Isleños: Franco está muerto

Así se vivió en Baleares el 'hecho biológico' de la desaparición del dictador, hace 50 años

Portada de Última Hora, que ese día sacó tres ediciones y las agotó.
16/11/2025
6 min

Palma"Espanyoles: Franco... está muerto". Con estas palabras y en medio de llantos, el entonces presidente del gobierno estatal, Carlos Arias Navarro, anunció por televisión lo que ya sabía todo el mundo: la muerte del dictador, el 20 de noviembre de 1975, de madrugada. Era el 'hecho biológico' de su desaparición, como se llamaba entonces. Recordamos cómo se vivió en Baleares aquel evento, hace 50 años.

Aquello fue una larga agonía, con las sucesivas comunicaciones del 'equipo médico habitual', que iba informando de los múltiples males que se acumulaban en ese anciano de 82 años, con las correspondientes intervenciones. Desde el 30 de octubre había asumido la dirección del Estado en funciones el 'príncipe de España', Juan Carlos de Borbón. Por si fuera poco, aprovechando ese momento de debilidad de la dictadura, el rey de Marruecos, Hasan II, lanzó 350.000 civiles –la Marcha Verde– a la entonces colonia española del Sáhara Occidental. Sólo unos días más tarde, el control del territorio se cedía a Marruecos y Mauritania, sin llevarse a cabo el proceso de descolonización que habían establecido las Naciones Unidas.

La dictadura, que hasta entonces parecía incuestionable, ya había sufrido un golpe insuperable con el asesinato, sólo dos años antes, del 'hombre fuerte' del régimen, Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno. Le había sucedido Carlos Arias Navarro, quien había puesto en marcha una tímida apertura, cuya ley de asociaciones preveía un supuesto pluralismo. Aquello no contentaba a nadie: ni a los inmovilistas –el 'búnker'– ni a la oposición, desde la derecha moderada hasta las fuerzas situadas a la izquierda del Partido Comunista –todas ilegales, claro está–, que abogaba por un verdadero sistema democrático. Además, las supuestas bondades económicas del franquismo se habían derrumbado con la crisis internacional de 1973.

Aquellos días, todo el mundo iba inquieto. Los franquistas, porque, si bien en teoría los mecanismos sucesorios garantizaban su continuidad, quien sabía si la desaparición física del dictador no daría alas a los 'enemigos de España' –ya sabéis: la 'conspiración judía-masónica'. La oposición ilegal, por si el régimen aprovecharía el momento para intensificar la represión. "Se hablaba", según narra el escritor Antoni Serra, "de las famosas 'listas' [de zurdos] y de posibles inminentes detenciones de personas significadas de la oposición. Se recomendaba calma, serenidad y, sobre todo, que se extremaran las medidas de seguridad, es decir, que si era posible, no dormiéramos en nuestra casa".

Lompart: "Franco, ligeramente muerto"

El gobierno civil, del que era el titular el muy ultraderechista Carlos de Meer, redactó el Plan honderos –en recuerdo de los mercenarios de la Antigüedad–, con un conjunto de medidas por si la oposición se sentía tentada de llevar a cabo algún tipo de protesta. Debía asegurarse el control de los edificios de la Administración, de las industrias y de los medios de comunicación. El plan establecía en Mallorca 33 puntos estratégicos, entre ellos el aeropuerto, Mercapalma, la cárcel provincial y el palacio de Marivent. Si era necesario, debía recurrirse a los militantes del 'Movimiento', que debían coger las armas.

Todo el mundo seguía con interés lo que contaban los periódicos –entonces no había ediciones digitales, ni redes, y sólo una televisión: la oficial. El 14 de noviembre, Última Hora titulaba en portada: "Franco: 37 kg". Aquello era tan sintomático del deterioro físico irreversible del 'hombre providencial', que faltó poco para que esa edición fuera secuestrada por las autoridades, en virtud de la Ley de prensa de Manuel Fraga Iribarne.

Se esperaba el desenlace de un momento a otro. En una de las reuniones del Congreso de Cultura Catalana, que tenía lugar en esas mismas fechas, el escritor Josep Maria Llompart, notorio antifranquista, comentó que sabía "de buena tinta" el titular que la prensa del 'Movimiento' había concebido para la primera página, porque, esta vez, parecía que iba "ligeramente": "Franco.

Por supuesto, las redacciones de los periódicos se volcaron en informar sobre la evolución del dictador que, en cierto modo, era la de su régimen. Muchos ponían las esperanzas en el futuro rey, aunque hubiera sido elegido por Franco y hubiera jurado los principios del 'Movimiento'. Aquellos días, en la redacción de Diario de Mallorca, se reunían en busca de noticias destacados miembros de la oposición clandestina, como Félix Pons –PSOE–, Manuel Mora –Partido Socialista Popular–, los comunistas Francesca Bosch e Ignasi Ribas y el propio Llompart.

Eran las seis de la madrugada del 20 de noviembre cuando Radio Nacional de España anunció el 'hecho biológico'. Cuatro horas más tarde se producía la lacrimógena intervención de Carlos Arias Navarro. Aún era de madrugada en Palma cuando los miembros del Círculo José Antonio, con uniformes falangistas, rinden homenaje al dictador con un desfile desde la plaza de Cort hasta la cruz de los Caídos junto a la Seu, pasando por el monumento al crucero Baleares en la Feixina.

