El animal exótico que revolucionó el teatro mallorquín
40 años de Iguana Teatre, que nació en noviembre de 1985 en una fiesta en el taller del pintor Horacio Sapere
PalmaEra la primera mitad de los años ochenta. Eran jóvenes, muy jóvenes, y todo parecía posible. Bien, todo... menos ganarse la vida en Mallorca haciendo teatro. Pero eso también lo consiguieron. Iguana Teatre, una formación que ha sido clave para la escena mallorquina, realizó su presentación en noviembre de 1985, con una fiesta en el taller en Palma del pintor Horacio Sapere. De esto se cumplen ahora cuarenta años.
Todo empezó sólo un año antes, en 1984, con el Centro de Experimentación Teatral (CET), en el Aula de Teatro de la Universidad de las Islas Baleares dirigida por Pere Noguera. El vestíbulo de una facultad se convirtió en un escenario por el que campaban a sus anchas un conjunto de extraños personajes inspirados en el universo de Samuel Beckett. Aquello fue Esperando... El siguiente espectáculo, El teatro obligatorio –después Cabaret obligatorio–, sobre textos de Karl Valentin, accedió al entonces conocido en Palma como 'Prefestival de teatro': un espacio para las compañías isleñas, como complemento de ese festival internacional con grandes nombres de la escena mundial. Causó sensación el fragmento al que un jovencísimo Juan Carlos Bellviure abogaba –como decía el título– por declarar el teatro de asistencia obligatoria, cuya caracterización recordaba poderosamente al entonces vicepresidente del gobierno estatal Alfonso Guerra.
Como recuerda ahora Carles Molinet, uno de los fundadores de Iguana, fue entonces cuando un pequeño grupo de entre la quincena aproximada de personas que integraban el CET se plantearon ir más allá: formar un equipo más reducido, con una estructura estable. Necesitaban un nombre, un texto para poner en escena y una furgoneta, para las funciones para las que fuesen contratados.
Mezclaron un montón de posibles nombres hasta que los finalistas, por así decirlo, quedaron reducidos a tres: Okapi, que hacía pensar en un animal infrecuente, en peligro de extinción; La Podrida, ya que lo de 'La...' se utilizaba a menudo entonces en el ámbito escénico, y resultaba transgresor; y lo que quedó: La Iguana, después Iguana Teatro. Por supuesto que tuvieron en la cabeza la pieza clásica de Tennessee Williams, La noche de la iguana. Pero aquí se trataba más bien del animal en sí, algo repulsivo, si se quiere, y con pinchos: no muy acogedor. Era un buen símbolo porque, como explica Molinet, "no queríamos hacer un teatro amable", para panzacontentos.
De la discoteca a 'Noche de fuego'
El núcleo fundador lo integraron los actores y actrices Joan Carles Bellviure, Rafel Vives, Bárbara Quetglas, Antoni Picó, Carles Molinet y Bárbara Serra; el técnico Gabriel González del Valle, el escenógrafo y figurinista Jaume Llabrés, y el director Pere Fullana. Había que hacer una presentación como era necesario, y el artista Horacio Sapere –quien diseñó el primer cartel del grupo– aportó su estudio, en la zona de Monti-sion, en el casco histórico de Ciutat. Así nació La Iguana en noviembre de 1985, hace cuarenta años.
La pieza elegida para la primera salida al mundo fue Polypus maligno, de Jordi Begueria. Una pieza ambientada en un hospital de campaña en la I Guerra Mundial, entre el absurdo, la ciencia ficción y el antibelicismo. Los de un bando eran rubios; los del otro, morenos. Pero el médico moreno –Molinet– lucía un mechón blanco en el pelo, signo de su ambigüedad. Había que estrenar ese mismo 1985 en el teatro Principal de Palma, pero no se presentó al público hasta abril de 1986.
Entonces, lo de vivir del teatro en Mallorca era soñar truchas. Como lo era que existiera una orquesta profesional –pero ésta se creó poco después, en 1988. Solo Xesc Forteza podía hacerlo, ni siquiera los miembros de su compañía. Pero el Ministerio de Cultura, que entonces, con las autonomías todavía en sus comienzos, llevaba la batuta de las ayudas públicas, exigía que las compañías que las recibieran estuvieran constituidas como empresas. Iguana lo hizo con la fórmula de cooperativa de sus miembros.
