La Serra, paisaje cultural en peligro
La declaración de la sierra de Tramuntana como Patrimonio Mundial en la categoría de paisaje cultural fue un proceso participativo, abierto y transversal que sirvió como homenaje al legado de nuestros antepasados. La inscripción en la famosa lista de la Unesco supuso, para Mallorca, entrar en la lista de mayor prestigio a escala internacional en el ámbito de la conservación del patrimonio. Y no por un elemento patrimonial puntual, sino por todo un paisaje, uno de los más extensos de los declarados como tales hasta el año 2011; y además un paisaje cultural, es decir, todo un territorio en el que se han esculpido, gracias a la transformación humana, unos nuevos valores que le hacen aún más singular y más digno de ser protegido. Un emblema que permitió, de rebote, proteger aún más su territorio, como lo demuestra la desclasificación de la urbanización de Es Guix, en el corazón de Tramuntana, que fue avalada en los tribunales por encontrarse en un entorno inscrito en la lista de Patrimonio Mundial.
La transformación de un territorio abrupto y difícil, gracias a la ingeniería popular, en un espacio próspero y fértil, aprovechando los recursos que la propia Serra ha ofrecido, como la piedra o el agua, fue un proceso lento, paciente, no exento de períodos oscuros y difíciles, que ha acabado produciendo un paisaje único en medio del Mediterráneo. No es, por tanto, la obra de grandes arquitectos o de reconocidos artistas lo que le ha conferido unos valores patrimoniales únicos; es el trabajo anónimo, ingente, a menudo desagradecido, de miles de manos que, por necesidad y con una sabiduría transmitida de generación en generación, transformaron estas montañas en un conjunto de espacios marjados, de caminos, de olivares, de acequias, de huertos, para permitir a sus habitantes un medio de vida y de prosperidad que de otro. Todo un patrimonio que, para que pueda ser conservado, requiere que se preserve su pieza fundamental que lo creó: su gente.
El Partido Popular siempre que ha tenido en sus manos la gestión de este paisaje se ha desentendido absolutamente de trabajar de forma activa para preservar el patrimonio de bancales, acequias y caminos. Y ha tomado dos caminos principales: utilizar la declaración como una marca puramente turística; y estimular, sin demasiadas manías, la especulación inmobiliaria a través de decisiones que han supuesto amnistías urbanísticas, rebajar la protección ambiental y patrimonial, aumentar la presión turística y generar mucha presión inmobiliaria.
En esta última etapa, la del pacto PP-Vox, el resultado de sus decisiones es evidente: más de un 60% de las compraventas en la Serra lo son por personas que vienen de fuera; el precio de la vivienda se ha disparado de manera alarmante, y ya son muchas las personas, jóvenes y no tan jóvenes, que se ven obligadas a dejar a su pueblo, su territorio, porque son incapaces de encontrar un lugar donde vivir. Expulsados del paraíso, simplemente por no poder pagar su precio.
Si el paisaje lo creó su gente, y su gente se ve obligada a partir, es evidente que el paisaje cultural que construimos durante varias generaciones está más en peligro que nunca. Hace falta hacer una gestión activa, buscar herramientas que ayuden a reducir, no a aumentar, la presión turística e inmobiliaria, dar incentivos a la gente para que pueda encontrar, en el sector agrario, en el ambiental, o en la investigación y la innovación, o en otras, otras fórmulas para continuar enriqueciendo y protegiendo la generación de las generaciones. Y, sobre todo, para poder seguir viviendo allí como han vivido sus padres y padrinos.
La Serra no es un decorado, es un paisaje vivo, y como tal estamos obligados a mantenerlo.