judíos que emigraron a Mallorca, cuando Jerusalén fue tomada por el emperador romano Vespasiano. En cuanto a la campana, habría estado en la sinagoga, en esa misma ciudad, donde se había condenado a muerte al Buen Jesús.

Tuvo que ser el cronista Joan Dameto quien determinara que eso era imposible. En efecto, los relojes de maquinaria datan de finales de la Edad Media. Figuera fue uno de los pioneros: entonces, Mallorca comerciaba con media Europa, no era ningún lugar perdido. Se supone que fue el primer reloj público de todo el Estado.

Hacia 1384, el Gran y General Consell, institución del reino de Mallorca, compró a los dominicos una torre, situada en la que ahora es la calle de Victoria, muy cerca de la plaza de Cort. Allí se instaló el reloj, con su campana. Desde entonces, fue conocida como torre de les Hores o de Figuera.

¿Por qué, Figuera? Este nombre le viene del constructor de su campana originaria: el platero Pere Joan Figuera. En 1386 la campana se instaló en la torre, lo que debió de tener su complicación, porque pesaba 1.567 kilogramos. Eran los tiempos de Pedro el Ceremonioso, el monarca que había vuelto a integrar las Islas en la Corona de Aragón.

Disponer de un reloj no era ningún capricho de las instituciones isleñas, ni para hacer bueno. A lo largo de siglos, las campanadas rigieron la vida ciudadana. Como recoge Pere Galiana, "se oían desde toda la ciudad y gran parte del término". Regulaban los turnos de riego de los huertos y orientaban a los vigilantes nocturnos sobre los horarios de sus rondas.

El mecanismo de las campanas

El día de catorce horas

Por supuesto, los toques eran diferentes, según el aviso a transmitir. El toque de queda, o 'Seny del Lladre', consistía en veinticinco campanadas apresuradas, tres horas después de la puesta de sol. Se cerraban las puertas de la ciudad. A partir de ese momento, todo el mundo tenía que quedar en casa. Si alguien tenía que salir por necesidad imperiosa, debía llevar una farola. Y si no lo llevaba, le detenían y le metían en prisión –como por quejarse del confinamiento del cóvido. Esta medida coercitiva estuvo vigente hasta 1865.

Por aquel entonces, sin alarmas de móviles, los diversos toques advertían de las urgencias correspondientes. El 'Via Fora' era un llamamiento a la colaboración ciudadana en caso de peligro. El de fuego era una específica para los incendios, y tan exacto que, según sonas, se sabía en qué barrio era el desastre. El de pronunciamiento servía para anunciar un cambio de gobierno y a las autoridades locales también se las convocaba con toque de campana.

El 'sometente', o repique, era otra emergencia. Se hizo sonar en 1868, cuando la revolución Gloriosa expulsó –temporalmente– a los Borbones: "No sé cuántas horas estuvo la campana de Figuera dale que le das, vibrando y conmoviendo el aire y los corazones", recordaba Miquel dels Sants Oliver de aquel episodio.

Figuera anunciaba las horas de manera muy diferente de cómo lo hace ahora, y también de cómo se hacía en la Península. Una rareza isleña, pero no del todo original: era el sistema babilónico –contar las horas desde el amanecer–, importado por vía italiana. El máximo de horas previstas no eran doce, sino catorce, que son las de luz en verano. Es decir: en invierno tocaba más horas por la noche que al día, y en verano justo al contrario. El viajero francés Alexandre de Laborde le calificaba a principios del XX de "único en el mundo", quizás algo exageradamente.

Pero las cosas se desgarran con el paso del tiempo. A la campana de Pere Figuera se le abrieron grietas y tuvo que ser refundida, hacia 1680, por Joan Cardell. Como observa Galiana, el pliego de condiciones correspondiente "no tendría nada que envidiar a los actuales", por su rigor –salvo, claro, puntuales garbanzos, que también los hay. La campana debía ser exactamente igual, Cardell debía dar un año y un día de garantía, se le penalizaría por cada día de retraso y debía avalar el cumplimiento del contrato con todos sus bienes.

Da igual igual pasó con la maquinaria. Ya en fecha tan temprana como en 1463, hubo que contratar a un trabajador para que tocara las horas, manualmente. Con este no frisar que caracteriza a los mallorquines, no fue hasta 1823 que el Ayuntamiento instaló, en la torre de les Hores, el reloj que antes había estado en la desaparecida sede de la Inquisición, en lo que ahora es la plaza Mayor. También se aprovechó la campana, para dar cuartos y medias.

El reloj que vino de París

Por último, también le tocó el turno a la misma torre. En 1824, un viento se llevó parte de la construcción. Por mucho que se intentó reparar, en 1848 la torre tuvo que derribarse. Fue en ese momento cuando Figuera se trasladó a dónde está ahora: la sede del Ayuntamiento. Para alojar las campanas y la maquinaria, se edificó una nueva torre, en lo alto del edificio, con dos plantas. Una torre que, por cierto, fue desplazada, al realizarse una reforma a finales del XIX.

