Llucmajor como aviso

Las fiestas patronales de santa Cándida, en Llucmajor, fueron noticia no por la calidad de las actuaciones ni para que resultaran especialmente le, sino porque hubo tres heridos por peleas, intoxicaciones etílicas y quemadas con pirotecnia. Estas personas que se hicieron daño fueron sólo la parte más visible de un fin de semana que poco tuvo que ver con una verbena de verano. Se pareció mucho más a una fiesta descontrolada de mala discoteca, con comas etílicos e intoxicaciones por sustancias, ataques de nervios, violencia física de baja intensidad, violencia verbal y gestual de altísima intensidad, conducción temeraria de coches y motos, gritos, vómitos, orines y estiércoles. Como si todo lo que habitualmente asociamos con los espacios del turismo de masas, y con las zonas degradadas de Palma y la Playa de Palma, se hubiera trasladado al centro de Llucmajor. En cierto modo esto es lo que ha pasado, y no de repente.
El primer problema es que este modelo de fiesta de gatera sea pagado con dinero público y promovido por las instituciones, en este caso un Ayuntamiento de Llucmajor que ya lleva dos legislaturas gobernado por un pacto entre el PP y Vox (y, hasta hace poco, también la formación local ASI). El pueblo hace ya décadas que dejó morir una potente industria del calzado, y como casi en todas partes, también se ha ido abandonando el campesinado. Desde hace unos años, además, se ha producido un crecimiento poblacional y una transformación social que ha convertido a Llucmajor en un municipio bien representativo de las consecuencias del modelo económico vigente en Baleares: capacidad productiva nula, falta de servicios y de infraestructuras básicos (por no haber, no hay ni un centro de Atención Primaria preparado para dar mil habitantes), especulación con el territorio y con la vivienda a través de inmobiliarias –la mayoría alemanas– que se multiplican sin descanso, pérdida de la idea de comunidad, y una verdadera epidemia de suciedad e incivismo, que ha empezado a hacer perder la paciencia de más de uno y dos llucmajorers. La degradación del municipio se produce de forma cada vez menos lenta y más visible. Las autoridades locales no sólo no son capaces de dar respuesta a esta situación, sino que son parte, y no menor, de la situación.
El caso de Llucmajor, insistimos en ello, no es sólo una cuestión local que se circunscriba a un solo municipio. Es representativo, como decíamos, de hacia dónde va el conjunto de Mallorca, con Palma a la cabeza (y con Ibiza, dos pasos por delante). Los problemas de vivienda y sobrepoblación, las dificultades de convivencia, la precarización del mercado laboral, la actividad económica sumergida, el abandono prematuro de los estudios por parte de los jóvenes y la ausencia de políticas sociales para las personas que las necesitan van encaminadas a convertirse en las señas de identidad de una Mallorca entrada ya de lleno en la fase de cadena.
Debemos añadir ahora otra variable que hace el panorama aún más oscuro: con la aplicación de la recientemente aprobada la Ley de obtención de suelo, estos problemas no harán más que multiplicarse en un plazo breve de tiempo. En pocos años, la población puede crecer hasta un tercio más de la actual, con personas llegadas de todo el mundo y repartidas entre una minoría adinerada que vivirá en casas y pisos de lujo, y una gran mayoría que vivirá en precario en pisos de baja o muy baja calidad y, sin embargo, demasiado caros para sus ingresos. Llucmajor, y sus fiestas estridentes y sucias, sólo son un aviso de un futuro que se ve a venir, y muy cercano.