Algunas lecciones en clave balear un año después de la dana de Valencia
    Estos días se cumplió un año de la mortífera dana de Valencia. Mucha gente de las Islas de toda condición se sumó en los días y semanas posteriores a echar una mano a tanta gente que lo había perdido todo, en un gesto de solidaridad encomiable. Un año que debería servir para aprender alguna lección o lecciones, dado que los fenómenos climáticos extremos vinculados al cambio climático son y serán cada vez más intensos y virulentos, tal y como comprobamos en Sant Llorenç en octubre de 2019 y en Ibiza hace unas semanas.
La primera es sobre el negacionismo. Aunque dentro de la comunidad científica sólo existe certeza con esta cuestión (como señala el colega Miguel Pajares, si en 2011 el 97% de los estudios publicados sobre la materia apuntaban a la realidad del cambio climático y su origen antrópico, en 2021 ya eran el 99,9% de los 88.125 estudios más frecuentes), dentro de la sociedad absurdo en pleno siglo XXI, y que a veces se acompaña de otras excentricidades anticientíficas como el terraplanismo. Desde la política deberían combatirse activamente estos discursos, y no dejar a los científicos solos.
Con relación al negacionismo, tanto como el discurso debería preocuparnos la coartada que esto representa para que aquellos que tienen la responsabilidad de la acción, de hacer cosas, no hagan. O dejen de hacerlas, como está sucediendo ahora, desde una UE que está dejando morir el Pacto Verde y debilita las regulaciones sobre emisiones. ¡Qué tiempo, cuando se podía recurrir a la UE para detener las fechorías ambientales de los caciques locales!
La segunda lección es sobre el modelo económico. También aquí la comunidad científica tiene claro que el problema es o bien el capitalismo, o la forma en que el capitalismo extrae beneficios en este momento concreto, más allá de las emisiones acumuladas desde los inicios de la industrialización. Si hacemos productos más ecológicos y bajos en emisiones, pero sin embargo apostamos por mayor consumo, con una población que crece y consume cada vez más, estamos vendidos. De la misma forma que no hay 'turismo sostenible' (lo que es casi un oxímoron), a menos que exista la posibilidad de llegar a pie y de no incrementar la huella ecológica que ya dejamos cada día. En este capítulo, seguir batiendo récords de turistas que llegan mayoritariamente en avión, y en segundo término con cruceros altamente contaminantes, no ayuda. Como recordaba el Observatorio de Sostenibilidad de Ibiza Preservation esta semana, sólo en el caso de la Pitiusa mayor las emisiones vinculadas a los combustibles fósiles crecieron el año pasado un 24,8% respecto al año anterior. El responsable es el Jet-A1, un carburante que ha duplicado su uso y supone ya casi la mitad de las emisiones procedentes de combustibles fósiles. El tan necesario como cloqueado cambio de modelo económico, ¿para cuándo? ¿De verdad hace falta más diagnosis o sencillamente, es necesario que nos ponemos a programar entre todas y todos la transición hacia otro horizonte, con objetivos compartidos que garanticen tanto la sostenibilidad como el bienestar de la mayoría?
En relación con lo anterior, las normativas aprobadas recientemente por el Gobierno autonómico no parecen avanzar precisamente hacia otro modelo económico y contradicen la retórica del mismo ejecutivo sobre sostenibilidad y circularidad: la Ley de proyectos residenciales estratégicos o la Ley 7/2024 de miplificación administrativa, por ejemplo, representa ¿recuerda aquellos tiempos en los que el Gobierno de Jaume Matas y el Consell en manos del centroizquierda competían por ver quién protegía más territorio, con anécdotas de espionaje industrial incluidas? Pues ahora parece que construir en rústico y crecer al máximo en los pueblos medios sin planificación alguna es la nueva modernidad. Otro atentado perpetrado en nombre de la libertad, o con la excusa de dar soluciones al problema de la vivienda, cuando en realidad esta semana se constataba que no se ha construido ni una sola vivienda pública en más de media legislatura.
Finalmente, la dana tiene que ver también con la responsabilidad y la negligencia de los políticos. Carlos Mazón, su indecencia y las muertes, y pese a que los valencianos deban seguir aguantando, sí han servido para que responsables políticos de todo color, cada vez que hay un aviso meteorológico, vayan bien alerta a no comunicarlo cuando toca ya actuar en consecuencia. En cualquier caso, lo coherente sería prever y desplegar medidas para que el planeta se deje de calentar, empezando por nuestra casa. Y eso significa apostar por medidas de mitigación y adaptación al cambio climático, y no por dar pasos atrás como los que acabamos de comentar. Ésta sería la última lección de la dana de Valencia.