26/10/2025
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Por algo que desconozco, Google me ofrece noticias sobre Marie Kondo, una japonesa que se ha hecho rica con un método de limpieza y orden. La última noticia sugerida sentencia: "La gente que no corta las etiquetas de la ropa se equivoca". Me veo impelido a descifrar el clickbait. Cuentan que deshacerse de este apéndice textil te permite conectar con la prenda, favorecer el tráfico de la tienda en tu hogar y vivir en armonía. Hay que dar las gracias por su función, para que continúe su camino kármico hacia la ruta del poliéster reciclado.

En un mundo lleno de gente que se lucra creando necesidades en los demás, Kondo ha encontrado la manera de aplicar las reglas del capitalismo a los preceptos budistas ya esa invasión de minimalismo que nos asola. Y arrasa. La paradoja radica en que todos los Kondo del mundo digital (influencers y gurús de todo pelaje) te vienen una sensación de liberación cuando están esclavizándote con sus productos. No he cortado una etiqueta textil en mi vida porque ni siquiera me había planteado que pudiera o tuviera que hacerse. Me gusta mirar de qué está hecha la ropa o en qué país tiene deslocalizada la producción la empresa de turno, dos datos más relevantes al parecer el importantísimo equilibrio de tu hogar. Y, por supuesto, mi funcionalidad emocional no dependerá de si amo un calcetín y el integro en mi ser.

Los Kondo del mundo, tan espirituales ellos, te empujan al consumismo. La japonesa no te dice sólo cómo doblar la ropa; quiere que le compres sus cajas y objetos absurdos para conseguir el nirvana. Le han salido competidores en gigantes como Temu, expertos en trastos para ordenar el baño o el mueble del fregadero, rozando el paroxismo.

El afán capitalista (e ideológico) por domesticar la imperfección, al tiempo que nos imponen una estética del control absoluto, nos aboca a una sociedad idiotizada de personas que compran contenedores para meter juntas unas latas de refresco en el nevero.

Deteste esta escenografía de pureza y limpieza, de higiene moral, que invisibiliza contradicciones como la precariedad o la falta de tiempo. No quiero someterme a una eficiencia según la cual incluso el nevero tenga que rendir. Seguiré volcando la compra y celebrando incluso un calcetín desparejado, único y rebelde, en guerra contra las Kondo del mundo y del control emocional contemporáneo.

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