Un 'reel' a pie por Palma: historia y gastronomía por lo que quieras pagar
Hacemos un 'tour' gratuito por el centro histórico para descubrir cómo se cuentan la historia, la arquitectura y la gastronomía de Ciudad a los viajeros


PalmaEn la plaza de España de Palma, el guía levanta la mano en la misma posición que la de Jaime I sobre el caballo. Con el gesto, reclama la atención de los turistas, que han reservado un tour gratuito para conocer el centro de la ciudad. Hay mayoría de parejas de mediana edad, en situación de pre-Imserso. Han elegido una opción intermedia y económica –en realidad, al final del recorrido se paga la voluntad– para quien no quiere andar leyendo una guía, siguiendo a Google Maps, ni deambular entre franquicias y monumentos sin saber ni dónde fotografiarse.
El cicerone del grupo se presenta con un toque de humor. Advierte que se lo inventará todo y debe llamarse "amén, amén". El hielo está roto entre gente de Madrid, Granada, Bilbao, Logroño, Murcia e incluso de Brasil. En las filas de su ejército de viajeros tiene un soldado de la tierra, un mallorquín infiltrado para descubrir cómo se explica Palma a los foráneos.
El recorrido se dividirá entre apuntes de arquitectura, gastronomía e historia. "La historia es lo que más se atraganta a la gente", confiesa, antes de empezar por el principio de los tiempos: los honderos. "Niños que sólo comían si eran capaces de derribar la comida que sus madres colgaban de los árboles", asegura. Guerreros entrenados con la motivación de llenar la barriga. En 123 aC, los romanos creyeron que la conquista de Mallorca "sería un paseo". Pero los honderos, ya hechos hombres, "los recibieron a pedradas, capaces de hundir barcos". Vencidos, "los romanos volvieron con la flota forrada de pieles para resistir sus ataques". En este punto, toca encuesta a los turistas: "¿Ganaron los mejores tiradores o el mejor ejército del mundo?". Hay división de opiniones y la respuesta del guía es que hubo "un empate técnico".
La siguiente docena de siglos se resuelve con la enumeración de vándalos, bizantinos y musulmanes para llegar al señor de la mano alzada. El de la estatua.
De ahí, el grupo baja hasta la calle de Sant Miquel para explicar que Jaime I, "tras entrar por la puerta de la Conquista el 31 de diciembre de 1229, tuvo que repartir el botín". Entre otros, con la Iglesia, porque "los templarios no luchaban gratis".
La lección de arquitectura llega con el anuncio de una casa señorial mallorquina. Y uno de los turistas pide a su mujer: "¿Qué será? ¿Un comercio? ¿Un Zara?". Desde la puerta se ven camareros engalanados. El turista curioso no se ha equivocado demasiado. El ejemplo arquitectónico es la cafetería Cappuccino. "En la primera planta, la noble, vivían los señores. En la segunda, el servicio; y la marca característica de estos edificios es el vuelo de madera", explica el guía, antes de añadir que muchas de estas casas se han convertido en hoteles cinco estrellas.
A la altura de Sant Miquel con el mercado del Olivar de fondo, llega el turno de los apuntes gastronómicos. En una mesita el guía va mostrando fotos (por este orden) de sobrasada, tumbito, frito marinero, arroz sucio y variado. De todos, enumera sus ingredientes. Tenía razón cuando decía que la historia interesa menos que la comida a los turistas. Recomienda incluso bodegas donde degustar los platos. "Porque no termine en un sitio de guiris", añade. Y el detalle, se lo agradecen porque nadie parece interesado en compartir espacio con turistas, aunque todo el mundo lo sea. Espóiler: algunos de los restaurantes recomendados tienen ya más foráneos que locales.
