¡Viva las axilas envejecidas!

El anuncio de una conocida marca de desodorante arroja una terrible advertencia a las mujeres –habla una mujer que está en una especie de gimnasio con otras mujeres–: si no lo utilizamos, tendremos las axilas envejecidas, en lugar de una piel fuerte y joven. Para demostrarlo, levanta el brazo y muestra una axila lisa, sin pelo ni carne que cuelgue por los alrededores. Puede que el mundo se esté hundiendo, pero supongo que no es cuestión de llegar al apocalipsis con las axilas hechas una mierda. Me pido: ¿a quién le importa el aspecto de sus axilas? Seguro que a muchas personas que se preocupan también por otras tantas partes del cuerpo.
En mi caso, no pienso mucho en las axilas, a menos que me piquen –lo hacen si me pongo a sudar cuando estoy nerviosa. Así que aprovecho que acaba de ver el anuncio para levantar los brazos y mirarlas: están un poco arrugadas y salen algunos pelos. También tienen unas bolitas negras porque llevo todo el día con una camiseta de ese color que no es de muy buena calidad. Además, huelen un poco de olor, porque ya hace horas que me he duchado y uso un desodorante que no es antitranspirante –tengo la manía de querer transpirar, qué debo hacer.
Es curioso, los anuncios de desodorantes de hombre suelen prometer que las mujeres se fijarán en ellos, sea cual sea su aspecto –será que los homosexuales no lo utilizan–, mientras que los de mujeres hacen propuestas tan ridículas como tener axilas jóvenes. Es tan absurdo que no tengo fuerzas para indignarme, ni por lo uno ni por lo otro. Pero también me siento afortunada, porque mantener la juventud y los esfuerzos que esto implica me generan una indiferencia supina, gigante, enorme, inconmensurable. ¿Parecer joven es un objetivo lícito en esta vida? No voy a ser yo ahora quien me ponga a juzgar a los demás, pero eso no forma parte de mi vida. De hecho, está llegando un punto en el que considero que esforzarse por 'parecer' cosas, en general, no tiene mucho sentido.
Cuando digo que somos vieja y gorda, siempre hay alguien que me dice: "No, mujer. No estás gorda y pareces mucho más joven. Estás estupenda". Coño, déjame vivir. La cuestión es que encuentro maravilloso ser vieja y gorda. Una señora vieja y gorda. ¿Qué problema existe? ¿Por qué mi interlocutor siente la necesidad de consolarme? Y, sobre todo, ¿por qué la gente debe matizarme el concepto que tengo de mí misma? ¿Piensan que no sé que somos? Es agotador.
Evidentemente, es imposible no parecer algo a los demás. Pero no quiero controlar lo que les dice mi apariencia, porque son libres de interpretarla como quieran, como hago yo misma con las personas que me rodean. Pero no hay ninguna necesidad de que me hagan saber qué piensan de mi aspecto. No me duele ni bien. Es tan irrelevante, que no estoy dispuesta a perder ni un segundo en escuchar este tipo de cosas.
Vuelvo a mirarme las axilas. Me gustan. Y estoy curiosa: ¿cuántos litros de sudor habrán liberado desde que estamos en este mundo? ¿Y cuántas veces las habré flexionado? ¿Qué hace que el olor de una persona sea de una u otra forma? ¡Eso sí que lo encuentro interesante!