La esfera del reloj se instaló en la fachada, para lo que tuvo que condenarse lo que originariamente era un balcón, en la segunda planta. Se acabó con esa extravagancia babilónica y, para que quedara bien claro, se puso la inscripción: "Tiempo medio". Es decir: doce horas, sea verano o invierno. En 1902, se dio un paso más: Figuera se adaptó, como el resto de los relojes del Estado, a la hora del meridiano de Greenwich, la referencia internacional.

Detrás de la esfera de Figuera estaba el archivo en el pasado, antes de que se trasladara una parte al actual Archivo del Reino de Mallorca, en la calle de Ramon Llull, y otra, la estrictamente municipal, en Can Bordils. En 1960, una fuerte racha de viento golpeó la esfera –no, no fue un rayo; esto es la película Regreso al futuro– y ésta cayó a la plaza y se hizo pedazos. Pero, además, estuvieron a punto de salir volando los documentos que se custodiaban.

Hacia mediados del siglo XIX, la maquinaria del antiguo reloj de los inquisidores tampoco daba mucho más de sí. Se llevó uno nuevo de París, de donde venían antes los niños. Se eligió como fecha para tocar las campanadas por primera vez el 10 de octubre de 1863, que era el aniversario de la entonces reina Isabel II –se ve que lo de hacer el balón en la monarquía no es de ahora. Aquella maravilla de la técnica tampoco satisfizo a todos: según el escritor Miguel Villalonga, hacia finales del XIX en Figuera era "un perfecto modelo de inexactitud".

Tan popular llegó a ser el reloj de Cort para los mallorquines que dio su nombre a una publicación así titulada, En Figuera, de 1893. Era de carácter humorístico y entre sus colaboradores figuraban personalidades bien destacadas de la época, como Gabriel Llabrés, Mateu Obrador, Miquel dels Sants Oliver, Pedro de Alcántara Peña, Gabriel Alomar, Frederic Soler Serafín Pitarra y la poeta Marcelina Moragues, entre otros.

Con el paso del tiempo, también la máquina parisina empezó a dar síntomas de cansancio. Una de esas noches de Nochevieja en las que la multitud se había concentrado en la plaza de Cort para celebrar las doce campanadas, se quedaron todos con las ganas, porque no sonaron. Hacia 1964, el Consistorio –entonces todavía de designación franquista, como todos–, se planteó la necesidad de comprar una maquinaria nueva. Se había consultado con relojeros mallorquines, de Barcelona y de París y todos coincidieron en que repararla no salía a cuenta.

Fue entonces cuando, como narra Galiana, se produjo el milagro. Uno de los concejales aseguró que él conocía al hombre capaz de hacer funcionar en Figuera. Era el relojero del Coll d'en Rebassa, Fernando Fernández: nacido en 1931 en Ibeas de Juarros (Burgos), había venido a Mallorca con su familia y se instalaron en Porreres. Era un hombre de múltiples habilidades: músico, inventor y reparador de cualquier cosa, fuesen máquinas de coser, fonógrafos, básculas o, por supuesto, relojes de cualquier casta.

El relojero Fernández subió a la torre de Cort, examinó meticulosamente la maquinaria e hizo el diagnóstico: "Esto tiene arreglo", para satisfacción del Consistorio. Y, en efecto, la hizo funcionar. El momento decisivo llegó, por supuesto, en Nochevieja de aquel 1964. Un pico más, la multitud se concentró ante la fachada de Cort, conteniendo el aliento. ralentizado intencionadamente, como se hace cada año para este momento decisivo, no sea cosa que la gente haga mala vía con la ingesta de la uva. en 2008; si bien ya entonces, por motivos de salud, había tenido que dar el relevo a otro relojero: Pere Caminals. en Figuera para el gran momento: las campanadas de Fin de Año. Pero el reloj de Cort es mucho más que eso: es el testimonio silencioso –o quizás no tanto– de seis siglos de historia de Ciudad.

Una avería por culpa de unas sábanas

Como la maquinaria de Figuera está en lo alto del edificio de Cort, se daba la curiosa circunstancia, relata Pere Galiana, que los ejes que transmitían el movimiento hasta la esfera de la fachada, "travesaban por dentro" lo que entonces era la vivienda del mayordomo del Ayuntamiento. Hacia los años cincuenta del siglo XX, al ser un día lluvioso, la encargada de hacer la colada extendió las sábanas a aquellos ejes. Quien entonces era el relojero, Josep Caminals, vio parado a Figuera y descubrió su desastre. Caso parecido es lo que ocurrió en los años ochenta, cuando un trabajador dejó la chaqueta colgada a esos mismos ejes, lo que motivó que las agujas se detuvieran.

Información elaborada a partir de textos de Pere Galiana Veiret, Gaspar Valero, Bartomeu Bestard, Catalina Cantarellas, Miquel de Sants Oliver, Luis Ripoll, Miquel Ferrà y Martorell y Valentí Puig y la Gran Enciclopedia de Mallorca (GEM).

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