Ni regalos ni hostias

26/12/2025
Dirección del semanario
2 min

PalmaEn estos días en los que ya podemos empezar a hacer balance del primer cuarto de siglo, llegan dos historias que, juntas, cuentan uno de los grandes cambios sociales que hemos experimentado en este tiempo. No tienen que ver ni con pantallas, ni algoritmos, ni coches eléctricos. Van de cosas más elementales: de actitudes, de respeto y también de cierto sentido de la convivencia.

Por un lado, dos docentes me cuentan hasta qué punto temen las reuniones a solas con los progenitores de sus alumnos, sobre todo cuando no hay buenas noticias que dar. El temor no es un sentimiento menor. Y lo sienten porque, de vez en cuando, reciben agresiones, al menos verbales. Los suyos no son casos excepcionales ni anecdóticos. Son la punta de un iceberg que muchos centros educativos conocen demasiado bien.

Por otra parte, una enfermera de un hospital público me cuenta que un par de picos cada año recibe una estameneada, a veces de un paciente, a veces de un familiar. Si hace recuento, dice que en su hospital casi a diario hay una agresión física, más o menos fuerte. Y que agresiones verbales, ella misma recibe casi todos los días. Dice entender la situación de sufrimiento de los pacientes. Pero el trato, dice, no es nada recíproco. En el PAC devora mi casa, sin ir más lejos, no hace mucho había sábanas colgadas por el personal sanitario exigiendo el fin de las agresiones, como si fuera una reivindicación extravagante y no una obviedad.

¿Qué ha pasado? Más o menos en estos 25 años –quizás desde poco antes– los docentes y los sanitarios han pasado de recibir decenas de regalos, especialmente en Navidad, a recibir hostias. En sentido figurado y literal. Se ha pasado de un extremo a otro con una alegría preocupante. Y si es cierto que no debería haber regalos –a menudo generaban desigualdades, incomodidades y malentendidos–, lo que está muy loco que haya son agresiones.

No debe haber regalos, pero sí debe haber respeto. Y lo que ha ocurrido es que hemos ido de una casi veneración de la profesionalidad –especialmente de docentes y sanitarios, pero no sólo– a una estúpida actitud de superioridad de los no profesionales. Una especie de empoderamiento idiota y violento, como un calco exacto de las gradas del fútbol o del tono general de algunas cadenas de televisión. Ahora cualquiera sabe más que la maestra, que la enfermera, que la médica, que la arquitecta. Ahora cualquiera exige, amenaza, abuchea. El criterio profesional es una opinión más, discutible, atacable y, en su caso, insultable. Si no gusta el diagnóstico, la nota o lo que sea, siempre queda el insulto o mano alzada, que suelen salir gratis. Afortunadamente estos 'cualquiera' no son mayoría, pero hay sobradamente.

Si un éxito de este cuarto de siglo es haber dejado de hacer regalos a los profesionales, uno de los fracasos es haber normalizado las hostias, algo que como sociedad debería preocuparnos bastante más que cualquier otra moda pasada. Si no lo corregimos, el regalo que nos quedará será un sistema educativo, sanitario y en otros muchos ámbitos cada vez más erosionado, más desprotegido y más cansado. Entonces no entenderemos por qué nadie quiere asumir la responsabilidad de estar al otro lado.

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