Melancolía de la resistencia
Como este 2025 me he consagrado a los demás –sobre todo a Josep M. Llompart ya Iris Murdoch ya Pier Paolo Pasolini– he tenido que recurrir a contundentes pasiones personales para recargar pilas. La que más satisfacciones me ha dado últimamente ha sido volver a uno de mis directores de cine favoritos: el mítico Jess Franco. Sus filmes son obras de arte libertarias, tan destructoras de convenciones que logran un anarquismo secular. Ver cómo un creador radical hace lo que le da el santísimo apetito es inspirador y regenerador. Me he preguntado si podría escribirse una novela tan salvaje como sus películas.
Imaginemos que un escritor ensuciara páginas y más páginas con tinta, sudor, lágrimas, esperma y excremento. Imaginemos que demostrara el don de capturar las características de un claustrofóbico ambiente isleño a través del estilo de la escuela del realismo sucio o de los Angry Young Men. Imaginemos que fuera capaz de reencarnar el espíritu de Charles Bukowski, de desplegar la inventiva verbal de William S. Burroughs y de expandir los abismos colindantes de Jordi Cussà. Imaginemos que segregara un tsunami de referencias explícitas y acertadísimas de muestras de cultura popular, desde los geniales videojuegos Nintendo hasta Voldemort pasando por Bob Esponja. Y, por último, imaginamos que llevara la máxima de William Blake, que gritó que la Exuberancia es Belleza, a las más fulgurantes y fuertes consecuencias. Pues bien, recientemente he sabido que no hace falta imaginar tanto porque esta novela existe y se puede comprar y se puede devorar con ansia y fervor. Puerta por título El mar cerrado y es un auténtico cóctel molotov del panadero Cheque Pons Sans que vio la luz gracias a Llentrisca edicions.
Aunque juega, e incluso llega a parodiar, los cimientos de la autoficción, no es una paja compartida. Se trata más bien de una declaración desatada. El protagonista es Martí, un personaje atrapado en una atmósfera esclusa que le ahoga bajo capas de frustración y de impotencia. Como Pessoa, tiene todos los sueños del mundo, pero no goza ni de fuerza de voluntad ni de ninguna capacidad estratégica. Esto hace que viva en un infierno cotidiano empapado de deseos oscuros que sólo encuentran cierto consuelo en actos perturbadores que se confirman como patéticas revueltas que evidencian la Gran Comedia que nos rodea, llena de hipocresías y mandamientos sociales aparentemente incuestionables. Los mejores fragmentos son cimas mórbidas empapadas de espíritu crítico y de una ironía cáustica que la mayoría de vueltas desemboca en un humor negro extremo que nos enfrenta a la estricta e implacable melancolía de la resistencia del siglo XXI. Si El mar cerrado, de Cheque Pons Sans, fuera una película, seguro que Martí sería interpretado por el Klaus Kinski más histérico, uno de los actores que más potenció el cuenco Jess.