Últimamente, sobre todo a partir de los últimos años y del ascenso del trumpismo global, ha llegado a parecer que los hechos, los simples hechos, eran ya una forma de ideología. Hemos llegado a confundir tanto las cosas que decir ciertas verdades parece ya una opción política, como si la política no tuviera que partir de las verdades, sino que incluso pudiera imponerse.
De ahí que cierta derecha esotérica llegara a hablar de 'hechos alternativos', o que se hable que hay 'tu verdad', opuesta a otras formas de verdad, que sería siempre inevitablemente subjetiva. La izquierda ilustrada debería venir con la luz de la razón a ver las cosas tal y como son, pero la derecha ha envenenado tanto el terreno y el discurso que prefiere la negación o respaldar otras formas de esoterismo, como todo aquel que va de la mano de las políticas de identidad.
Hay las cosas que son materia de opinión, cierto, sobre las que nunca acabamos de estar seguros; y las cosas que son o no son, como las cifras de paro, la utilidad de las vacunas, si llueve o no llueve, o si determinadas decisiones cuestan o no vidas humanas o pueden o no tener un efecto en el estado colectivo. No tiene sentido opinar sobre si la Luna es de queso o no, pero de igual modo se ha creado un mercado de las cosas opinables totalmente absurdo (gracias sobre todo a las redes sociales), que convierte en objeto de debate cosas que debería ser simplemente datos. Cómo nos posicionamos respecto a estos datos es la política. Y es evidente que la inmigración puede comportar un problema, pero qué sea o no un problema cierta 'degradación de los servicios públicos', por ejemplo, es una decisión política, y cómo se le da una respuesta o la otra también es un asunto político. Podemos definir el problema de muchas formas, y también podemos negarlo, como se hace desde cierta izquierda que, si no puede cambiar las cosas, cambia de conversación; como también podemos remediar múltiples formas, dependiendo de la ideología, es decir, de nuestros valores.
Pero, ¿qué hacer cuando ciertos hechos, acentuados hasta la extenuación, parece que eleven las posiciones de extrema derecha, o que apoyen sus tesis, o que su simple aceptación acabe siendo una forma de asentimiento en su visión del mundo? La derecha populista se harta de abanderar datos, a los que a menudo quieren dotar de un aura de objetividad inapelable, como los que pueden relacionar criminalidad o inmigración, o la inmigración y la religión musulmana –o ciertas nacionalidades foráneas– con delitos como el narcotráfico o los sexuales contra las mujeres. No es posible que los temas, sólo los temas, ya sean una ideología, como si el afán acercarse o no a ciertas cosas ya marcara el talante político. No podemos dejar que la derecha se apropie de ciertos debates, como tampoco que se haga esto mismo desde cierta izquierda posmoderna. La realidad y los problemas son los que son, por encima de cualquier ideología, que no debería ser una manera de ver el mundo sino un conjunto de opciones para mejorarlo, siempre sabiendo que no hay nada infalible.