Hoy, en España, los partos a domicilio están fuera del sistema público sanitario. Según el INE, representan cerca de un 1% del total. En cualquier caso, deben cumplir una serie de condiciones: deben ser embarazos de bajo riesgo, de un solo bebé y en los que la criatura esté colocada de cabeza. Además, los nacimientos, que se hacen sin epidural, deben estar asistidos, como mínimo, por dos matronas profesionales. Por otra parte, las casas deben tener agua corriente, electricidad y estar a menos de 30 minutos de un hospital para que, en caso de complicación, se pueda trasladar la partera. El precio del servicio oscila entre 2.500 y 3.000 euros.
Romina Pagnotta, vecina de Consell, es madre de dos muñecas, de 21 y 14 años. “Las dos –dice– las tuve en casa. Con la primera yo tenía 25 años. La idea de parir en un hospital me provocaba pánico. Hice el seguimiento del embarazo en la sanidad pública y luego contraté un servicio a domicilio. en un hospital en caso de que el parto no se desarrollara correctamente o se alargara más de lo previsto y me vieran demasiado cansada.
Pagnotta tiene muy buenos recuerdos de ambas partes. "Se creó un clima muy íntimo. Estaba rodeada por mi pareja y por algunas amigas. En el segundo también asistió mi hija mayor, que entonces tenía siete años. Sí que es verdad, pero, que en el último, como yo ya era mayor y era más consciente de todo, pasé un poco más de pena. el hospital. Tenía claro que la prioridad era la vida del niño". Ahora, 14 años después del último parto, el planteamiento sería distinto. "Si tuviera que volver a ser madre, acaso iría a la sanidad pública. Para amigas mías, sé que hay centros como el Hospital de Inca que ofrecen una asistencia más humanizada a las parteras. Existe la opción de pedir música y luces suaves en el momento de dar a luz. La atención no es tan fría y ya no hay tantos".
En los años 60, en la época de desarrollismo, fue cuando se impuso el conocido 'parte industrial', que sustituyó al 'parte ancestral', asistido en casa con una matrona rural. Fueron entonces muchas las familias que dejaron el campo para trasladarse a vivir a las ciudades, convertidas en los nuevos polos económicos. Para poder atender a tantas parteras y evitar la mortalidad de madres y bebés, los hospitales tenían que ir al trabajo. A veces, se imponía una excesiva medicalización y unas prácticas que no tenían en cuenta el bienestar emocional y físico de las embarazadas.