Del 'boínder' menorquín al 'follower' global: cómo conviven los anglicismos y el catalán
El inglés ha dejado huella en el catalán desde hace siglos, y nos lo demuestran palabras menorquines como chumáquer o boínder. Sin embargo, los anglicismos de hoy, como 'follower', 'feedback', 'influencer' no llegan por el contacto humano, sino por la presión de marcas y plataformas globales. ¿Podemos preservar la vitalidad del catalán en plena era digital? La respuesta depende, en parte, de cómo y cuándo elegimos las palabras


"Ven a hacer un brunch!", "Te has mirado el último podcast en streaming?", "Estamos pendientes del deadline y no he recibido feedback...". Quizás estas frases ya no te chirrían. Quizás las has oído o leído tan a menudo que incluso las has incorporado en tu repertorio sin pensar demasiado. En pocas décadas, el uso de anglicismos se ha hecho omnipresente, especialmente en el ámbito digital, pero también en el mundo del trabajo, la cultura popular o la cultura popular. esta situación, conviene preguntarse lo siguiente: ¿este uso es una evolución natural de la lengua o es un síntoma de una cierta fragilidad sociolingüística? En Menorca, por ejemplo, es habitual que las casas tengan boínderos (de bow window, ventana en arco), que se escriba en la pizarra con choque (de chalk, yeso) o que, cuando hay demasiada gente en un sitio, estén estrechos como pinchas (de pilchard, sardina). Esto, en este artículo del ARA Baleares, forma parte del paisaje lingüístico de Menorca desde que, entre 1708 y 1802, la isla vivió tres etapas de dominación británica.
Si echamos una mirada atrás, nos daremos cuenta de que el caso del inglés en Menorca tampoco es único. El catalán ha tomado palabras de otras lenguas desde que nació. Del árabe ha tomado palabras como 'baldosa' o 'lavadero'; del francés, 'garaje', 'hotel', 'jardín' o 'burocracia'; del castellano, 'resaca' o 'pizarra', y del italiano, 'macarró', 'brócoli' o 'sonet'. De hecho, cuando una lengua toma palabras de otra por necesidad, no existe ningún problema, sino que se considera que es una forma de enriquecer el léxico.
Ahora bien, la situación actual es algo distinta. El inglés no viene como resultado de un contacto directo entre personas, sino como vehículo de plataformas globales, servicios digitales, marcas comerciales y contenidos audiovisuales. Su peso no es proporcional a una convivencia cultural, sino a una jerarquía simbólica: lo que viene en inglés se percibe a menudo como más moderno, más eficiente, más atractivo. Así, términos como 'feedback', 'start-up', 'streaming', 'cookie' o 'influencer' se imponen no porque no tengamos alternativas, sino porque estas alternativas son vistas como menos "internacionales".selfie', 'empresa emergente' por 'start-up', 'seminario virtual' por 'webinar', 'podcast', 'correo basura', 'descarga', 'mensaje directo', 'usuario', etc. El centro de terminología Termcat, junto con el Institut d'Estudis Catalans y otros organismos, trabaja continuamente para ofrecer alternativas viables y bien formadas. Y sin embargo, muchas de estas propuestas tienen poca circulación social. ¿Por qué?
Lo que a menudo falla no es la propuesta lingüística, sino la percepción que se tiene de las opciones disponibles. Decir 'feedback' parece más cosmopolita que 'retorno' o 'retroacción'. Decir 'coach' puede parecer más prestigioso que 'entrenador' o 'asesor'. Este sesgo no es exclusivo del catalán (pasa también en otras lenguas como italiano, portugués o francés), pero es especialmente delicado en lenguas minorizadas (es decir, que conviven con una lengua dominante) y que deben defender espacios de uso propios.
En este sentido, el debate sobre los anglicismos no es sólo lingüístico: también es simbólico, social e identitario. ¿Qué palabras utilizamos cuando queremos parecer innovadores? ¿Cómo hablamos cuando queremos resultar atractivos en una campaña publicitaria o un vídeo en redes? ¿Qué papel tiene la lengua en la construcción de prestigio, autoridad o modernidad?
La respuesta, en buena parte, depende de los hablantes. Cada elección léxica, por pequeña que sea, tiene consecuencias. Somos los hablantes quienes, en cada interacción, escogemos qué palabras utilizamos. Decir 'correo electrónico' o 'e-mail', 'seminario virtual' o 'webinar', 'autofoto' o 'selfie' no es sólo una cuestión terminológica: es una decisión con consecuencias para la vitalidad de nuestra lengua.
Ya a principios del siglo XX, Pompeu Fabra defendía que la modernidad no estaba reñida con la genuinidad. En el siglo XXI, pues, el catalán debe ser capaz de hablar de criptomonedas, de inteligencia artificial, de realidad aumentada y de nuevos fenómenos sociales sin tener que cambiar de lengua cada dos frases. No es que tengamos que ser puristas (no se trata de vivir en un catalán estancado), sino que debemos entender que la lengua evoluciona según sus usos reales. Y si estos usos van relegando los recursos propios en ámbitos como la tecnología, la cultura digital o el mundo laboral, la lengua se va empobreciendo funcionalmente.
El mundo es global, pero eso no quiere decir que todo lo que viene de fuera es mejor, ni que todo lo propio es anticuado o ineficaz. Hablar con naturalidad de 'tendencias', 'publicaciones', 'consejos', 'valoraciones' o 'acontecimientos' no debería ser más difícil que decir 'trends', 'posts', 'tipos', 'reviews', 'feedback' o 'evento'. Las herramientas están ahí. La responsabilidad (y la oportunidad), también.