Joan Ferrer Ripoll
17/10/2025
3 min

El municipalismo -la política hecha desde la ciudad y para la ciudadanía- es la herramienta más poderosa para mejorar la vida de la gente. Las decisiones que se toman desde el Ayuntamiento tienen un impacto directo en la calidad de vida cotidiana: si las calles están limpias, si los barrios disponen de zonas verdes, centros cívicos y servicios públicos cerca de casa. En otros lugares ya han entendido esa importancia. En Barcelona, ​​el Plan de barrios impulsado por el socialista Jaume Collboni ha demostrado cómo la inversión en los barrios y la colaboración con los vecindarios fortalecen la cohesión social y mejoran la convivencia.

Desgraciadamente, Palma va en dirección contraria. El alcalde Jaime Martínez (PP) no apuesta por las políticas de proximidad y parece decidido a desmantelar sus avances, convirtiendo a la capital de Mallorca en una ciudad fallida. En pleno siglo XXI, las ciudades deben ser protagonistas en encarar los retos globales. La crisis climática es un claro ejemplo de ello: los núcleos urbanos son responsables de gran parte de las emisiones contaminantes, pero también pueden ser escenario de soluciones innovadoras, si hay voluntad política. Las ciudades desempeñan un papel clave en la mitigación de los efectos de la emergencia climática y en la creación de comunidades más resilientes a través de inversiones verdes y buena planificación. La alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, es una referencia: sus políticas transformadoras han recibido un amplio apoyo ciudadano, mejoran la vida de todos. Palma no puede quedarse al margen. Necesitamos un transporte público eficiente, más espacios peatonales y bicicletas, energía limpia y zonas verdes capaces de afrontar las oleadas de calor y las lluvias torrenciales.

Palma tiene pendiente un debate de fondo sobre su modelo económico Durante décadas, el monocultivo turístico ha generado prosperidad, pero también dependencia y desequilibrio. La pandemia evidenció que fiar todo a una carta nos hace vulnerables. Necesitamos diversificar la economía con nuevos sectores como la tecnología, la cultura, la economía verde, el producto local y el comercio. Esta última temporada turística, récord de visitantes, ha evidenciado de nuevo los límites del modelo actual: la saturación turística ha invadido espacios vecinales y agravado aún más la crisis de la vivienda, alimentada por la especulación y el aumento de los precios del alquiler. No existe futuro sin un modelo que piense en las personas antes que en los beneficios inmediatos.

Todo esto exige liderazgo político y visión de futuro, y es precisamente lo que carece en el actual gobierno municipal. Para convertir Palma en referente de innovación social, sostenibilidad y derechos, se necesitan gobiernos locales con capacidad transformadora y visión estratégica, no simples gestores de apariencias ni promotores de operaciones mediáticas. Desgraciadamente, la gestión del PP y Vox ha sido exactamente eso: mucha foto y poca substancia. Vemos un Ayuntamiento paralizado, más centrado en la propaganda que en resolver problemas reales. Se proyectan ocurrencias y obras faraónicas de dudosa utilidad pública mientras se abandonan las necesidades básicas de los barrios y, sobre todo, de las personas.

Los socialistas de Palma defendemos que es posible –e imprescindible– un cambio de rumbo que nos saque del estancamiento actual. No basta criticar: es necesario trabajar con determinación para ofrecer alternativas concretas y explicarlas con claridad. Nuestro modelo de ciudad es claro: una Palma habitable, inclusiva y orgullosa de sí misma. Nuestras prioridades implican reforzar los servicios públicos básicos –especialmente la movilidad y la limpieza–; impulsar un plan de choque para las barriadas más vulnerables; recuperar una participación ciudadana real y efectiva; reorientar la política cultural y el modelo urbano para que pongan a la ciudadanía en el centro; y garantizar una vivienda digna para todas las familias palmesanas, poniendo fin a la especulación y limitando los precios del alquiler.

Palma no merece ser una ciudad en quiebra ni hostil con sus propios ciudadanos. La buena noticia es que existen alternativas y esperanza si actuamos con determinación. Los palmesanos hemos demostrado sobradamente nuestra capacidad de resiliencia, solidaridad y aprecio por el bien común. Ahora hay que recuperar este espíritu desde el Ayuntamiento, con un municipalismo real que ponga a las personas en el centro de las decisiones públicas y vuelva a situar el interés general por encima de cualquier otra cosa. Palma puede –y debe– volver a ser una ciudad para sus gentes: una ciudad donde la libertad, la igualdad y la calidad de vida no sean eslóganes vacíos, sino realidades compartidas. La ciudad somos todos nosotros. Con un proyecto valiente, social e integrador, Palma puede encarar los retos del presente y convertirse, finalmente, en el lugar habitable, digno y lleno de prosperidad compartida que nos merecemos.

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