Por esta misma época, los Iguana recibieron un encargo que a un mismo tiempo les suponía ingresar dinero y entrenarse en otra vertiente escénica: crear una sucesión de espectáculos para una discoteca al aire libre en el Levante mallorquín. Con esa experiencia y retomando la tradición festiva de los demonios mallorquines nació, en 1988, Noche de fuego: un espectáculo participativo y probablemente el de mayor afluencia de público de la historia de la compañía, dada la masiva asistencia de espectadores a cada una de sus 132 funciones –hasta el año 2003–; no sólo en Baleares, sino también en Galicia, en La Rioja y en Portugal.
Pronto La Iguana dio buena prueba de su versatilidad, al abordar espectáculos de líneas muy diversas. Por un lado, los clásicos: empezando por un excelente Boda a la fuerza, de Molière, en 1987 y continuando con otros textos de Labiche, Dostoievski, Büchner, Musset y Wilde, entre otros. Por otra parte, la recuperación de la memoria mallorquina, fuera ésta Rondayas, los entremeses o los viejos cafés. Y por otra, nuevas creaciones, como Myotragus (1989), inspirado en la prehistoria isleña y estrenado en la plaza de la catedral de Oviedo, o La mitad de nada (1994), que reflejaba la preocupación de entonces por el conflicto en los Balcanes.
La decisiva estancia en la escuela Lecoq
El grupo se fue transformando. Dejaron a la compañía Bárbara Quetglas y Rafel Vives al ser 'fichados' por La Fura dels Baus. Y se incorporaron la actriz Aina Salom, desde entonces uno de los referentes de Iguana, y el técnico Antoni Gómez. En 1992 se sumó al colectivo el escenógrafo Jordi Banal. A estas alturas, y tras cuatro decenios, ha pasado por sus espectáculos el 'quién es quién' de la escena mallorquina: entre muchos nombres, la tan añorada Maruja Alfaro, Catalina Alorda, cofundador de Diabéticas Aceleradas Joan Bauçà, Aina Cortés, Antoni Gomila, Nies Jaume, Rafe Xim Vidal... Y, en otras vertientes, el escritor Gabriel Galmés, los filólogos Josep A. Grimalt y Carme Planells, los artistas plásticos Ferran Aguiló, Susy Gómez y Tatúm, y los músicos Antoni Caimari y Víctor Uris, entre otros.
Un "antes y un después" en la trayectoria de Iguana, como reconoce Molinet, fue la estancia en París, para estudiar en la escuela de Jacques Lecoq: estuvieron Aina Salom, Juan Carlos Bellviure, Pere Fullana y él mismo. Después de aquella experiencia les fue posible adquirir "una expresión propia, una forma de contar" que les ha caracterizado desde entonces. En buena medida fruto de ese aprendizaje fue uno de sus espectáculos más memorables, Twist & Chechkov (1995), a partir de historias del escritor ruso.
En 1996, Iguana Teatre acometió –palabras mayores– su primer Shakespeare: Medida por medida. En 2002 fue el turno de Macbeth. Y aquí 'la tragedia escocesa' dio otra prueba –una más– del gafe que le ha perseguido a lo largo de siglos. Diez días antes de la fecha prevista para el estreno, uno de los actores, Miquel Ruiz, cayó enfermo con cuarenta grados de fiebre. Aún más cerca del debut, fue el turno del propio Molinet. Hubo que suspender toda la primera semana de representaciones. Aunque después fue todo un éxito: en el festival de Alcántara (Extremadura) la aplaudieron 1.800 espectadores.
Carles Molinet reconoce que Noche de fuego es uno de los títulos de referencia de esta compañía que ya ha duplicado la máxima esperanza de vida del animal del que ha tomado su nombre. Pero también destaca Mar de fondo, primera coproducción del mítico Teatre Lliure de Barcelona con una compañía de las Islas; La muerte de Vassili Karkov, otra prueba del gusto de la compañía por la literatura rusa; o, por supuesto, Twist & Chéjov, con un lenguaje insólito en su momento en la escena mallorquina. Son sólo algunos de los cincuenta espectáculos –pronto se dice– que esta formación ha generado en los cuarenta años de trayectoria que ahora cumple.
Información elaborada a partir de los libros publicados por Iguana Teatre con motivo de sus vigésimo, vigésimo quinto y treinta y quinto aniversario y textos de Javier Matesanz, Antoni Nadal, Sònia Capella Soler.