09/08/2025
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Hace algunos meses, por mediación de una estudiante de Arqueología y gracias a la amabilidad del profesor Francisco Carrión y su equipo de la Universidad de Granada, tuve ocasión de visitar los trabajos de excavación y exhumación de fosas de la Guerra Civil que se lleva a cabo en el barranco de Víznar, en Granada. El lugar es famoso porque en algún punto de este paraje, aún por descubrir, fue asesinado el poeta Federico García Lorca el 18 o 19 de agosto de 1936.

Cuando llegas a este lugar de memoria, un pinar que bajo su belleza esconde el horror de las fosas, encuentras un monolito con la inscripción "Lorca eran todos", instalado el 18 de agosto de 2002. Siempre hay alguien que deja flores. En los alrededores hay otros pedestales de piedra sobre los que se han ido poniendo placas conmemorativas de personas que se sabe que fueron ejecutadas en este lugar. De algunas de ellas se han podido cerrar a las que han sido recuperadas e identificadas años después, una historia de represión, tortura y muerte. Este año se ha llevado a cabo la quinta campaña del proyecto.

"Lorca eran todos", dice la inscripción del monolito, pero lo cierto es que hasta ahora los restos del poeta permanecen ocultos. Pueden estar cerca del monolito o bastante lejos, porque los fascistas, que en el primer año de guerra mataron a unas 300 personas en este paraje, enterraban a sus víctimas de cualquier manera y en cualquier lugar. Las raíces de los árboles y los corrimientos de tierra podrían hacer imposible la recuperación de todos los cuerpos.

Pero de momento el trabajo sigue. Es posible que la búsqueda de García Lorca haya salvado este proyecto de la cruzada de los gobiernos de derechas contra la memoria democrática. "Lorca eran todos", proclama la inscripción del monolito, pero si no fuera por Lorca es muy probable que quienes no son Lorca y que todavía permanecen bajo tierra no hubieran tenido la oportunidad de ser exhumados y devueltos a sus familiares. Desde que en Andalucía gobierna la derecha con el apoyo de la extrema derecha, el presupuesto autonómico destinado a acciones de memoria se ha recortado drásticamente.

La misma arqueóloga que nos invitó a Víznar trabaja ahora, a las órdenes del mismo director, en el cementerio de La Soledad de Huelva, en un proyecto que la Secretaría de Estado de Memoria Democrática ha encargado a la Universidad de Granada. En este caso no se cuenta con el apoyo de la Junta de Andalucía, pese a que se calcula que hay enterradas más de 1.400 víctimas de la represión franquista entre 1936 y 1944. La arqueóloga me cuenta, con el corazón estrecho, que el otro día exhumaron el cuerpo de un chaleco. Aún llevaba los zapatos puestos. El cráneo reventado mostraba que le habían matado de un disparo en la cabeza. Al día siguiente, los trabajadores del proyecto realizaron un momento de silencio alrededor de la fosa vacía y depositaron unas flores. Pocos días después, terminaron de exhumar otra fosa en el mismo cementerio con treinta cuerpos. Al día siguiente por la mañana, antes de empezar la jornada de trabajo, también dejaron unas flores de homenaje a estas personas desconocidas. Me dice la arqueóloga que siempre que acaban de vaciar una fosa hacen ese gesto de respeto. Saberlo me conmueve.

La arqueóloga recuerda los restos de una mujer hallada en una fosa de Víznar: debajo de los huesos de la zona abdominal había un dedal y unas tijeras. Podría haber sido una costurera, o un ama de casa raptada mientras zurcía calcetines, vete a saber. Como el chico de Huelva, éste es el perfil abundantísimo de las víctimas de la tormenta de fuego, sangre y odio desatada por los fascistas en el verano de 1936: gente sencilla, anónima, quizá vecinos de sus verdugos. Y es cuando conoces detalles como estos que piensas que cargarse las políticas de memoria democrática, y especialmente las campañas de exhumación y recuperación de cuerpos de víctimas desaparecidas, que privan a sus familiares del derecho a hacer un entierro digno y conservar su memoria, no es un simple cambio de prioridades políticas, es un acto repulso de las políticas, es un acto repulso.

"Lorca eran todos", dice el monolito, pero todos los que no son Lorca esperan, en el silencio oscuro de noventa años de olvido, que alguien se apiade de ellos.

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