Con sólo girar el cuerpo, el grupo está delante de la iglesia de Sant Miquel, que conserva la talla de una virgen" de más de . coge una tormenta y, creyendo que morirá, se contagia a la virgen de la Virgen, y le promete que, si todos llegan sanos y salvos, construirá el monumento más bonito", relata. "¿Cuál es?", pide. Mientras tanto, detrás, una hippy –de las que seguramente ya lo eran en los años 70– escote Nothing's gonna change my love for you.
La plaza Mayor se presenta con una nueva adivinanza. ¿Qué tres características tiene? "Uno, dos, tres, responda otra vez", anima, en referencia al concurso de concursos. "Las ventanas mallorquinas", sugieren en referencia a las persianas. Las otras dos son, de nuevo, el vuelo, y que las cortinas cuelguen sobre el balcón. "Bajo nuestros pies, aquí, hubo una mazmorra, una sala de tortura y una cárcel", aclara mientras algunos chismorrean en el móvil las bodegas recomendadas. A pocos pasos, turno para el modernismo, con una mirada a Can Forteza Rey y referencias a "la inspiración gaudiniana" con el quebradizo como ejemplo. Cualquier misticismo en torno a Can Corbella se esfuma cuando aclara que "fue una droguería toda la vida". En Cort, se escuchan comparaciones entre el olivo de la plaza y las de los pueblos, ciudades y huertos de los turistas. "La de mi casa no es tan grande", sentencia uno de ellos. "No es milenaria. Tiene unos siete siglos", aclara el guía.
Caracol y lagartija
En la fachada del Ayuntamiento, el reto es encontrar un caracol y una lagartija, "los motes de los arquitectos a los que no permitieron firmar con el nombre". Y todo el mundo aguza la vista para localizar a los animales de piedra. Listo. Sin perder un minuto, rumbo a San Francisco, "la iglesia de los caballeros", la de la estatua de fray Junípero, nacido "en Petra de Mallorca, no de Jordania". Dentro, se puede ver la de Ramon Llull. "¿Alguien sabe quién es?", pide el guía. Silencio absoluto. Malos tiempos para la mística y la filosofía. "¿Cómo ha dicho que se llamaba el restaurante?", pide uno de los alumnos a su esposa. Tiempos malos también para la historia y la arquitectura en los tours gratuitos. No para la gastronomía. El interés crece cuando en el barrio judío, en las calles que Carme Riera revivió para Dentro del último azul, la siguiente parada requiere la tableta. Y ahí salen las fotos de una empanada, un cocarroi "de origen musulmán" y de la torta de templo. Ni rastro de la ensaimada, la gran derrota del recorrido. Y de los tópicos.
Desde la muralla, el "todo esto era campo", se convierte en "todo esto era mar" para hablar, precisamente, de la Catedral del Mar; el del rosetón "mayor del mundo, junto con el de Notre-Dame". "Tiene más de cien metros cuadrados, más que mi piso", aclara el guía, con una comparación pertinente para ilustrar la grandeza de la obra. Hay sitio incluso para citar la capilla de Barceló. "O le quieres o la odias", resume el cicerone. "La Catedral se dio por terminada y nunca se finalizó", prosigue señalando columnas sin pináculos y antes de volver a las imágenes de la Virgen. "Hay una en cada puerta. Jaime I cumplió con su promesa y todo está dedicado a ella", añade sobre un temporal muy fructífero arquitectónicamente.
Un par de apuntes sobre la Almudaina y Bellver liquidan una hora y media de paseo, antes de que llegue una nueva pregunta del guía: "¿Cuál es la palabra que más nos gusta a los españoles?". "Gratis", responde, veloz, una mujer, como introducción de los trucos para visitar monumentos sin pagar, aprovechando los horarios de una misa o los días de puertas abiertas. Llega el momento de pagar. La media no supera los diez euros por persona. El precio por pasear acompañado en un tour expreso, picadillo, a ritmo de reel. Historia, arquitectura y gastronomía de Palma como vídeos que pasas con el dedo en el móvil. Por lo que cuestan dos helados –de una bola– en el centro histórico