Las expectativas (y Fin de Año) me hacen algo más desgraciada

Expongamos nuestras debilidades en el mundo esforzándonos para que todo sea perfecto. Nada deja tanto en el aire nuestros miedos como estrenar bragas de color rojo o el afán por comer los 12 uvas

Como en Los años nuevos, Año Nuevo siempre es una mezcla de nostalgia y expectativas.
28/12/2025
4 min

PalmaFin de Año es toda una movida. Nada tiene que ver con Navidad. Las que nos sentimos incómodas en esta fracción del año es por otros motivos, no por tener que compartir mesa con personas que sólo vemos un pico cada 12 meses con la misma ropa de invierno (¿Cómo tendrán los brazos? Quizás llevan un tatuaje horroroso y no lo sabemos). Es un paréntesis violento que, al menos a mí, siempre me agarra a contrapié. Todo el año está allí, el 31 de diciembre. Y, aun así, tengo la sensación de llegar tarde (como por todo en la vida, por otra parte). Es un tiempo pasivo: no hace nada, simplemente se agota, marca una cuenta atrás. Y, al accionarse, confiere de repente una importancia retroactiva a todo lo que te ha pasado ese año.

Me incomoda, no me gusta. Me obliga a preguntarme que de enero a noviembre no me había hecho. ¿A quién le gustan los exámenes sorpresa? Nunca sé qué contestar. Me culpe y siento que debería haber estudiado más, más hecho, pensado más. Quiero disfrutarlo, ojalá saber aprovechar los nuevos comienzos. Los nuevos comienzos son un regalo. Intento compensarlo con un recabo del año en Instagram, con esa falsa percepción de que las redes sirven para fijar la realidad: si lo explicamos, si lo mostramos, parece que ha pasado de verdad. Me obligo a sentir que eso pasó porque, realmente, no me acuerdo, ni de la mitad de las cosas. Y quizá sea eso lo que me duele, que las cosas hayan durado tan poco que no las haya podido retener tiempo suficiente para que me acompañen para siempre. No todo puede acompañarnos para siempre, y yo quisiera que sí.

La serie Los años nuevos, de Rodrigo Sorogoyen, transmite exactamente esta sensación densa y asquerosa, una inquietud en la que no puedes evitar querer revolcarte, una enorme pesadez. En esta serie, que transcurre a lo largo de una década de la vida de una pareja y que sitúa a sus protagonistas al 31 de diciembre en cada capítulo, los años pesan como un yunque. El bote de un episodio a otro es abrupto, una vez seco que te deja aturdida, oyendo ese silbato de fondo. Un poco como cuando todas pasamos de un año a otro, desconcertadas, debiéndonos reubicar de un segundo a otro en una nueva etapa, a partir de todo lo que acabamos de vivir. Sin haber escogido qué nos gusta más y qué queremos tirar, empaquetamos 365 días de golpe y los enviamos al fondo de nuestro cerebro, confiando en que ya se encargará él de quedarse con las conclusiones, aprendizajes y recuerdos más importantes.

Año Nuevo es como un domingo interminable, como una resaca insoportable.

¿Qué quiero de esta nueva vida?

Cada 31 de diciembre el mundo acaba y vuelve a empezar, pero yo nunca he decidido a tiempo qué quiero estar en esta nueva vida. Reset. Y yo sin haber hecho copia de seguridad. ¿Ya está? ¿Ya estamos de nuevo? Supongo que elegiré lo de siempre, uno copiar-aferrar de lo que proyecté el año pasado, como cuando debo soplar las velas y, realmente, no tengo ningún deseo en la cabeza. Mierda, un año entero para pensar en ello y he vuelto a decir "que todo quede como está". Las 00.01 del 1 de enero llegan y yo estoy completamente a ciegas. Me arrastro, a tientas, entre gente que ya sube su carril para adentrarse en un "Buen año nuevo lleno de prosperidad".

Hasta que llega Año Nuevo, todavía puedo sentir el hilo invisible que nos une a todas a cada gesto que sabemos que hacemos en comunión. Comprar lotería, planificar comidas y cenas, pedir regalos, pensar recetas. Hay cierta intimidad en compartir estas preocupaciones, mundanas, insignificantes, cuando las hacemos todas a la vez, en un mismo momento del año. Nada es tan determinante, tan irreversible, todo es ligero. Después de Nochebuena llega Navidad y, a continuación, la Segunda Fiesta. Pero después de Año Nuevo la euforia colectiva se acelera y me escupe, dejándome noqueada.

A pesar de la euforia colectiva, una tiende a sentirse un poco sola en estas fechas.

Ah, las expectativas. Nada nunca está a la altura. Nunca disfruto lo suficiente como se supone que se debe disfrutar Fin de Año. Las expectativas nos hacen algo más desgraciadas a todas. Expongamos nuestras debilidades en el mundo esforzándonos para que todo sea perfecto. Nada deja tanto arriba nuestros miedos como estrenar bragas de color rojo, el afán por comer los 12 uvas o brindar con algo de oro en la copa de champán. Es un doi, un día que termina y otro que comienza. Pero, ¿y si no? Una parte de nosotros duda, nos delatamos inseguras. Ya no podemos dar nada por sentado. No podemos arriesgarnos. Así que escogemos ser algo ingenuas y confiar en ellos, aunque la posibilidad de equivocarnos nos haga aún más débiles. Porque sólo queremos estar bien, que todo vaya bien o que, al menos, "todo quede como está".

stats