Dialécticas salvajes

El derecho a las cosas bellas

Detrás de lo bello se esconde el anhelo de una vida buena, de un deseo postcapitalista que escape de la ambición y el gozo obligatorios

El derecho a las cosas bellas
04/07/2025
3 min

PalmaAhora que inicio el verano y las horas me venden lentas, me ha llegado a mis manos el libro El derecho a las cosas bellas, de Juan Evaristo Valls Boix. Un libro que comienza vindicando a Emma Goldman y sus ganas de bailar. Goldman defendía el amor libre y las pistas de baile, un rebelde anarquismo. Los movimientos feministas se hacen eco: "si no puedo bailar, no es mi revolución". Emma Goldman entiende el anarquismo como un derecho extraño, el derecho de cualquiera a lo bello y radiante. Un derecho que nos libere de los pesos metafísicos y nos permita la ligereza del ser.

De este hilo estira Juan Evaristo y, con lucidez, nos regala un manifiesto alegre que reclama la pereza, la vida baldera, la ciudad gratuita, la literatura, la filosofía, las universidades como lugares del saber inútil. de donde inventar una forma de estar en el mundo, "como un baile improvisado que dure mucho tiempo" La belleza es tan importante como la libertad. bellas se esconde el anhelo de una vida buena, de un deseo postcapitalista que escape de la ambición y el gozo obligatorios. Evaristo traza una constelación de nombres que desde la Antigua Grecia hasta nuestros días ponen el foco en la vita activa. Aristóteles, Arendt, Goldman, comparten la vindicación de las cosas bellas, las que no son necesarias ni útiles, las cosas lentísimas que nos hacen humanos. El diagnóstico de Arendt es conocido: las cuestiones económicas, regidas por la utilidad y la eficiencia, han comido el terreno de la vita activa, dedicamos el tiempo a trabajar, negociar, repetir protocolos tristes. Es el imperio agotador del cálculo de intereses, la soberanía de la racionalidad instrumental. El pensamiento y la acción, el comienzo de algo nuevo, la vida inútil y bella, están muy lejos de ese cementerio gris.

Igualdad, libertad y justicia

La devoción por la belleza, el gusto por habitar el mundo, son indisociables de la igualdad, la libertad y la justicia. Debemos destronar el progreso y la competitividad para dejar florecer la anarquía del descanso y de la pereza. Ahora bien, para encaminarnos a este horizonte salvaje, de la hamaca que se balancea durante horas en medio de un pinar, con el mar de fondo, sin producir nada, ni siquiera las imágenes que llenarían las redes sociales, primero debemos hacer una mudanza ontológica. Debemos vaciar la existencia de todo lo que no le pertenece, de todo lo que bloquea la atención hacia la pregunta esencial: ¿cómo habitar el mundo?

El derecho a las cosas bellas pasa por liberar la vida de los valores capitalistas. No es una quimera, nos dice Juan Evaristo, es una forma de limitar el gobierno neoliberal de nuestras vidas, un límite que nos permita respirar y nos dé el tiempo para ser. Deberemos construir las condiciones materiales para vivir gustosamente, ligados con los demás a través de valiosos vínculos que hagan lugar a las diferencias. Preservar un espacio para nosotros que no esté contaminado de las lógicas capitalistas (eficacia, méritos, productividad). Deshacernos de la tiranía del rendimiento y hacer sitio en el cuidado, en la pausa, soltar, dejar de hacer.

La única forma de querernos de verdad, "curse y divina", pasa por el tiempo regalado, por la nada de los domingos, las cenas frente al mar, las madrugadas sin relojes, las ventanas abiertas y las sábanas húmedas, las tardes de sol leyendo El derecho a las cosas bellas.

La única manera de "vivir" pasa por defender el derecho a las cosas bellas, para todos los cuerpos de este mundo malherido.

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