Champán, anguilas y sartén

Última Hora sacó tres ediciones ese mismo día, y batió su récord de tirada. Hubo quien expresó su dolor, y quien brindó con cava –por supuesto, muy discretamente y en familia, no fuera que se enteraran los 'grises', la Policía de la dictadura. Abel Matutes, quien sólo un año y medio después sería uno de los firmantes del pacto por la autonomía y elegido senador en unas elecciones democráticas, se refirió al vacío y al sentimiento de orfandad que generaba esa desaparición. Josep Melià, entonces procurador disidente en las Cortes franquistas, reconocía, en declaraciones a Miquel Payeras, que se había tomado "un traguito", en homenaje a su tía Marta, de México, que llevaba veinte años guardando una botella de champán para la ocasión.

Melià estaba en ese momento en Madrid, en desempeño de su cargo: "Había miedo, pero también hipocresía": él fue testigo de cómo una de las limpias de Franco, Merry, y quien entonces era su marido, Jimmy Giménez-Arnau, participaban al día siguiente de la muerte del dictador en "un bauxo montado" con alcohol y fla. El procurador mallorquín era de los que pensaban que, de hecho, Franco ya había muerto "dos o tres días antes", y también contaba que las enfermeras que le llevaron el manto de la Virgen del Pilar "con el bisturí le quitaban las piedras preciosas y se las llevaban".

Miquel Rosselló, entonces al muy ilegal Partido Comunista –la 'bestia' del régimen–, lo recuerda: "Me desperté con las campanas de toda Palma que repicaban" y se abrazó "entusiasmado" con su compañera, Lila Thomàs. "Se destaparon muchas botellas de champagne para celebrarlo. Pero también había mucha gente que lloraba (...). El sentimiento de la mayoría de la población era de miedo. De miedo a lo que podría ocurrir, a una nueva guerra civil".

"Celebramos la muerte del dictador, pero en pequeños grupos", confiesa Rosselló de lo que hizo con sus compañeros. En casa de uno de ellos, con Lila Thomàs, Pep Vílchez y otras dos amigas, hicieron una buena paella. "Cantamos canciones revolucionarias y bebimos tanto como pudimos", relata.

Damià Ferrà-Ponç, después político del Partido Socialista de Mallorca y del PSOE, invitó a su mujer a cenar a Muro, con anguilas y champán, y tuvo la impresión de que aquella noche había más gente, en el restaurante, que era de celebración. En cambio, al demócrata-cristiano Joan Casals su fe católica le impedía brindar por la muerte de nadie: rezó y pidió perdón a Dios por los pecados del dictador. Y eso que Franco le había desterrado en Canarias, para participar en el 'contubernio de Munich', el encuentro de la oposición en aquella ciudad alemana en 1962.

Por su parte, el régimen despidió al dictador con todos los honores oficiales. En la Seu de Mallorca, al día siguiente, se ofició un solemne funeral, presidido por el obispo, Teodor Úbeda, con la asistencia del gobernador. Aunque Úbeda ya se había distinguido por sus posiciones críticas, de momento optó por seguir la corriente del régimen. En cambio, al obispo de Menorca, Miquel Moncades, sí se le escapó alguna pincelada que no fue del agrado de los intransigentes, ya que en Ciutadella aparecieron pintadas del 'búnker' en señal de protesta a sus palabras.

La televisión única ofreció, como espectáculo interminable, las largas colas de personas que, en Madrid, desfilaban frente al féretro del caudillo, haciendo el saludo fascista con el brazo arriba, llorando o con otras exhibiciones de luto. Y, tres días después, el funeral presidido por el ya rey Juan Carlos y el entierro en el Valle de los Caídos –del que, como es sabido, sería retirado en el 2019. A ese acto oficial asistieron un centenar de mallorquines y menorquines, desplazados expresamente desde las Islas. El Ayuntamiento de Palma aprobó, por unanimidad, bautizar un polideportivo con el nombre de Franco y erigirle una estatua, si bien ninguna de estas dos medidas se llegaron nunca a poner en práctica. El Consistorio tuvo que aclarar que el amplio indulto otorgado por el gobierno central por la muerte del caudillo no incluía las sanciones de tráfico.

Lo que parecía que nunca llegaría había sucedido y Franco había muerto en la cama, después de casi cuarenta años de dictadura personal. Y, tal y como él mismo había dicho en su discurso de Navidad de 1969, todo quedaba "firmado y bien firme", con la sucesión del nuevo jefe de Estado. ¿O puede ser no tanto?u

Cierre de escuelas, comercios y locales de ocio

Los alumnos de los centros escolares de las Islas Baleares –y de todo el Estado– se llevaron aquel 20 de noviembre de 1975 una agradable sorpresa: unas breves vacaciones imprevistas, al quedar suspendidas las clases hasta el día 27 por el duelo oficial. En Mallorca, las autoridades recomendaron el cierre de los bares y cafeterías y se ordenó que "los clubes y las barras americanas", locales de ocio nocturno, no pudieran volver a abrir sus puertas hasta las tres de la tarde del domingo siguiente.

En Ibiza, según Diario de Ibiza , no sólo se pusieron a medio palo las banderas en los edificios oficiales, sino también en los barcos que se encontraban fondeados en el puerto. Un buen puñado de comercios decidieron no abrir, como muestra de luto, pero más tarde sí lo hicieron, por orientación oficial. Los espectáculos y competiciones deportivas quedaron anulados hasta el entierro del dictador.

Información elaborada a partir de los textos de Joan Mas Quetglas, Miquel Payeras, Josep Pons Fraga y Joan Cerdà y Subirachs, las memorias de Antoni Serra y Miquel Rosselló, el volumen colectivo Memoria viva y los diarios isleños de la época: Última Hora, Diario de Mallorca, Baleares, Menorca.

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