08/09/2025
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Seguramente, el libro que más veces he regalado sea El paraíso son los demás (Leonario Muntaner, Editor, 2016), de Valter Hugo Mãe. No sólo por la magnífica traducción del portugués de Gabriel de la ST Sampol, ni por las ilustraciones de Joan Miró con las que la editorial tuvo el acierto de acompañarla. No; si he regalado tanto este libro es porque presenta una visión muy determinada de la importancia de amar, de vivir en comunidad, de una forma de estar en el mundo y de cohabitarlo. Como una bella y radical contradicción a la máxima sartriana que defiende que "el infierno son los demás", Mãe habla del amor, de los diversísimos tipos de parejas y de familias que puede haber, de los animales, de la tristeza y de la soledad, y lo hace con la voz aparentemente cándida de una muñeca. Nos recuerda que la vida puede valer algo más la pena si formamos parte de un 'nosotros'.

Sin embargo, parece que el mundo no va por este camino. Sea por la contrarreforma orquestada por la internacional reaccionaria a escala internacional, sea por las miserias que a veces también definen la naturaleza humana, me da la impresión de que la sociedad en la que vivimos, esta sociedad supuestamente más global e interconectada que nunca, nos empuja hacia un mundo de soledades aisladas. La idea es sencilla y avanza a ritmo vertiginoso: quieren convertir nuestras vidas en compartimentos estancos, en entidades separadas que miran, exclusivamente, por el propio beneficio y bienestar. La prioridad, naturalmente, es hacer dinero. Hay que ser invulnerable, autosuficiente, nunca depender ni en ningún sentido de los demás. Hay que consumir, gastar, y siempre que se pueda, hacer de este consumo el eje de la propia identidad. Ricos. Pobres. Parados. Despalillados. En este sentido, es importante tener una buena casa si es posible sin vecinos. Es esencial, asimismo, tener un buen coche, y desplazarse cada vez más con ese coche para evitar el contacto con otros humanos. Se debe tener también un iPhone y con un buen montón de seguidores. Es deseable tener cuentas en las redes sociales para poder compartir experiencias y emociones (sobre todo las positivas) y evitar tener que contar las penas a los amigos en un tiempo improductivo. Hay que tener hijos, y es mejor no preocuparse por los demás. Conviene mirar estrictamente por las personas que caben bajo un mismo techo y, a ser posible, dentro de una habitación. Más allá de esto, en este contexto de postcapitalismo desenfrenado, es mejor que no existan vínculos, ni intercambios, ni interacciones.

Desde el humanismo, desde la Vida, el libro de Valter Hugo Mãe dice que no a todo esto. "Nuestra felicidad depende de alguien", nos recuerda. También nos dice que "el amor es un problema, pero la persona amada debe ser una solución", y me gusta pensar que esta frase también se puede declinar en plural, y que es en el 'nosotros', en la comunidad, que sabremos encontrar la alternativa a este paisaje oscuro. El infierno también puede parecerse mucho a un 'yo' que lo ha hecho todo tan bien que se ha quedado solo.

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