Educación

Aula y patrimonio: cuando la escuela es la única que muestra el mundo a los niños

Es muy habitual que haya alumnos que sólo conocen la barriada o el pueblo en el que viven, una realidad que el sistema educativo aspira a compensar

El coste del transporte escolar ha hecho que muchos centros se vean obligados a reducir sus desplazamientos.
07/11/2025
4 min

PalmaEn Magaluf, rodeados de pisos, bares para turistas y hoteles, los alumnos que viven allí podrían pasar toda su vida sin reconocer el Galatzó, la sierra de Tramuntana o la historia que se esconde detrás de las calles antiguas de Palma. Ésta es la realidad de muchos niños de las Islas Baleares: viven encerrados en su barrio, desconocen la cultura y el patrimonio de la isla y dependen de la escuela para que alguien les muestre el mundo que les rodea. "Hay muchos que no van más allá de Portopí", resume la directora del CEIP Cas Saboners, Marilena Suau. La escuela intenta limitar ese factor de desigualdad, pero no siempre puede.

"El desconocimiento no es nuevo, pero ahora está mucho más generalizado", explica Guillem Barceló, profesor de ciencias sociales en el IES Santa Margalida. Él recuerda cómo, en los años 80, algunos alumnos nunca habían ido al paseo Marítimo de Palma ni a la Serra; hoy, según su experiencia, esta situación es masiva. "En Bachillerato hay gente que no sabe qué es la Seu. Posiblemente habrán ido, pero no la reconocen". La clave, dice, es que muchos alumnos son de primera o segunda generación no autóctona y el contacto con referentes culturales en casa es escaso, con familias que no siempre les han podido apoyar ni acompañar en su proceso de arraigo.

Este vacío lo tratan de compensar a los centros con salidas, actividades culturales y fiestas tradicionales. La profesora del IES Antoni Maura, Maria Antònia Reynés, insiste en la importancia del aprendizaje vivencial: "El currículum no basta. Los alumnos deben vivir la cultura: participar en fiestas, hacer jornadas, excursiones… Esto hace mucho más que la teoría", defiende. Los docentes de Antoni Maura preparan gincanas por el gótico de Palma, salidas y actividades que, más que aprender hechos, buscan despertar un sentimiento de pertenencia y curiosidad en un centro con un porcentaje elevado de población extranjera.

En el CEIP Na Peñón (Cala Millor) muchos alumnos nunca han salido de la localidad. "Incluso en Palma, hay niños que nunca han atravesado la vía de cintura. En Infantil hacemos salidas en Son Real o en la montaña, y en Primaria vamos a Palma Aquàrium. Pero es caro, ya veces sólo podemos hacer una salida a lo largo del año", lamenta Catalina Oliver, docente en el centro. Suave coincide. Según indica, casi el 100% de los alumnos de Cas Saboners no tienen arraigo en Mallorca. "Les intentamos inculcar la cultura mallorquina con fiestas, buñuelos, salidas a Valldemossa, dormir un día en Lluc, en el Galatzó", dice. El centro es creativo para suplir sus carencias: utilizan recursos digitales, muestran fotos de los paisajes y elaboran vocabulario para preparar a los niños y que así puedan seguir las actividades, aunque nunca hayan visto lo que van a aprender.

Los profesionales coinciden en que, a pesar de los esfuerzos, las dificultades logísticas y económicas son constantes. En este sentido, Barceló explica que para visitar la sierra de Tramuntana, se necesitan autobuses: "Cada salida cuesta un dineral. Aparte, los alumnos no están nada acostumbrados a caminar por la montaña y se cansan; debemos motivarlos". Por su parte, Oliver hace hincapié en el valor simbólico de las excursiones: "Cuando llevamos a los niños a ver el paisaje, los pueblos o el patrimonio, les estamos abriendo un mundo que, de otro modo, no verían nunca", opina. Ahora bien, el precio de los buses es disuasorio y, por ello, las fuentes consultadas reclaman a Educació que use su fuerza para impulsar un convenio con las empresas de transporte. Con el apoyo del Consorcio Serra de Tramuntana, hay centros como el IES Sineu, Guillem Sagrera y el CEIP El Terreno que han podido realizar actividades de Aprendizaje Servicio (ApS) en la montaña.

Alumnos implicados y curiosos

Por lo general, los centros aplican estrategias creativas para generar experiencias culturales y patrimoniales dentro y fuera del aula. Fiestas tradicionales como San Antonio, Navidad y los rosarios, entre otros, sirven para introducir a los alumnos en la gastronomía, música y rituales locales. Los maestros combinan explicaciones teóricas con actividades prácticas: los niños aprenden a hacer crespells ya reconocer elementos del paisaje, siempre que sea posible, en persona. "Les gusta descubrir cosas. Cuanto menos conocen, más les motiva aprender", subraya Reynés.

También se fomenta el trabajo en equipo y la interacción con el entorno: excursiones, visitas a centros arqueológicos y rutas guiadas por Ciutat, entre otros, ofrecen conocimientos que no pueden transmitir las pantallas. "Es dolor de combatir, pero vale la pena. El alumnado debe pisar pueblos que no son el suyo y calles de Palma. Esto les ayuda a crear arraigo y conciencia de lo que son y del papel que tienen dentro de la sociedad", asegura Barceló.

Las dificultades no desaparecen con la voluntad: las barreras socioeconómicas y la falta de transporte encarecen cada actividad. Suave recuerda cómo antes usaban el TIB para ir a Palma; ahora, sin embargo, las limitaciones hacen que sólo puedan organizar excursiones con grupos reducidos. "Nos dicen que máximo podemos subir 17 por autobús, pero eso no es ni un grupo", denuncia. En Cas Saboners antes hacían tres salidas por trimestre. Ahora una. Este año, entre otras actividades, un grupo de alumnos irán a ver las Fonts Ufanes. Y, como cada año, la escuela bajará a Palma a ver los belenes y tomar un chocolate.

En un momento en que la sociedad cambia rápidamente y los referentes culturales se han dispersado, los centros educativos son un punto de encuentro entre pasado y futuro, entre raíces y nuevas generaciones. Las salidas, las fiestas, las actividades prácticas y el trabajo creativo en el aula no sólo compensan la falta de conocimiento: ayudan a los niños a amar, reconocer y proteger el entorno que les rodea. Y es precisamente ese esfuerzo, cotidiano y con frecuencia silencioso, el que mantiene viva la conexión de muchos jóvenes con su tierra.

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